EXTREMAUNCIÓN. SUS EFECTOS. CÓMO SE CONFIERE.

ESCOLIO:
¿Por qué ungen con óleo los sacerdotes a los católicos cuando están para morir? Las palabras de Santiago (V, 14-15), ¿no se refieren al poder milagroso de curar que existía en la primitiva Iglesia, más bien que a un sacramento de Jesucristo?
RESPUESTA:
Según el Concilio de Trento (sesión XIV, cap 1), nuestro Señor Jesucristo instituyó esta unción sagrada de los enfermos como propio y verdadero sacramento de la nueva ley, unción que fue insinuada (prefigurada) en San Marcos (VI, 13), y que fue recomendada y promulgada para todos los fieles por el apóstol Santiago con estas palabras: “¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, y oren por él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor. Y la oración nacida de la fe salvará al enfermo, y el Señor le aliviará; y si se halla con pecados, se le perdonará” (Santiago V, 14-15). Con las cuales palabras, como consta por la tradición ininterrumpida de la Iglesia, Santiago declara la materia, la forma, el ministro y el efecto de este saludable sacramento. Así es, en efecto. La unción con óleo, como la ablución en el bautismo, es un acto visible, la materia; la oración que se dice sobre el enfermo es la forma. A este rito externo, el apóstol le atribuye gracia interna, a saber: salvación, alivio corporal y, principalmente, perdón de los pecados. Las palabras “en nombre del Señor” prueban el origen divino del sacramento. Sólo Dios puede hacer que un rito externo dé gracia y perdone los pecados. No habla aquí Santiago del don de curar milagrosamente, don que fue concedido a los discípulos cuando no eran todavía sacerdotes, sino que habla de una institución divina que debe ser administrada por los sacerdotes. Librar a uno de males físicos no es “salvarle” en lenguaje evangélico, como puede verse por otros pasajes de esta misma epístola (1, 21; 2, 14; 4, 12; 5, 20). Uno de los efectos de este sacramento es el restablecimiento de la salud corporal, pero sólo cuando ésta conviene para la salvación del alma, como expresamente declara el Concilio de Trento.

ESCOLIO:
¿No hay que pensar que se equivocó el Concilio de Trento al citar el pasaje de San Marcos (VI, 13) como una prueba en favor del sacramento de la Extremaunción?
RESPUESTA:
No hay que pensar tal cosa, pues el Concilio de Trento midió y pensó cuidadosamente la palabra que usó. No dijo que la unción que usaban los apóstoles “era una prueba”, sino que “insinuaba”, es decir, prefiguraba este sacramento; como el bautismo del Bautista prefiguraba el de Jesucristo. La unción que menciona San Marcos se refería sólo a la salud corporal (Mat X, 1; Lucas IX, 1-2), y se daba no sólo a los enfermos, sino también a los ciegos y cojos; a los cristianos, lo mismo que a los judíos y gentiles. En suma: era un don carismático que Jesús concedió a los apóstoles para acreditarlos como ministros suyos (Mat X, 8) antes que los ordenase sacerdotes, y antes que instituyese el sacramento de la Penitencia, del cual es complemento el de la Extremaunción.

OBJECIÓN:
Si es cierto que la Extremaunción es un sacramento, ¿cómo es que nunca se menciona hasta el siglo XII?
RESPUESTA:
Este sacramento se menciona mucho antes del siglo XII. Es cierto que los padres y escritores primitivos no hablan de él con la frecuencia con que hablan de la Penitencia y de la Eucaristía, por ejemplo; pero la causa de esto es sencillísima. En primer lugar, no han llegado hasta nosotros más que fragmentos exiguos de los comentarios que escribieron sobre esta epístola San Clemente de Alejandría, Dídimo, San Agustín y San Cirilo de Alejandría. El comentario más antiguo que poseemos es el de San Beda (735), en, el siglo VIII.
La Extremaunción era consagrada siempre como un complemento de la Penitencia, y se daba antes del Viático, como se hace hoy no pocas veces. Nótese que aún nosotros hablamos de los que mueren con los últimos sacramentos, sin mencionar expresamente la Extremaunción; y por cada tratado sobre la Extremaunción hay en todas las lenguas quinientos sobre la Eucaristía. Además, no hay que esperar que los escritores de los primeros siglos hablasen en términos expresos y categóricos por el estilo de las definiciones del Concilio de Trento. La Iglesia estaba satisfecha con el texto de Santiago, y no necesitaba tratados teológicos que le dijesen que ungiese con óleo a los moribundos, pues sabía de sobra la eficacia sacramental de la Extremaunción.
Sin embargo, no faltan alusiones bastante claras entre los escritores eclesiásticos primitivos. 
ORIGENES (185-255), en su homilía sobre el Levítico (II, 43), dice que esta unción es complemento del sacramento de la Penitencia, y dice que la remisión de los pecados de que nos habla Santiago es semejante a la remisión que tiene lugar en el sacramento de la Penitencia. Como los enfermos están incapacitados para sobrellevar “los rigores y asperezas” de la penitencia pública, Dios proveyó para ellos con el sacramento de la Extremaunción.
SAN JUAN CRISÓSTOMO (344-407), en el tratado que escribió sobre el sacerdocio, compara el poder de los sacerdotes al poder de los padres carnales (3, 6). “Nuestros padres nos engendran para esta vida; los sacerdotes nos engendran, para la otra. Nuestros padres no pueden librarnos ni de las enfermedades ni de la muerte; en cambio, los sacerdotes curan con frecuencia el alma enferma y el peligro de perderse, suavizando el castigo a muchos y haciendo que otros ni siquiera caigan; y esto lo hacen no solamente con su doctrina, sino también con la ayuda de la oración. Porque no sólo nos perdonan los pecados cuando nos regeneran (por el bautismo), sino que tienen también poder para perdonarnos los pecados cometidos después del bautismo, pues como dijo Santiago: “¿Enferma alguno entre vosotros?”…, etc. Ahora bien: si la Extremaunción perdona los pecados, es un sacramento instituido por Jesucristo.
EL PAPA INOCENCIO I, en una carta (416) que escribió a Decencio, obispo de Gubio, cita el capítulo V de Santiago para probar que la Extremaunción es un sacramento al par que los de la Penitencia y Eucaristía. Añade que ese sacramento debe ser administrado por los sacerdotes o por los obispos, aunque el óleo no debe ser bendecido sino por el obispo, y termina diciendo que el sacramento mencionado por Santiago perdona los pecados.
Cesáreo de Arlés (503-543), en uno de sus sermones, reprende a los cristianos que acuden a los hechiceros en las enfermedades, y les dice que tenemos en la Iglesia un sacramento que cura el cuerpo y el alma, como lo declara Santiago (V, 14): “El que esté enfermo, que vaya a la Iglesia, y a la salud del cuerpo se le juntará el perdón de sus pecados.”
El Eucologio o Sacramentario, de Serapión, obispo egipcio, escrito el año 325, contiene una oración para bendecir el óleo de los enfermos, la cual es un argumento poderoso en favor de lo que venimos diciendo. Dice así la oración: “Te invocamos…, Padre de nuestro Salvador Jesucristo, y te pedimos que envíes desde el cielo sobre este óleo el poder de curar del Unigénito, para que a los que sean ungidos con él… los libre de enfermedades y les sea antídoto contra todos los demonios…, les dé gracia y les remita los pecados, les sea medicina vitalicia y les dé fortaleza y vigor de alma, cuerpo y espíritu, etc” (D. L. (d. l.: Dictionnaire d’Archéologie et Liturgia), 5, 1032).
Hay asimismo otro documento oriental del siglo IV que ha llegado hasta nosotros traducido al latín. Es un sacramentario, conocido con el nombre de Testimonio del Señor, en el que se puede ver una oración para consagrar el óleo de los enfermos, y, entre otras cosas, dice así: “Te pedimos, ¡oh Dios!, curador de todas las enfermedades y sufrimientos…, que envíes sobre este óleo… la plenitud de tu misericordia amorosa, para que con él se curen los enfermos y se santifiquen los que se arrepienten cuando acuden a Ti con fe” (D. L., 5, 1033).
También tenemos en el Occidente documentos parecidos. Tales son el Sacramentario de Gelasio (735) y el gregoriano, que Duchesne atribuye al Papa Adriano I (772-795), aunque es cierto que sus oraciones se decían ya en tiempo de San Gregorio (590-604). En esas oraciones se pide a Dios no sólo que “cure las enfermedades del cuerpo, sino también que se compadezca de las iniquidades del alma, para que “el cuerpo y el espíritu a una sientan refrigerio.” Es evidente que estos documentos litúrgicos de Oriente y Occidente son prueba clara de lo que la Iglesia creía y practicaba. Las palabras Extrema Unción las vemos mencionadas por primera vez en los estatutos atribuidos a Sonacio, obispo de Reims (600-631). Dice así uno de ellos: “Se debe llevar la Extremaunción al enfermo que la pida, y el sacerdote debe ir en persona a visitarle, animando al enfermo y preparándole debidamente para la gloria futura” (D. L. 5, 1034).

OBJECIÓN:
¿Cómo se administra la Extremaunción y cuáles son sus efectos? ¿No es cierto Que este sacramento contribuye a amedrentar al enfermo?
RESPUESTA:
El sacramento de la Extremaunción consiste en ungir los ojos, narices, boca, manos y pies del enfermo con aceite de oliva bendecido por el obispo. El sacerdote dice mientras unge: “Por esta santa unción y su piadosísima misericordia, perdónete el Señor las faltas que cometiste con…” (aquí se nombran separadamente los sentidos arriba citados). Cuando la muerte es inminente y no hay tiempo para ungir los diferentes sentidos, basta ungir la frente con esta fórmula: “Por esta santa unción, perdónete el Señor todas las faltas que has cometido.”
Este sacramento no se administra más que a los que están enfermos de peligro. Por eso no se debe administrar a los soldados a punto de entrar en batalla ni a los reos momentos antes de ser ejecutados, pues éstos, en sentido estricto, no están enfermos.
Los efectos de este sacramento son tres: fortalecer el alma para que sobrelleve la enfermedad con paciencia, darle nuevo vigor para que resista con valentía las tentaciones del demonio y dar salud al cuerpo si conviene para la salud del alma. Aunque los llamados sacramentos de vivos presuponen gracia santificante en el alma del que los recibe, y éste es un sacramento de vivos, sin embargo, si el enfermo está tan al cabo que no puede confesarse, este sacramento le perdona los pecados si lo recibe con atrición.
Diferir este sacramento hasta que el enfermo haya perdido el sentido para no amedrentarle, es pecaminoso, pues se le priva de los efectos saludables del sacramento. Nunca vacilamos en llamar al médico en caso de peligro, aunque ello sea presagio de muerte para el enfermo. ¿Por qué, pues, hemos de vacilar en llamar al Médico divino precisamente cuando el alma está a punto de franquear las puertas de la eternidad?

BIBLIOGRAFIA
Ascondo, Vademécum.
Ferreres, La muerte real y la muerte aparente.
Isasi, La Extremaunción.
Rojo. Manual de viático y Extremaunción.
Solanes, La Santa Unción.

LA SAGRADA COMUNIÓN

QUÉ ES.—Comulgar es recibir a Jesucristo presente en el Sacramento de la Eucaristía. En virtud de las palabras de la consagración, Jesucristo está presente bajo la apariencia de pan y vino. Pues bien; el que comulga recibe un trocito de ese pan consagrado, llamado hostia, la cual contiene a Jesucristo todo entero, quien pasa a ser alimento de su alma conforme al dicho del Salvador: “El que come mi carne vivirá por mí.”
NECESIDAD.— Conforme a esto, aquel que por culpa o liviandad dejare mucho tiempo sin comulgar, adelantará poco en la perfección cristiana y fácilmente desfallecerá. “Si no comiereis la carne del Hijo del hombre no tendréis vida en vosotros.” Pasa con el alma lo que con el cuerpo, que sin alimentarse no puede vivir.
Por eso la Iglesia obliga a los fieles, bajo pecado mortal, a recibir sacramentalmente la Comunión, por lo menos una vez al año, por Pascua Florida así como también cuando una enfermedad grave les pusiere en peligro de muerte. En este último caso la Comunión recibe el nombre de Viático, lo que significa que es para el alma el alimento destinado a fortalecerla en el gran viaje a la eternidad.
EFECTOS DE LA SAGRADA COMUNIÓN.—Son inestimables. Como su mismo nombre lo indica, el primero y más propio es el de incorporarnos o unirnos (Comunión: unión con) a Jesucristo, y por medio de él al Padre, al Espíritu Santo y a todos los justos que forman un solo cuerpo con Cristo, deificándonos con esta unión y haciéndonos participantes de su divinidad.
Pueden compararse los efectos de la Comunión a los que el pan produce en el que lo come. El pan se une íntimamente a nuestro cuerpo, le sustenta, le hace crecer, repara su flaqueza y cansancio, deleita el paladar. Así la Sagrada Comunión conserva y aumenta la vida de la gracia, entibia nuestros malos deseos, borra las manchas de los pecados leves y a menudo hace gustar dulces consuelos espirituales. Estas gracias sólo las alcanza el que se prepara convenientemente.
DISPOSICIONES.—Los que comulguen deben estar en ayunas de alimentos sólidos 3 horas antes de comulgar. Sin beber una hora solamente. El agua natural no rompe el ayuno.
Debe, sobre todo, el que comulga estar en gracia de Dios. Aquel que a sabiendas se acercare en pecado mortal cometería un gravísimo sacrilegio. La luz es agradable y benéfica a los ojos sanos y dañosa y perjudicial a los enfermos. De la misma manera el Cuerpo del Señor, para los puros, es medicina saludable, pero para los impuros es muerte del alma.
Aunque para comulgar con provecho basta el estado de gracia sin embargo, la Comunión aprovechará tanto más cuanto mayor sea el deseo de agradar a Dios y hacerse santo en el que comulga (rectitud de intención). De aquí la necesidad de prepararse cuidadosamente y de dar gracias con todo fervor después de comulgar.

PREPARACIÓN BREVE PARA LA SAGRADA COMUNIÓN
ACTO DE FE Y DE ADORACIÓN. Señor mío Jesucristo, creo con toda el alma que estáis realmente en el Santísimo Sacramento del altar con vuestro Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Por consiguiente, os adoro en este sacramento y os reconozco por mi Criador, Señor y Redentor, y por mi sumo y único bien.
ACTO DE ESPERANZA. Señor, espero que dándoos todo a mí en ese divino sacramento usaréis conmigo de misericordia y me concederéis todas las gracias que son necesarias para mi eterna salvación.
ACTO DE CARIDAD. Señor, os amo con todo mi corazón sobre todas las cosas, porque sois mi Padre, mi Redentor, mi Dios infinitamente amable, y por vuestro amor, amo a mi prójimo como a mí mismo, y perdono de corazón a los que me han ofendido.
ACTO DE CONTRICIÓN. Señor, detesto mis pecados, porque son ofensa vuestra y me hacen indigno de recibiros en mi corazón; propongo con vuestra gracia no volver a cometerlos en adelante, huir de sus ocasiones y hacer penitencia.
ACTO DE DESEO. Señor, deseo ardientemente que vengáis a mi alma, para que la santifiquéis y la hagáis toda vuestra por amor, de manera que ya no se separe de vos, sino que viva siempre en vuestra gracia.
ACTO DE HUMILDAD. Señor, no soy digno de que vengáis a morar en mí, pero decid una sola palabra y mi alma será salvada.

BREVE ACCIÓN DE GRACIAS PARA DESPUÉS DE LA SANTA COMUNIÓN
ACTO DE FE Y DE ADORACIÓN
. Señor mío Jesucristo, creo que estáis verdaderamente en mí con vuestro Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y, humillado en mi nada os adoro profundamente como a mi Dios y Señor.
ACTO DE ESPERANZA. Señor, ya que habéis venido a mi alma, haced que jamás me aparte de vos con el pecado, antes permaneced siempre en mi con la gracia: lo espero por vuestra bondad y misericordia.
ACTO DE CARIDAD. Señor, Dios mío, os amo cuanto sé y puedo, y deseo amaros cada vez más: haced que os ame sobre todas las cosas ahora y siempre por los siglos de los siglos.
ACTO DE OFRECIMIENTO. Señor, puesto que os habéis dado todo a mi, yo me entrego todo a vos: os ofrezco mi corazón y mi alma, os consagro toda mi vida y quiero ser vuestro por toda la eternidad.
ACTO DE PETICIÓN. Señor, dadme todas las gracias espirituales y temporales que conocéis ser útiles a mi alma; socorred a mis padres, a mis bienhechores, amigos y superiores y librad a las almas benditas del purgatorio.

ANTES DE LA COMUNIÓN
Oración de San Ambrosio
¡Oh piadoso Señor Jesucristo!, yo indigno pecador, confiado en vuestra misericordia y bondad más que en mis propios merecimientos, me acerco con temor y temblor a tomar parte en este banquete suavísimo del altar. Pues, reconozco que tanto mi corazón como mi cuerpo están manchados con muchos pecados, y que mi mente y mi lengua no han sido cuidadosamente. os habéis dado todo a mi, yo me entrego oh Majestad tremenda!, yo, miserable en medio de tantas angustias, recurro a Vos, que sois fuente de misericordia; a Vos acudo en busca de salud y me acojo bajo vuestra protección; y ya que me es imposible soportar vuestra mirada de juez irritado deseo vivamente contemplaros como mi Salvador. A Vos Señor, descubro mis llagas y mi vergüenza; conozco que os he ofendido frecuente y gravemente, y por eso me inspiráis temor. Mas espero en vuestra misericordia infinita; miradme con ojos misericordiosos, Señor Jesucristo, Rey eterno, Dios y Hombre crucificado por los hombres. Oídme, pues en Vos tengo puesta la esperanza; apiadaos de mi, que estoy lleno de miserias y de pecados, Vos que sois fuente de misericordia, que no cesa, jamás de manar. Salve, Victima de salvación, ofrecida en el patíbulo de la cruz por mí y por todo el linaje humano. Salve, noble y preciosa Sangre que mana de las llagas de nuestro Señor Jesucristo, crucificado y lava todos los crímenes del mundo ; acordaos Señor, del hombre que habéis rescatado con vuestra sangre. Me arrepiento ya de haberos ofendido y propongo enmendarme en lo sucesivo. Padre clementisimo, alejad de mí todas mis iniquidades y todos mis pecados, para que, purificado de alma y cuerpo, merezca entrar dignamente en el Santo de los Santos, y que este cuerpo y esta Sangre que deseo tomar, aunque indigno, sirvan para remisión de mis culpas, para purificar totalmente mi alma de sus delitos, para ahuyentar los pensamientos torpes, para devolverle los buenos sentimientos; dar eficacia a las obras que a Vos os agradan, y, finalmente, para firmísima protección contra las asechanzas del enemigo de mi alma y de mi cuerpo. Amén.
(Tres años de indulgencia, en favor del Sacerdote celebrante, una vez al día.)

ORACION A JESÚS QUE VIVE EN MARÍA 
(Olier)
Oh Jesús, que vivís en María, venid a vivir en vuestros siervos, con el espíritu de de vuestra santidad, con la plenitud de vuestra fuerza, con la verdad de vuestra virtud, con la perfección de vuestra vida, con la comunión de vuestros misterios, dominad sobre toda adversa potestad con vuestro espíritu para la gloria del Padre. Amén.

ORACIÓN DE SAN ANSELMO
Señor, dijisteis con vuestros sacrosantos y benditos labios: “El pan que yo os daré es mi carne por la salvación del mundo. El que comiere de este pan vivirá eternamente”. ¡Oh pan de incomparable dulzura, sana la enfermedad de mis sentidos a fin de que guste la suavidad de tu amor! ¡Disipa todas las languideces de mi alma, para que no experimente otro atractivo que el tuyo, no cante otro amor sino a Ti, ni ame más belleza que la tuya! ¡Oh pan candidísimo que encierra toda suerte de delicias y el más exquisito sabor; tú que sacias eternamente nuestra hambre sin mengua alguna tuya, sé el alimento de mi corazón, y que tu sabor inunde los senos de mi alma! Y como el ángel se embriaga de tus maravillas, haz que acá abajo el hombre viador se sacie de Ti en cuanto es dado a su naturaleza a fin de que, fortificado con tal viático, no desfallezca en las andanzas de su peregrinación. Pan sagrado, pan vivo, pan de inefable belleza, de pureza inmaculada, pan bajado del cielo y que das la vida al mundo, ven a mi corazón, purifícame de todas las suciedades de la carne y del espíritu; entra en mi alma interior y exteriormente. Amen.
¡Dios mío, a Tí aspiro, y me dirijo desde que apunta la aurora; de Ti está sedíenta mi alma! (Salmo LXII, I.) 
Señor, vos sabéis que os amo. (Jn., XXI, 15.)

ORACIÓN DE SANTO TOMAS DE AQUINO
Aquí me llego, todopoderoso y eterno Dios, al sacramento de tu unigénito Hijo mi Señor Jesucristo, como enfermo al médico de la vida, como sucio a la fuente de misericordia, como ciego a la luz de la claridad eterna, como pobre y miserable al Señor de los cielos y la tierra.
Ruego, pues, a tu infinita bondad y misericordia tengas a bien sanar mi enfermedad, limpiar mi suciedad, alumbrar mi ceguedad, enriquecer mi pobreza y vestir mi desnudez, para que así pueda yo recibir el pan de los ángeles, al Rey de los reyes, al Señor de los señores, con tanta reverencia y humildad, con tanto dolor y devoción, con tal fe y tal pureza y con tal propósito e intención cual conviene para la salud de mi alma.
Dame, Señor, que reciba yo, no sólo el sacramento de tu sacratísimo Cuerpo, sino también la virtud y gracia del sacramento. ¡Oh Dios benignísimo, dame que reciba yo el Cuerpo de tu unigénito Hijo y Señor nuestro Jesucristo, formado de María Virgen, de tal modo que merezca ser incorporado a su cuerpo místico y contado entre sus miembros! ¡Oh amantísimo Padre, concédeme tu Hijo amado, al cual deseo ahora recibir encubierto y velado, de manera que merezca yo contemplarle para siempre descubierto y sin velo en la eternidad! Amén.
(Indulgencia de tres años; plenaria al mes, por el rezo diario, con las condiciones acostumbradas).

ORACIÓN DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
¡Oh divino Jesús mío. oh amado de mi corazón os amo, o al menos deseo amaros con toda la capacidad de mi corazón!
¡Ah, justo es que os ame, puesto que por mi, no solo quisisteis sacrificar vuestra vida en el Calvario, sino instituir además el adorable Sacramento, del que tengo la dicha de participar, y por el que os recibo en mi corazón, estrechando la más íntima unión con vos.
Vos mismo me invitáis a venir a Vos y a recibiros, ¡Oh amor inmenso, oh amor incomprensible! ¡Mi Dios quiere darse a mí, débil y miserable criatura, a mí que tantas veces le he sido infiel!
¡Oh Dios de amor, os amo, os amo sobre todas las cosas; os amo más que a mí mismo; os amo únicamente por Vos y por vuestra infinita amabilidad! ¡Ah, quisiera veros amado Por todos los corazones y en todo el mundo! ¡Por lo menos os amaré yo hasta el último suspiro! ¡Madre de mi Jesús, vos que le amásteis más que todas las criaturas juntas, y que tanto deseáis verle amado por todos los corazones, rogad por mí, a fin de que mi corazón le ame cada vez más y persevere hasta el fin en su santo amor!

ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
¡Oh Madre de piedad y de misericordia, beatísima Virgen María, yo, miserable e indigno pecador, recurro a vos con todo el afecto y amor de que soy capaz, y suplico a vuestra piedad que, como asististeis a los Apóstoles que en el cenáculo se preparaban a recibir el Espíritu Santo, así os dignéis también asistirme benignamente, a mí, pobre pecador, de manera que, socorrido por vuestra gracia, pueda recibir dignamente el cuerpo y sangre de vuestro divino Hijo y nuestro Salvador Jesucristo. Amén.

ORACIÓN A SAN JOSE
¡Oh feliz varón San José, que os fue dado no sólo ver y oír al Dios a quien muchos reyes desearon ver y no le vieron, oír y no le oyeron, sino también guiarle, besarle, vestirle y custodiarle.
V. Ruega por nosotros, santísimo José.
R. Para que seamos dignos de las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Oración. Haced, oh Señor, que así como el bienaventurado José mereció tocar con sus manos y llevar en ellas a tu Hijo Unigénito, nacido de María Virgen, así podamos serviros con toda limpieza de corazón y santidad de obras Para poder recibir hoy dignamente el sacrosanto Cuerpo y Sangre de tu Hijo y merecer en la otra vida el premio eterno. Amén.
(Indulgencia de tres años en favor del Sacerdote celebrante).

DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
ORACIÓN DE SAN BUENAVENTURA

Dulcísimo Señor Jesús, traspasad con el suavísimo y salutífero dardo de vuestro Amor lo más íntimo de mi alma con una verdadera, santa y perfecta caridad, a fin que mi alma languidezca y se derrita en el amor y deseo de Vos solo. A sólo Vos aspire y desfallezca en vuestros atrios deseando verse libre de la carne para estar ron vos en el paraíso. Concededme, Señor, que mi alma tenga hambre de Vos, pan los ángeles, alimento de las almas santas, pan nuestro cotidiano, sobresubstancial, que encierra todo sabor y dulzura, y todo suavísimo deleite. Haced que tenga siempre hambre de Vos, y siempre mi corazón se nutra de Vos, en quien desean mirarse los ángeles, y con la dulzura de vuestro sabor se hinchen los senos de mi alma; tenga siempre sed de Vos, fuente de vida, fuente de sabiduría y de ciencia, fuente de luz eterna, torrente de delicias, abundancia de la casa de Dios; a Vos siempre os desee, a Vos os busque, a Vos os halle, a Vos tienda, a Vos llegue, a Vos os medite, de Vos hable, y todo obre para alabanza y gloria de vuestro santo nombre, con humildad y discreción, con amor y gusto, con facilidad y afecto, con perseverancia hasta el fin. Vos sólo seáis siempre mi esperanza, toda mi confianza, mis riquezas, mi gozo y mi alegría, mi descanso y tranquilidad, mi paz, mi suavidad, mi olor, mi dulzura, mi refección, mi refugio, mi auxilio, mi sabiduría, mi porción, mi posesión, mi tesoro, donde estén siempre fijos, firmes e inconmoviblemente arraigados mi mente y mi corazón. Amén.
(Indulgencia de tres años en favor del Sacerdote celebrante).

ORACIÓN A JESUCRISTO.
¡Cuán suave es la dulzura de vuestro pan celestial! ¡Cuán admirable es la tranquilidad y completa la paz de quien os recibe, después de haber detestado y sinceramente confesado las propias culpas! ¡Bendito seáis mil veces, oh Jesús mío!. Infeliz era cuando vivía en mis pecados. Ahora no sólo experimento la tranquilidad de mi alma, sino que me parece pregustar la paz del paraíso. ¡Ah cuán cierto es que nuestro corazón ha sido hecho para Vos, oh mi amado Señor, y que solamente goza cuando descansa en Vos! Os doy gracias y propongo huir del pecado y de sus ocasiones y fijar mi morada en vuestro corazón, de donde espero los auxilios para poder amaros hasta la muerte. Amén.
(Quinientos días de indulgencia, rezándola después de la Comunión; plenaria al mes, por su rezo diario, con las condiciones acostumbrabas)

ORACIÓN DE SAN BUENAVENTURA
Señor Jesús, sedme propicio por vuestro Cuerpo y Sangre que acabo de recibir. Vos dijisteis: El que come mi carne y bebe mi sangre mora en mí y yo en él, por lo que os suplico que creáis en mí un corazón nuevo y renovéis en mí el espíritu de justicia, me fortifiquéis con vuestro santo Espíritu, me defendáis de todos los peligros, me corrijáis de mis vicios, de manera que merezca participar un día de los goces celestiales. Arrancad de mi corazón todo extraño amor y haced que esté crucificado para el mundo y unido a Vos mismo Jesucristo, gustando de mi descanso en Dios como en mi centro. Sólo una cosa me es necesaria y es la única que busco. Lejos de mí la multitud de vanos pensamientos. No tengo ya más que un amigo, un solo amor: Jesucristo, mi Dios y el esposo de mi alma. No hay ya en mí gusto ni atractivo, sino en Jesucristo. Sea Él todo mío y yo todo suyo; venga a ser mi corazón una sola cosa con Él, de modo que no sepa, ni ame, ni desee sino a mi Señor Jesús y Jesús Crucificado.

A LA SANTÍSIMA VIRGEN
(De Santa Gertrudis)
¡Oh beatísima Virgen María, he aquí a vuestro dulcísimo Hijo a quien llevasteis en vuestro seno y disteis al mundo para la salvación de todo el genero humano!
¡He aquí Aquel a quien visteis crecer en sabiduría y gracia delante de Dios y delante de los hombres, y con quien pasaste íntimamente unida en este mundo durante tantos años! ¡A Este, por un inestimable beneficio de la bondad divina, acabo de recibirle en mi corazón!
¡Oh Madre mía dulcísima, a vos os lo presento con humildad y amor! ¡Os lo ofrezco para que lo estrechéis en vuestros brazos, le colméis de vuestros santos besos y le améis con vuestro corazón!
¡Os lo ofrezco para que conmigo le adoréis, le ofrezcáis por mí a la Santísima Trinidad con un culto supremo de adoración! Por mis necesidades, por las del mundo entero, y finalmente, para que en esta oferta la eminente prerrogativa de vuestra dignidad supla a la pobreza de mis méritos y a mi extrema indigencia.
Ángel de mi guarda, San José, Santos y Santas todos del cielo, venid a alabar y a dar gracias por mí a Jesús, y alcanzadme la gracia de que esta comunión me disponga para una vida tan piadosa que me asegure la consecución de la gloria eterna, en la que pueda cantar con vos las divinas alabanzas por todos los siglos de los siglos. Amén.

ORACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN
¡Hasta dónde, oh amantísimo Jesús mío, ha llegado vuestra excesiva caridad! Con vuestra Carne y preciosísima Sangre me habéis preparado una divina mesa en la que os dais Por completo a mí. ¿Quién os ha impulsado a tales transportes de amor? Nadie ciertamente, sino vuestro amorosísimo Corazón. Oh Corazón adorable de mi Jesús, horno ardentísimo del divino amor, recibid a mi alma en vuestra sacratísima llaga, para que en esta escuela de caridad aprenda a amar a aquel Dios que tan admirables pruebas de su amor me dio. Amén.
(Quinientos días de indulgencia; plenaria al mes, por su rezo diario, con las condiciones acostumbradas).

ORACIÓN PARA OBTENER LA DEVOCIÓN A LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Os ruego con todo encarecimiento, oh dulcísimo Señor mío Jesucristo, que vuestra Pasión sea la fuerza que me asegure, proteja y defienda; que vuestras llagas sean la comida y bebida espiritual de mi alma; que la aspersión de vuestra sangre sea para mí el baño purificador de mis culpas; que vuestra muerte me obtenga la vida sin fin; que vuestra cruz sea, para mí, vida sempiterna. Encuentre yo en la meditación de vuestra Pasión apoyo, fortaleza, salvación y consuelo. Concededme estas gracias, Vos que vivís y reináis por los siglos de los siglos. Amén.
(Los sacerdotes que recen esta oración como acción de gracias después de la Misa ganan una indulgencia de tres años. Rezándola, si es posible, de rodillas se obtiene el perdón de los errores y negligencias cometidos por fragilidad humana durante la celebración de la Misa. S. C. Indulg., 11 de diciembre de 1846.)

ORACIÓN DE SAN IGNACIO DE LOYOLA
Tomad, Señor, toda mi libertad; recibid mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro; disponed a toda vuestra voluntad. Dadme sólo vuestro amor y gracia, y seré bastante rico, ni os pediré otra cosa.
(Indulgencia de tres años, Plenaria una vez al mes. con las condiciones acostumbradas, rezándola todos los días.)

ORACIÓN DE SANTO TOMAS DE AQUINO
Gracias te doy, Señor santo, Padre todopoderoso, Dios Eterno porque a mí pecador, indigno siervo tuyo, sin mérito alguno de parte mía, sino por pura dignación de tu misericordia, te has dignado admitirme a la participación del sacratísimo Cuerpo y Sangre de tu unigénito Hijo. Suplicóte que esta Sagrada Comunión no sea para mi alma lazo ni ocasión de castigo; sino intercesión saludable para el perdón; sea armadura de mi fe, escudo de mi buena voluntad, muerte de todos mis vicios, exterminio de todos mis carnales apetitos y aumento de caridad, paciencia y verdadera humildad, y de todas las virtudes: sea perfecto sosiego de mi cuerpo y de mi espíritu, firme defensa contra todos los enemigos visibles e invisibles, perpetua unión contigo solo, mi verdadero Dios y Señor, y sello feliz de mi dichosa muerte. Y te ruego tengas por bien llevarme a mi pecador, a aquel convite inefable donde tú con tu Hijo y el Espíritu Santo eres para tus Santos luz verdadera, satisfacción cumplida y gozo perdurable, dicha completa y felicidad perfecta. Amén.
(Indulgencia de tres años. Plenaria al mes, rezándola todos los días, confesando y visitando una Iglesia u oratorio público, y rogando por las intenciones de la Iglesia)

INVOCACIONES DE SAN IGNACIO
Alma de Cristo, santifícame. 
Cuerpo de Cristo, sálvame. 
Sangre de Cristo, embriágame. 
Agua del costado de Cristo, lavame. 
Pasión de Cristo, confórtame. 
¡Oh buen Jesús!, óyeme. 
Dentro de tus benditas llagas, escóndeme. 
No permitas que me aparte de Tí. 
Del maligno enemigo, defiéndeme. 
En la hora de mi muerte, llámame y mándame ir a Ti para que con tus Santos te alabe por los siglos de los siglos. Amén.
(Indulgencia de trescientos días. Indulgencia de siete año; después de la Comunión. Plenaria una vez al mes, con las condiciones acostumbradas. rezándola. todos los días.)

ORACIÓN A JESUS CRUCIFICADO
Heme aquí, oh bondadoso y dulcísimo Jesús, postrado en vuestra presencia; os ruego y suplico con el mayor fervor imprimáis en mi corazón vivos sentimientos de Fe, Esperanza y Caridad, verdadero dolor de mis pecados y propósito firmísimo de enmendarme; mientras que yo, con todo el amor y con toda la compasión de mi alma, voy considerando vuestras cinco llagas, teniendo presente aquello que dijo de Vos, oh buen Jesús, el Santo Profeta David: Han taladrado mis manos y mis pies, y se pueden contar todos mis huesos.
(Rezando esta oración delante de una imagen de Jesús Crucificado se gana una indulgencia de diez años; plenaria después de la Confesión y Comunión)

A JESUCRISTO REY
¡Oh Cristo Jesús!, yo os reconozco como rey universal; Todo cuanto existe ha sido creado por Vos. Ejerced sobre mí todos vuestros derechos.
Renuevo las promesas del bautismo renunciando a Satanás, a sus pompas y a sus obras y prometo vivir como buen cristiano. Y muy particularmente me comprometo a hacer triunfar, según mis fuerzas, los derechos de Dios y de vuestra Iglesia.
Corazón divino de Jesús, yo os ofrezco mis pobres acciones para lograr que todos los corazones reconozcan vuestra, sagrada Realeza y que así se establezca en el mundo el reino de vuestra paz. Amén.
(Indulgencia plenaria una ves al día, con las condiciones acostumbradas.)

OTRAS ORACIONES PARA DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Yo creo, oh Jesús, que habéis, venido a mi alma. Os adoro con los mismos sentimientos con que os adoraron, en la gruta de Belen, los Pastores, los reyes magos y vuestra misma Madre, la Virgen Santísima, y con todo mi corazón os doy gracias por este insigne beneficio que me habéis hecho, dándoos a mí todo entero. 
¡Cuán hermoso es, oh mi amado Jesús, estar con Vos!. Ya que habéis tomado posesión de mi corazón, permaneced siempre en mí con vuestra divina gracia y no permitáis jamás que vuelva a separarme de Vos.
¡Oh Señor, Vos os habéis dado todo a mi, yo me entrego todo a Vos! Os ofrezco todas mis acciones, todos mis pensamientos, todos mis afectos, todas mis fatigas, todos mis sudores, todas mis penas, todo mí mismo. Yo me consagro todo a Vos y entiendo aceptar como venidas de vuestra mano todas las tribulaciones que encontrare en mi \ida, en expiación de mis pecados y por la salvación de los Pobres pecadores, hermanos nuestros. Deseo ser vuestro ahora y siempre, por toda la eternidad.
¡Cuántas cosas, oh Jesús mío, tendría que pediros! Mas soy tan miserable, que ni tampoco soy capaz de conocer cuáles son las gracias que necesito. Pero Vos, que conocéis mis necesidades, concededme todo aquello que veis ser más necesario para el bien de mi alma. Haced que siempre esté conforme con vuestra voluntad, que huya del pecado, y que sea fiel en el cumplimiento de todas mis obligaciones.
En fin, ¡oh mi dulcísimo Jesús! Os pido la gracia de poder cumplir la práctica de los nueve primeros viernes, recibiéndoos siempre con las debidas disposiciones y
venciendo todas las dificultades que procurará ponerme delante el enemigo de mi alma.
¡Ah Corazón Sacratísimo de Jesús. Salvador de todos aquellos que en Vos confían, yo me abandono con entera confianza en los brazos de vuestra misericordia! 
¡Corazón de Jesús, en Vos confío!

DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

El misterio de la Santísima Trinidad es el fundamento y la fuente de todos los demás misterios. Contemplamos en él con gozo el principio de todos los beneficios divinos y exclamamos con San Juan: “Dios es amor”. En efecto, vemos en la primera de las personas, a un padre que nos ama hasta llamarnos y considerarnos sus hijos; en la segunda, a un mediador que ofrece su sangre en remisión de nuestros pecados, a un pontífice que ruega por nosotros, a un abogado que defiende nuestra causa; en la tercera, a un amigo que se ocupa incesantemente en nuestra santificación, a un sostén de nuestra debilidad, a un consolador de nuestras aflicciones, al inspirador de todos los buenos pensamientos, al autor de las gracias que forman los santos.
La Iglesia tiene tal empeño en que jamás perdamos de vista este misterio, que lo recuerda en su Sacrificio, en todos sus cantos y ceremonias, no cesando de repetir: Gloria al Padre, Gloria al Hijo, Gloria al Espíritu Santo; e imita a los Serafines que mutuamente cantan y se responden: ¡Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios de los ejércitos!
Unámonos a estas voces de la tierra y del cielo: pensemos con frecuencia en la Santísima Trinidad y esté nuestro corazón penetrado de fe, de adoración y de amor hacia el mayor y más sublime de loa misterios cuya contemplación constituirá nuestra felicidad por toda la eternidad.

PRÁCTICAS DE PIEDAD
Hónrase especialmente este augusto misterio los domingos. Las prácticas de piedad recomendadas son:
La señal de la cruz hecha antes y después de nuestras principales acciones, en los peligros y en las tentaciones.
(Cien días de indulgencia, si se pronuncian las palabras; trescientos días, si se pronuncian tomando a la vez agua bendita).

El Gloria Patri, hermosa jaculatoria que debemos repetir mucha; veces, porque nos sirve para alabar a Dios, para ofrecerle nuestras acciones y rectificar nuestros intenciones.
(Quinientos días de indulgencia, tres veces al día — mañana, mediodía y noche—, si dicha alabanza se reza tres veces para dar gracia; a la augusta Trinidad por los dones y privilegios concedidos a María Santísima. Plenaria al mes, con las condiciones acostumbradas, si se reza todos los días en los tiempos indicados).

Novena en honor de la Santísima Trinidad en público o en particular, con algunas oraciones antes de su fiesta o en cualquier otro tiempo.
(Siete años., cada día. Plenaria por el ejercicio completo, con las condiciones acostumbradas).

Noche del nuevo año, del 31 de diciembre al 1° de enero, si se asiste a algún piadoso ejercicio entre las 23:30 y las 0:30, para dar gracias a la Santísima Trinidad por los beneficios recibidos durante el año y según las intenciones del Sumo Pontífice:
Diez años de indulgencia. Plenaria, si se añade la Confesión y la Comunión. Para este piadoso ejercicio hecho privadamente, indulgencia de siete años; y plenaria, sólo en el caso de que no se pueda asistir, por legítima causa, al ejercicio público.
Primer día del año. Renovación de los votos bautismales.

TRISAGIO ANGÉLICO
V. Dómino, labia mea apéries.
R. Et os meum annuntiábit laudem tuam.
V. Deus in adjutórium meum inténde.
R. Dómine, ad adjuvándum me festina.
Gloria Patri, et Filio, etc.

ACTO DE CONTRICIÓN
Amorosísimo Dios. Trino y Uno, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en quien creo, en quien espero, a quien amo con todo mi corazón, cuerpo y alma, sentidos y potencias; por ser Vos mi Padre, mi Señor, y mi Dios, infinitamente bueno y digno de ser amado sobre todas las cosas, me pesa, Trinidad santísima: me pesa, Trinidad misericordiosísima; me pesa. Trinidad amabilísima, de haberos ofendido, sólo por ser quien sois: propongo y os doy palabra de nunca más ofenderos, y morir antes de pecar; espero en vuestra suma bondad y misericordia infinitas me habéis de perdonar todos mis pecados, y daréis vuestros divinos auxilios para perseverar en un verdadero amor y cordialísima devoción a vuestra siempre amabilísima Trinidad. Amén.
Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, tened misericordia de nosotros.
(Indulgencia de quinientos días. Plenaria al mes por su rezo diario).

EN UNIÓN DE LOS ÁNGELES
Un Padrenuestro y un Glóriapatri, y se dirá en seguida:
Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos, llenos están los cielos y la tierra de vuestra gloria.
(Indulgencia de trescientos días).

Esto se repite nueve veces y luego se dice:
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, y ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, tened misericordia de nosotros.

EN UNIÓN DE LOS SANTOS 
Padrenuestro, y lo demás como la primera vez.
.. En unión de las almas fervorosas .. 
Padrenuestro y lo demás como la primera vez.
A Tí, Dios Padre ingénito; a tí, Hijo unigénito; a Ti, Espíritu Santo paráclito, santa e individua Trinidad, de todo corazón te confesamos, alabamos y bendecimos; a Ti se dé la gloria por los infinitos siglos de los siglos.
(Por esta invocación; indulgencia de quinientos días; plenaria al mes por su rezo diario, con las condiciones acostumbradas).

V. Bendigamos al Padre, y al Hijo y ni Espíritu Santo.
R. Alabémosle y ensalcémosle por todos los siglos.

Oración
Omnipotente y sempiterno Dios, que te has dignado revelar a tus siervos, en la confesión de la verdadera fe, la gloria de tu eterna Trinidad y que adorasen la unidad en tu augusta Majestad; te rogamos, Señor, que por la firmeza de esta fe, nos veamos siempre libres de todas las adversidades, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
(Indulgencia de cinco años; plenaria al mes por su rezo diario, con las condiciones acostumbradas).

Sálvanos, santifícanos, vivifícanos, ¡oh Beatísima Trinidad! Amén.

ORACIÓN DE SAN AGUSTIN
(Meditaciones de San Agustín, cap. XII).
¡Oh Santa Trinidad!, una virtud e indivisa Majestad, Dios nuestro, Dios todopoderoso: yo, el más vil de vuestros siervos y el más pequeño miembro de vuestra Iglesia, os alabo y bendigo con sacrificio de eterna alabanza por el saber y poder que os habéis dignado dar a este gusanillo. Y porque no tengo otros dones que ofreceros, os ofrezco con grande voluntad y alegría mis deseos interiores y el sacrificio de fe no fingida y de conciencia pura que, por vuestra misericordia, de Vos he recibido. Yo pues, ¡oh Rey del rielo y de la tierra!, de todo mi corazón creo y confieso que sois mi Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, trino en las personas y uno en la substancia. Dios verdadero, todopoderoso, una, simple, incorporal, invisible e ilimitada naturaleza, que ni tiene sobre Sí ni debajo de Sí cosa mayor ni igual, pero en todas las maneras es perfecta, sin deformidad; grande, sin cantidad; buena, sin calidad; eterna, sin tiempo; vida, sin muerte; fuerte, sin flaqueza; verdad, sin mentira; presente, sin ocupar lugar, y presente en lodo lugar; que llena todas las cosas sin extensión, y en todos los lugares se halla sin contradicción, y mueve toda las cosas sin moverse, y está dentro de ellas y no encerrado, y las crió todas sin tener de ellas ninguna necesidad, y las rige sin trabajo, y sin tener principio les da a todas principio, y sin mudarse las muda.
Vos, Señor, sois: en la grandeza, infinito; en la virtud, todopoderoso; en la bondad, sumo; en la sabiduría, inestimable: en los consejos, terrible; en los juicios. justo; en los pensamientos, secretísimo; en las palabras, verdadero; en las obras, santo; en la misericordia, copiosísimo; para con los pecadores, pacientísimo; para con los penitentes, piísimo; siempre el mismo, eterno, sempiterno, bien inmortal e inconmutable, que ni lo ancho os dilata, ni lo angosto os estrecha, ni lugar alguno os aprieta, ni la voluntad os muda, ni la necesidad os aflige, ni las cosas tristes os entristecen, ni las alegres os alegran, ni el olvido os quita, ni la memoria os añade, ni las cosas pasadas pasan delante de Vos, ni las venideras suceden. A quien el origen no da principio; ni el tiempo, progreso; ni el acaecimiento, fin; sino que, ante todos los siglos, y en los siglos; y en todos los siglos, y por todos los siglos, vivís para siempre y tenéis alabanza perpetua, gloria eterna, poder infinito, honra singular, reino sempiterno e imperio sin fin, por infinitos y sempiternos siglos de los siglos. Amén.

ORACIÓN A LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Omnipotencia del Padre, venid en ayuda de mi fragilidad y sacadme del abismo de mi miseria.
Sabiduría del Hijo, dirigid todos mis pensamientos, palabras y acciones.
Amor del Espíritu Santo, sed el principio de todas las operaciones de mi alma, para que todas ellas estén siempre conformes con; el divinó beneplácito.
(Quinientos días de indulgencia).

Dios mío, mi único bien, vos sois todo para mí, haced que yo sea todo para vos.
(Trescientos días de indulgencia. Plenaria al mes, con las condiciones acostumbradas, rezándola todos loe días ).

TRES ACCIONES DE GRACIAS
1°. Ofrezcamos a la Santísima Trinidad los méritos de Jesucristo en agradecimiento por la preciosísima sangre que derramó en el huerto por nosotros; y pidamos por ellos a su divina Majestad el perdón de nuestros pecados. (Padrenuestro, Avemaria y Gloriapatri.)
2°. Dad los méritos de Jesucristo en agradecimiento por la preciosísima muerte que por nosotros soportó en la cruz; y pidamos por ellos a su divina Majestad la remisión de las penas debidas por nuestros pecados. [Padrenuestro, Avemaría y Gloriapatri).
3. Ofrezcamos a la Santísima Trinidad los méritos de Jesucristo en agradecimiento por su inefable caridad, movido de la cual bajó del cielo a la tierra para tomar carne humana, y padecer y morir por nosotros en la cruz; y pidamos por ellos a su divina Majestad que después de diestra muerte lleve nuestras almas a la gloria celestial. (Padrenuestro, Avemaria v Gloriapatri.)

ORACIÓN A DIOS PADRE
Señor y Dios nuestro, os ofrecemos nuestros corazones unidos por el más fuerte y sincero amor fraternal; os pedimos que Jesús Sacramentado sea el alimento cotidiano de nuestros cuerpos y almas: que Jesús constituya el centro de nuestros amores, como lo era de María y de José. En fin Señor, que nunca el pecado turbe nuestra unión en la tierra, la que deberá permanecer eternamente con Vos. María, José y todos los Santos en el cielo. Amén.
(Quinientos días de indulgencia)

LETANIAS DEL SANTISIMO NOMBRE DE JESÚS

Kyrie, eléison.
Christe, eléison.
Kyrie, eléison.
Jesu, audi nos. Miserere Nobis
Jesu, exáudi nos. ” “
Pater de coelis Deus, ” “
Fili, Redémptor mundi Deus, ” “
Spiritus Sáncte Deus. ” “
Sancta Trínitas Unus Deus. ” “
Jesu, Fili Dei vivi, » »
Jesu, splendor Patris, » »
Jesu, candor lucis etérnae, » »
Jesu, rex glóriae, » »
Jesu, sol justítiae. » »
Jesu, Fili Maríae Vírginis, » »
Jesu, amábilis, » »
Jesu, admirábilis, » »
Jesu, Deus fortis, » »
Jesu, pater futúri saeculi, » »
Jesu, magni consílii Angele, » »
Jesu, potentíssime, » <
Jesu, patientissime, » >
Jesu, obedientíssime, » »
Jesu, mitis et húmilis corde, » »
Jesu, amátor castitátis, » »
Jesu, amátor noster, » «
Jesu, Deus pacis, » «
Jesu, auctor vitae, > «
Jesu, exémplar virtútum, » »
Jesu, zelátor animárum, » »
Jesu, Deus noster, » »
Jesu, refúgium nostrum, » ”
Jesu, pater páuperum, » »
Jesu, thesáure fidélium, 
Jesu, bone Pastor, » »
Jesu, lux vera, » »
Jesu, sapiéntia aetérna, » »
Jesu, bonitas infinita, » »
Jesu, vía et vita nostra, » »
Jesu, gáudium Angelórum, » »
Jesu, rex Patriarchárum, » »
Jesu, Magister Apostolórum, » »
Jesu, doctor Evangelistárum, » »
Jesu, fortitúdo Mártyrum, » »
Jesu, lumen Confessórum, » »
Jesu, púritas Vírginum, 
Jesu, corona sanctórum ómnium.,
Propitius esto, parce nobis, Jesu
Propitius esto, exáudi nos, Jesu
Ab omni malo, libera nos, Jesu
Ab omni peccáto, » »
Ab ira tua, » »
Ab insidiis diáboli, » »
A spiritu fornicatiónis, » »
A morte perpetua, » »
A negléctu inspiratiónum tuárum, » »
Per mystérium sanctae incarnatinis tuae, » »
Per Nativitátem tuam, » »
Per Infantiam tuam, »
Per divintssimam vitam tuam, 
Per labores tuos, » »
Per agoníam et passiónem tuam, » »
Per Crucem et derelictiónem tuam, » »
Per languores tuos, » »
Per mortem et sepultúram tuam. » »
Per Resurrectiónem tuam, » »
Per Ascensiónem tuam, » »
Per Sanctíssimne Eucharístiae institutiónem tuam, » »
Per gáudia tua, » »
Per glóriam tuam, » » Agnus Dei, qui tollis percata mundi, parce nobis, Jesu. » »
Agnus Dei, qui tollis peceáta mundi, exaudí nos, Jesu, » »
Agnus Dei, qui tollis peccáta mundi, miserere nobis, Jesu. » » Jesu, audi, nos;  » »
Jesu, exaudí nos. » »

Orémus
Dómine, Jesu Christe, qui dixísti: Pétite, et accípiétis; quaerite, et inveniétis; pulsáte, et aperiétur vobis: quaesumus, da nobis peténtibus diviníssimi tui amóris afféctum, ut te toto corde, ore et opere diligámus, et a tua numquam laude cessemus.
Sancti nóminis tui, Dómine, timórem páriter et amorém fac nos habére perpétuum; quia númquam tua gubernatióne destituís quos in soliditáte tuae dilectiónis instituís. Qui vivís et regnas in saecula saeculórum.
Amén.

(Indulgencia de siete años. Plenaria al mes, con las condiciones acostumbradas, rezando devotamente todos los días las letanías con los “Oremus”).

INVOCACIONES AL SANTÍSIMO NOMBRE DE JESÚS.

(San Bernardino de Sena)
¡Oh buen Jesús! ¡Oh piadosísimo Jesús! ¡Oh dulcísimo Jesús! ¡Oh Jesús, Hijo de María Virgen, lleno de misericordia y de piedad! ¡Oh dulce Jesús, tened piedad de mí según vuestra gran misericordia! ¡Oh clementísimo Jesús, por la preciosísima sangre que derramasteis por los pecadores, os pido que borréis todas mis iniquidades y os dignéis dirigir una mirada de compasión a este miserable e indigno pecador, que humildemente os pide perdón e invoca este vuestro santo nombre! ¡Oh nombre de Jesús, nombre dulcísimo! ¡Nombre de Jesús, nombre deliciosísimos! ¡Nombre de Jesús, nombre de aliento y fortaleza! ¡Jesús, es decir, Salvador! ¡Ah, sí, oh Jesús, por vuestro santo nombre, sed para mí Jesús y salvadme! No permitáis que yo venga a condenarme, Vos que me formaste de la nada. ¡Oh buen Jesús no permitáis que mi iniquidad me pierda, Vos que con vuestra omnipotente bondad me redimisteis! ¡Oh buen Jesús, conservad todo lo que es vuestro y purificad lo que os es contrario! ¡Oh benignisimo Jesús, tened piedad de mí, en este tiempo de misericordia, para que el día del juicio no tengáis que condenarme! ¡los muertos, oh Jesús, no os alabarán, ni cuantos descienden al infierno! ¡Oh amadisimo Jesús! ¡Oh deseadísimo Jesús! ¡Oh mansisimo Jesús! ¡Oh Jesús, Jesús, Jesús, admitidme en el número de los elegidos! ¡Oh Jesús, salud de cuantos creen en Vos! ¡Oh Jesús, alivio de los que a Vos recurren! ¡Oh Jesús, Hijo de María siempre Virgen, infundid en mí la gracia, la caridad, la castidad, la sabiduría y la humildad. para que pueda perfectamente amaros, alabaros, poseeros, serviros, y gloriarme en Vos, con todos los que invocan vuestro santo nombre! Así sea.

ORACIÓN
Oh Dios, que a tu Hijo unigénito hiciste Salvador del genero humano y mandaste que se llamara Jesús: concédenos benigno la gracia de que en el cielo gocemos la vista de Aquel cuyo santo Nombre veneramos en la tierra. Por el mismo nuestro Señor Jesucristo, que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
(Indulgencia de cinco años; plenaria al mes por su rezo diario, con las condiciones acostumbradas).

ORACIÓN REPARADORA
¡Oh Jesús, mi Salvador y Redentor, Hijo de Dios vivo, heme aquí postrado a vuestros pies: os pido perdón, y deseo reparar por todas las blasfemias contra vuestro santo nombre, por todas las injurias que se os infieren en el Santísimo Sacramento del altar, por todas las irreverencias para con vuestra Santísima Madre Inmaculada, por todas las calumnias contra La Santa Iglesia Católica! Oh Jesús, que dijisteis: “Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, se os concederá”, os ruego y suplico por mis hermanos que se encuentran en peligro de pecar, a fin de que queráis preservarles de los atractivos de la apostasía: salvad a los que se encuentran ya al borde del precipicio; conceded a todos luz y discernimiento de la verdad, valor y fuerza en luchas contra el mal, perseverancia en la fe, y caridad activa y eficaz. Misericordiosísimo Jesús, en vuestro nombre, pues, dirijo estas peticiones a Dios, vuestro Padre, con el que vivís y reináis en unidad con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

AL SANTÍSIMO NOMBRE DE JESÚS

El nombre adorable de Jesús, que significa “Salvador”, es el más grande, el más venerable, el más poderoso de todos los nombres: el más grande, porque es el nombre propio del Hijo de Dios; el más venerable, porque recuerda cuanto por nuestra salvación hizo y padeció; el más poderoso, porque con su invocación se han obrado y se obran los más estupendos milagros. “Al nombre de Jesús, dice San Pablo, doblan la rodilla, todas las criaturas del cielo, de la tierra y del infierno”.
Todos los Santos han venerado siempre el nombre santísimo de nuestro Salvador, pero entre los propagadores más celosos de esta devoción es fuerza recordar a San Bernardo y San Bernardino de Sena. Se cuenta de este último, que, para más imprimir en el corazón de los fieles esta devoción, hizo grabar con caracteres de oro en una pequeña tabla la sigla del nombre de Jesús: J. H. S. (Jesús Hóminum Salvátor), circundada de rayos luminosos, y mostrándola al pueblo al fin de sus fogosos sermones, le invitaba a la adoración de lo que le ponía delante.
(Los que tengan la piadosa costumbre de invocar este santísimo nombre, ganan indulgencia de trescientos días; plenaria al mes, con las condiciones acostumbradas, invocándolo todos los días; e indulgencia plenaria en el articulo de la muerte, invocándolo con el corazón, de no poder hacerlo con los labios, confesando y comulgando, y aceptando la muerte en expiación de los pecados).
El mes de enero en honor del santo nombre de Jesús. (Siete años de indulgencia una vez al día; plenaria al mes, con las condiciones acostumbradas, para los que cada día honraren con alguna práctica de devoción al Santísimo Nombre de Jesús).

EL MATRIMONIO

Según el catecismo del Concilio de Trento, se entiende por matrimonio: “La unión conyugal del hombre y la mujer, contraída por dos personas capaces, y por la cual se obligan a vivir juntos durante toda la vida.” El matrimonio entre dos personas que no están bautizadas no es más que un contrato; pero si los que contraen matrimonio están bautizados, entonces el contrato se identifica con el sacramento. La materia y la forma de este sacramento están contenidas en el contrato mismo, a saber: el mutuo consentimiento expresado con palabras y señales exteriores. Los ministros del sacramento son los mismos que contraen matrimonio. El sacerdote no es más que el testigo oficial de la Iglesia. Esta exige que los matrimonios de los católicos se celebren delante de un sacerdote autorizado y de dos testigos, so pena de la validez (canon 1094).

OBJECION:
¿Cómo me prueba usted por la Biblia que el matrimonio es realmente un sacramento? ¿Hubo acaso algún Padre de la Iglesia que incluyese el matrimonio entre los siete sacramentos?
RESPUESTA:
Según el Concilio de Trento, “el matrimonio es propia y verdaderamente un sacramento de la nueva ley y, por tanto, confiere gracia” (sesión XXIX, can 2). Aunque el carácter sacramental del matrimonio se prueba principalmente por la tradición de los Padres y Concilios, pruébase también por la autoridad de San Pablo, que aludió a él en su epístola a los efesios (V, 25-32). Dice San Pablo: “Vosotros, maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia y se sacrificó por ella para santificarla, limpiándola en el bautismo de agua con la palabra de vida… Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus propios cuerpos… Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se juntará con su mujer, y serán los dos una carne. Sacramento es éste grande, mas yo hablo con respecto a Cristo y a la Iglesia.” En estas palabras del apóstol están contenidos los tres requisitos esenciales para el sacramento, conviene, a saber: un signo exterior, instituido por Jesucristo, para dar gracia. Decimos que estos tres requisitos se encuentran claramente en el contrato matrimonial tal como lo explica San Pablo. Veámoslo: la unión de Cristo con la Iglesia es una unión sagrada que tiene lugar por la gracia santificante y mediante un influjo continuo de gracias. Por consiguiente, aquello que sea una representación perfecta de esta unión debe contener algo que corresponda a las gracias que Jesucristo derrama sobre su Esposa. Ahora bien: según el apóstol, el matrimonio cristiano es signo grande de la unión entre Jesucristo y la Iglesia. Luego el matrimonio cristiano es un signo externo instituido por Jesucristo para conferir gracia a los que lo contraen, a fin de que puedan sobrellevar mejor las cargas anejas a su estado. Y, ciertamente, las obligaciones contraídas por los esposos son de tal calidad, que no es fácil cumplirlas con la perfección debida sin una gracia especial de Dios. Esa gracia es la que confiere a los esposos el sacramento del Matrimonio.
Todos los Padres de la Iglesia insisten en la santidad del matrimonio. Citemos sólo a San Agustín (354-430), que le llama sacramento en varios pasajes de sus escritos. “No sólo la fecundidad, cuyo fruto es la prole; ni sólo la castidad, cuyo vínculo es la fidelidad, sino también el sacramento, es lo que recomienda el apóstol a los fieles cuando, hablando del matrimonio, dice: “Esposos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. No cabe duda de que la sustancia de este sacramento está en que el hombre y la mujer que se juntan en el matrimonio deben vivir sin separarse todo el tiempo que les dure la vida” (De Nupt et Concup 1, 10). Y en otro lugar: “La excelencia del matrimonio es triple: fidelidad, prole y sacramento. La fidelidad exige que ninguno de los dos viole el vínculo conyugal; la prole demanda que se la reciba con amor, que se la alimente con cariño, y que se la eduque religiosamente, y, finalmente, el sacramento pide que el matrimonio no sea disuelto, y que, en caso de divorcio, ninguno se junte con un tercero, aunque parezca que así lo exige el cuidado de la prole” (De Gen ad Lit 9, 7, 12).

OBJECION:
Parece que el Evangelio permite la poligamia, pues así lo enseñaron Lutero y los reformadores, que permitieron al landgrave de Hesse vivir con dos mujeres, ¿Y qué me dice usted de Calvino, que condenó como, adúlteros a los patriarcas por sus matrimonios polígamos?
RESPUESTA:
Los dos, Lutero y Calvino, incurrieron en la herejía al tratar sobre la poligamia. Aun cuando el matrimonio es por su naturaleza monógamo, como lo declaró expresamente el Papa Nicolás (858-867) (Ad Cons Bulg). Dios dispensó a los patriarcas y les permitió tomar varias mujeres (Deut XXI, 15-17). El Evangelio prohíbe en absoluto la poligamia, como consta por las palabras expresadas de Jesucristo y San Pablo (Mateo XIX, 4-6; Rom VII, 2; Efes V, 23-31). El Concilio de Trento condenó la doctrina de los reformadores, según los cuales “a los cristianos se les permite tener varias mujeres, pues no hay ley divina en contra” (sesión XXIV, canon 2). Asimismo, la poligamia fue condenada por los Padres de la Iglesia sin excepción. Dice San Ambrosio (340-397): “Mientras viva tu mujer, no te es lícito tomar otra; si lo haces, cometes adulterio” (De Abraham 7).
Lutero, Melanchton y Bucero escribieron al landgrave Felipe de Hesse diciéndole que no había ninguna ley divina contra la poligamia. En virtud de este consejo, el landgrave tomó una segunda mujer, Margarita de Sale. Como esta decisión podía originar algún escándalo, y por ir, además, contra las leyes del Imperio, los reformadores le aconsejaron que guardase secreto este segundo matrimonio. Bucero no dudó en aconsejar a Felipe que si por este acto le venía alguna dificultad por parte del emperador, se desembarazase del negocio mintiendo simplemente.
El historiador protestante Kostlin dice, hablando de este asunto: “La bigamia de Felipe es el mayor borrón en la historia de la Reforma, y sigue siendo un borrón en la vida de Lutero, por más que se aleguen excusas en su defensa” (Grisar, Lutero, 4, 13-70).

OBJECION:
¿Por qué es llamado el matrimonio “sacramento de los legos”?
RESPUESTA:
Porque en la celebración del matrimonio se administran mutuamente el sacramento las partes contrayentes. El sacerdote no es más que el testigo oficial de la Iglesia, a la que representa, y testigo también oficial del sacramento del Matrimonio. Su presencia durante la ceremonia es necesaria, y él es el que da la bendición nupcial en la misa que celebra por los esposos; bendición que todos los católicos debieran recibir, si cómodamente pueden. Pero como, en último término, el contrato matrimonial se identifica con el sacramento, y la materia y la forma están contenidas en el mismo contrato, siguese que el sacerdote no puede ser el ministro de este sacramento.

OBJECION:
¿Qué se entiende por matrimonio morganático?
RESPUESTA:
Se llama morganático el matrimonio contraído entre un príncipe y una mujer de linaje inferior, con la condición expresa de que la mujer y los hijos no heredarán más que cierta porción de los bienes paternos. Es un matrimonio válido como otro cualquiera, diferenciándose sólo en los efectos civiles, que envuelven una renuncia del rango, títulos y posesiones del esposo.

OBJECION:
¿Por qué se arroga la Iglesia un dominio absoluto sobre el matrimonio cristiano? ¿Con qué derecho legisla la Iglesia sobre la validez o invalidez del matrimonio independientemente del Estado?
RESPUESTA:
El matrimonio cristiano es un sacramento, y ya sabemos que Jesucristo encomendó los siete sacramentos al cuidado de la Iglesia. La Iglesia nunca se entremete en las consecuencias civiles del matrimonio, pues éstas pertenecen al Estado; pero, como representante que es de Jesucristo, tiene derecho a decidir si el contrato matrimonial ha sido o no anulado por error, fraude o violencia. Tiene asimismo derecho a limitar la competencia de ciertas personas al matrimonio, como son, por ejemplo, los menores de edad, los parientes próximos y los que han recibido las sagradas Ordenes; como también tiene derecho a evitar que sus hijos contraigan matrimonios de resultado dudoso, impidiendo para ello la disparidad de cultos, el rapto y el crimen.
He aquí lo que definió el Concilio de Trento sobre esta materia: “Si alguno dijere que la Iglesia no tiene facultad para establecer impedimentos que diriman el matrimonio, o que al establecerlos se equivoca, sea anatema.” “Si alguno dijere que las causas matrimoniales no son incumbencia de los jueces eclesiásticos, sea anatema” (sesión XXIV, cánones 4 y 12). La Iglesia ha venido ejerciendo dominio sobre el matrimonio desde sus principios independientemente del Estado, y al hacerlo así ha librado a los fieles de la tiranía de la legislación civil anticristiana. No hace esto la Iglesia por ambición de poderío, sino por cumplir el encargo que le confió Jesucristo, y se ha mantenido fiel en este cumplimiento a despecho de la oposición y opresión de gobernantes poderosos.
Los no católicos que lamentan el estado de descomposición en que se encuentra actualmente el matrimonio civil, oigan las palabras del inmortal Pontífice León XIII en su Encíclica Arcanum: “No hay duda de que la Iglesia católica ha contribuido notablemente al bienestar de los pueblos por su defensa constante de la santidad y perpetuidad del matrimonio. La Iglesia merece plácemes y enhorabuenas por la resistencia que opuso a las leyes civiles escandalosas que sobre esta materia fueron promulgadas hace un siglo; por haber anatematizado la herejía protestante en lo que se refería al divorcio y la separación; por condenar de diversas maneras la disolución del matrimonio que admiten los griegos; por declarar nulos e inválidos todos los matrimonios contraídos con la condición de que no han de ser perpetuos, y, finalmente, por haber rechazado, ya desde los primeros siglos, las leyes imperiales en favor del divorcio y de la separación. Y cuando los romanos Pontífices resistieron a príncipes potentísimos, que recurrían a las amenazas para que la Iglesia aprobase sus divorcios, no luchaban sólo por salvar la religión, sino también por salvar la civilización. Las generaciones venideras admirarán la valentía de los documentos que publicaron Nicolás I contra Lotario, Urbano II y Pascual II contra Felipe I de Francia, Celestino III e Inocencio III contra Felipe II de Francia, Clemente VII y Paulo III contra Enrique VIII, y, finalmente, Pío VII contra Napoleón I, precisamente cuando éste se hallaba en el cénit de su poder y gloria.”

BIBLIOGRAFIA
Pío XI, Encíclica sobre el matrimonio.
Caro, El matrimonio cristiano.
Ferreres, Los esponsales y el matrimonio.
Id., Derecho sacramental.
García Figar, Matrimonio y familia.
Gomá, La familia según el derecho natural cristiano.
Id., El matrimonio.
Id., Matrimonio civil y canónico.
Martínez, Matrimonio, amor libre y divorcio.
Monegal, Exhortaciones matrimoniales.
Razón y Fe, El matrimonio cristiano.
Schmidt, Amor, matrimonio, familia.
Vauencina, Preparación para el matrimonio.
Vilariño, Regalo de boda.
Bujanda, El matrimonio y la Teología católica.
Blanco, Ya no sois dos.

EPISCOPADO. LAS ÓRDENES DE LOS ANGLICANOS SON INVÁLIDAS. POR QUÉ NO ORDENA LA IGLESIA A LAS MUJERES. POR QUÉ SE LLAMA “PADRE” A LOS RELIGIOSOS Y SACERDOTES

OBJECIÓN:
¿Qué es lo que constituye el sacramento del Orden en la Iglesia? ¿Cómo se prueba que Jesucristo instituyó este sacramento? ¿Cuándo y con qué ceremonia se estableció el sacerdocio? A mí me parece que todo aquel que esté lleno del espíritu de los apóstoles tiene derecho a predicar el Evangelio. ¿No dice la Biblia que cada cristiano es un sacerdote?
RESPUESTA
Dice así el Concilio de Trento: “Si alguno dijese que el Orden u Ordenación sagrada no es propia y verdaderamente un sacramento instituido por Jesucristo, o que es una invención humana trazada por hombres inexpertos en asuntos eclesiásticos, o que no es más que un género de rito con el que se seleccionan los ministros de la palabra de Dios y de los sacramentos, sea anatema” (sesión 23, can 3). “Si alguno dijere que cuando Jesucristo dijo a los apóstoles: “Haced esto en memoria mía” (Lucas XXII, 19), no los constituyó sacerdotes, o no mandó que tanto ellos como otros sacerdotes ofreciesen su Cuerpo y su Sangre, sea anatema” (sesión 22, canon 2).
En la última Cena, Jesucristo, el Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento, según el orden de Melquisedec (Salmo 109, 4; Hebr VII, 11), instituyó como acto oficial y permanente de culto el sacrificio eucarístico que entonces acababa de ofrecer; y al mandar a sus apóstoles que hiciesen lo que El acababa de hacer, les dio plenos poderes para que ofreciesen el mismo sacrificio en calidad de representantes y participantes de su sacerdocio eterno. Y para completar esta comunicación de su sacerdocio, dio también a los apóstoles, apenas resucitado, otro poder estrictamente sacerdotal, a saber: el poder de perdonar y retener los pecados (sesión 22, can 1). Aunque es muy probable que Jesucristo ordenó a sus apóstoles sin ceremonia alguna particular, sin embargo, en los Hechos de los apóstoles y en las epístolas de San Pablo se mencionan todos los elementos del sacramento del Orden: el rito simbólico de la imposición de manos, la oración, la gracia interna que da este rito y su institución por Jesucristo. “Llevaron (a los siete diáconos) a los apóstoles, y éstos, naciendo oración, les impusieron las manos” (Hech VI, 6). “Entonces, después de haber ayunado y orado, y después de haberles impuesto las manos, los despidieron” (XIII, 3).
Los santos Pablo y Bernabé, en sus giras apostólicas, ordenaban sacerdotes en diferentes iglesias: “Luego, habiendo ordenado sacerdotes en cada una de las iglesias, orando y ayunando, los encomendaron al Señor, en quien habían creído” (XIV, 22).
Y San Pablo, escribiendo a Timoteo, le dice: “No impongas de ligero las manos sobre alguno” (1 Tim V, 22).
En otro lugar le dice que la imposición de las manos confiere gracia santificante: “No malogres la gracia que tienes, la cual se te dio en virtud de la revelación particular, con la imposición de las manos de los presbíteros” (IV, 14).
“Por esto te exhorto que avives la gracia de Dios, que reside en ti por la imposición de mis manos” (2 Tim 1, 6).
Escribiendo a los efesios, San Pablo menciona la institución divina del Orden. Dice que Jesucristo “constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas y a otros pastores y doctores, a fin de que trabajen en la perfección de los santos en las funciones de su ministerio, en la edificación del Cuerpo (místico) de Cristo” (Efes. IV, 11-12).
Ninguno tiene derecho a predicar el Evangelio con autoridad ni a desempeñar las funciones del sagrado ministerio si no ha sido antes escogido por Dios para suceder a los apóstoles o para participar en el sacerdocio de Jesucristo: “Ni nadie se apropie esta dignidad, si no es llamado de Dios, como Aarón” (Hebr V, 4).
El Concilio de Trento declara que “las Escrituras, la tradición apostólica y el consentimiento unánime de los Padres” prueban que las Ordenes son un sacramento (sesión 23, cap 3).
Nada tan absurdo como la opinión de algunos protestantes que creen que la distinción entre los clérigos y los legos no tiene más razón de ser que la necesidad de guardar orden y disciplina en la Iglesia, y para este fin el pueblo eligió sacerdotes, como quien dice, oficiales, que reciben su autoridad del pueblo. Ya en tiempo de los apóstoles había obispos, sacerdotes y diáconos (Hech XX, 17-28; Filip I, 1; 1 Tim III, 2, 8, 12; Tito 1, 5-7).
SAN CLEMENTE (90-99) escribe: “Jesucristo es de Dios, y los apóstoles son de Jesucristo. Yendo de ciudad en ciudad y por todo el país, los apóstoles nombraban de entre sus convertidos los obispos y diáconos para cuidar de los futuros cristianos, después de haberlos probado en el espíritu” (Ad Cor 43, 2-4).
Luego reprende con severidad a los cristianos de Corinto, que trataban de “expulsar del ministerio eclesiástico a los que habían puesto en este oficio los apóstoles o sus sucesores con aprobación de toda la Iglesia”. Los corintios tomaron muy bien esta reprensión, pues, según nos dice Eusebio en su Historia eclesiástica, guardaron la carta y la tenían en tanta estima como la Biblia misma, leyéndola en las iglesias alrededor de setenta y cinco años consecutivos. Las didascalias o doctrina de los doce apóstoles (290) mandan al lego que “honre y respete al obispo como a un padre y a un rey; como al sacerdote e intermediario entre Dios y el hombre, al cual no debe pedir cuenta de sus actos, para que no se ponga frente a Dios y ofenda al Señor” (cap IX).
SAN GREGORIO NISENO (395) escribe: “El mismo poder de la palabra hace sublime y honorable al sacerdote, el cual, al ser ordenado, es separado de la multitud, de suerte que el que ayer no era más que uno de tantos, hoy tiene ya derecho a mandar y presidir y enseñar lo recto, y es dispensador de los misterios ocultos” (Orat In Bapt Christi).
SAN JUAN CRISÓSTOMO (344-407): “Si el Espíritu Santo no hubiera cumplido lo que nos prometió, a estas horas no tendríamos ni bautismo ni remisión de los pecados… Ni tendríamos tampoco sacerdotes, pues sin esa continuidad las Ordenes serían imposibles” (De ress mort 8).
Finalmente San Agustín pone a las Ordenes y al Bautismo en el mismo plano. “Los dos —dice— son un sacramento, y los dos se dan al hombre mediante cierta consagración: el del Bautismo, cuando uno es bautizado; el otro, cuando uno es ordenado; y por esta causa, en la Iglesia católica ninguno se puede repetir” (Contra Epist Parmen 2, 13).
Es cierto que, tanto San Pedro (1 Pedro II, 9) como San Juan (Apoc 1, 6), llaman a los cristianos sacerdotes; pero esto necesita interpretación. Los llaman sacerdotes, porque en la misa ofrecen el sacrificio a una con el sacerdote que la celebra; porque aunque el sacerdote es el único que, por ordenación divina, puede consagrar el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, esto lo hace como representante del pueblo cristiano. Asimismo, el cristiano puede ser llamado sacerdote porque ofrece sacrificios espirituales: el sacrificio del propio cuerpo (Filip IV, 18), el de la oración (Hebr XIII, 15), el de la limosna y el de la fe en Jesucristo (Hebr XIII, 16; Filip II, 17).

OBJECIÓN:
¿Cómo se prueba que el episcopado existía ya en la primitiva Iglesia? ¿No es cierto que los vocablos obispo y presbítero son sinónimos en el Nuevo Testamento?
RESPUESTA:
El Concilio de Trento declara que existe en la Iglesia una jerarquía divinamente constituida, y que esa jerarquía consta de obispos, sacerdotes y diáconos; que los obispos son superiores a los sacerdotes y tienen el poder de confirmar y ordenar (sesión 13, cánones 6 y 7).
Como Jesucristo hizo del sacerdocio una institución permanente, dio a ciertos sacerdotes, es decir, a los obispos, el poder de comunicar a otros ese sacerdocio. El Nuevo Testamento nos dice claramente que los apóstoles eran obispos, pues nos dice con frecuencia que ordenaban, y ordenar es la función característica del obispo. Estamos de acuerdo en que los vocablos “obispo” y “presbítero” se usan indistintamente en el Nuevo Testamento; pero no es difícil atinar con la razón de este fenómeno.
A mediados del siglo II vemos ya en cada Iglesia un obispo con sacerdotes y diáconos. Hasta entonces parece que no había más que delegados apostólicos, que tenían a su cargo todo un distrito o territorio, como vemos por Tito y Timoteo, a quienes les fueron confiadas las Iglesias de Creta y Efeso, respectivamente. Por ciertos pasajes bíblicos vemos que las Iglesias de Efeso y Filipos (Hech 20, 17; Filip 1, 1) tenían un cuerpo o colegio de obispos sujetos, ya a un apóstol, ya a su delegado.
El episcopado monárquico del siglo II no era novedad alguna, pues la Iglesia metropolitana de Jerusalén tenía por obispo a Santiago desde los días en que los apóstoles se dispersaron. Y es que los obispos eran los sucesores de los apóstoles, bien hubiese un solo obispo en cada iglesia, bien un colegio o grupo de ellos.
Las cartas de San Ignacio de Antioquía (98-117) mencionan distintamente los tres órdenes, obispos, sacerdotes y diáconos, y hablan con toda claridad del origen divino del episcopado y su superioridad sobre el simple sacerdocio. El obispo es el centro de la unidad de la Iglesia, y tiene en sus manos todos los poderes religiosos. “Sin él no hay ni bautismo ni Eucaristía ni ágape. Los presbíteros se adhieren al obispo como las cuerdas a la lira” (Ad Efes 4, 1). “Donde esté el obispo, allí está la multitud de los creyentes; como donde está Jesucristo, allí está la Iglesia católica” (Ad Smirn 8, 2).
Eusebio nos dice en su Historia eclesiástica (4, 22) que Hegesipo escribió un tratado polémico contra los gnósticos de entonces (190), demostrando con evidencia la tradición eclesiástica y recalcando el hecho de que ésta se transmite por la sucesión ininterrumpida de obispos. Asimismo, San Ireneo (Adv Haer 3, 3) empalma al obispo de Roma con los apóstoles Pedro y Pablo, y Dionisio de Corinto empalma a los obispos de Atenas con San Dionisio.

OBJECIÓN:
¿Por qué declaró León XIII nulas e inválidas las órdenes de los anglicanos? Desde luego, los católicos se gozaron en esparcir el rumor falso de que Parker había sido consagrado arzobispo en la taberna de la “Cabeza del Caballo” con un rito a todas luces impropio
RESPUESTA:
Las razones que motivaron la condenación de las órdenes anglicanas no son históricas, sino dogmáticas. En el nuevo rito que se implantó en Inglaterra en tiempo del rey Eduardo, con el que se consagró arzobispo a Parker en 1559, la forma es defectuosa, a lo cual hay que añadir la falta de intención en los que le ordenaron.
Escribe así el Papa León XIII: “Las palabras “recibe el Espíritu Santo” que los anglicanos creían hasta hace poco que constituían la forma de la ordenación sacerdotal, no expresan, ni mucho menos, el Orden sagrado del sacerdocio ni su gracia y poder, que es principalmente el poder de consagrar el verdadero Cuerpo y Sangre del Señor en aquel sacrificio que no es una “mera conmemoración del sacrificio ofrecido en la cruz” (Trento, sesiones 23, can 1; 22, can 3).
Aunque más tarde (en 1662) se añadieron a esa forma las palabras “para el oficio y trabajo propios del sacerdote”, etc.; sin embargo, no se dio ningún paso adelante, pues lo único que prueba es que los mismos anglicanos cayeron en la cuenta de lo defectuosa e inadecuada que era la primera forma (de 1552). Además, aun cuando esta adición diese a la forma el verdadero significado, vino muy tarde, pues hacía ya un siglo que se venía usando el rito establecido en tiempo del rey Eduardo, con el que se puso fin a la jerarquía y al poder de conferir válidamente nuevas órdenes. Son inútiles todas las demás oraciones que se añaden en la ordenación a fin de que ésta sea válida, pues, para no citar más que un argumento en contra, en el rito anglicano se ha suprimido deliberadamente todo aquello que en la Iglesia católica da a entender el oficio y dignidad del sacerdocio.
Por tanto,“debe ser considerada insuficiente e inadecuada para el sacramento esa forma que omite lo que debiera esencialmente significar”. Dígase lo mismo de la consagración episcopal, pues las palabras “para el oficio y trabajo propios del obispo” no fueron añadidas a la fórmula “recibe el Espíritu Santo” hasta mucho más tarde (1662); y, además, estas palabras deben ser entendidas en un sentido totalmente diferente de como las entendemos los católicos. No hay duda de que el episcopado, al ser instituido por Jesucristo, debe pertenecer al sacramento del Orden, y constituye el sacerdocio en un grado superior…
Por eso, como el rito anglicano eliminó el sacramento del Orden y el verdadero sacerdocio de Jesucristo, y en la consagración episcopal no confiere verdadera y válidamente ese sacerdocio, siguese que tampoco puede conferir verdadera y válidamente el episcopado, tanto más, que entre los deberes principales del episcopado hay que consignar la ordenación de ministros para la santa Eucaristía y para el sacrificio.
“En cuanto a la intención, la Iglesia la presupone si ve que en la administración de los sacramentos se pone la materia y la forma con toda seriedad, pues ya esto es muestra de que quiere hacer lo que la Iglesia manda. Por eso decimos que un hereje o uno que no esté bautizado puede administrar debidamente ciertos sacramentos si se vale para ello del rito católico. Pero cuando se cambia este rito por otro no aprobado por la Iglesia, y, lo que es peor, con intención de rechazar lo que la Iglesia hace y lo que pertenece a la naturaleza del sacramento por institución de Jesucristo, entonces ya no hay duda no sólo de que falta la intención debida, sino también de que esa intención se opone al sacramento y lo destruye” (Apostolicae Curae, 13-IX-1896).
Añade León XIII que sus predecesores los Papas Julio III y Paulo IV habían decidido esto mismo sobre la invalidez de las órdenes anglicanas cuando se discutió el asunto en tiempo de María Tudor, y que durante más de trescientos años la Iglesia católica ha venido ordenando absolutamente a todos los ministros anglicanos convertidos. Lo cual prueba claramente la actitud de la Iglesia respecto a las órdenes anglicanas, porque jamás permite que se repita el sacramento del Orden, y en este caso, no sólo lo permite, sino que lo exige.
Por lo que se refiere a la consagración de Parker en la taberna arriba mencionada, hay que decir que es una de tantas leyendas. Probablemente salió de la pluma de algún controversista de buen humor que no sabía explicarse el porqué del silencio misterioso que se guardaba en los círculos oficiales sobre la consagración de Parker.
Cuando están en su cénit la persecución y la tiranía, el pueblo cree a carga cerrada todo lo que se diga contra los contrarios, por absurdo que ello sea. Lo que no consta es que Barlow, el que ordenó a Parker, fuese jamás consagrado obispo; lo cual quiere decir que tenemos derecho a dudar de la validez de sus ordenaciones. En el rito que se fabricó en tiempo del rey Eduardo se evitó cuidadosamente toda mención de sacerdocio, y esto se debió a aquel movimiento general protestante que dio por resultado la destrucción de los altares en toda la nación y su sustitución por las llamadas mesas de comunión, “con el fin de apartar al pueblo de las opiniones supersticiosas de la misa papista”. Aun hoy no es raro oír de labios de muchos obispos anglicanos que cuando ordenan no tienen intención de hacer sacerdotes que puedan decir misa.

OBJECIÓN:
¿Por qué no ordena la Iglesia católica a las mujeres lo mismo que a los hombres? ¿No había diaconisas ordenadas en la primitiva Iglesia?
RESPUESTA:
Consta por los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo, que Dios se ha opuesto siempre a tal género de ordenaciones. Jesucristo escogió doce apóstoles, y éstos, a su vez, escogieron sucesores entre los hombres. San Pablo excluyó a las mujeres de todas las funciones litúrgicas y les prohibió enseñar y aun dirigir la palabra a los fieles reunidos (1 Tim II, 12; 1 Cor XIV, 34-35).
Las diaconisas de la primitiva Iglesia recibían una bendición especial, pero nunca fueron ordenadas, como lo declaró expresamente San Epifanio a fines del siglo IV (Haer 79, 3). Su oficio se reducía a mantener el orden en la iglesia entre las mujeres y a instruirlas en la fe, como hacen hoy día muchas religiosas de la enseñanza, y, sobre todo, a asistirlas en el bautismo, que entonces era por inmersión, Dejaron de existir hacia el siglo VIII.

OBJECIÓN:
¿Por qué llaman los católicos “padre” a los sacerdotes? Jesucristo dijo: “No llaméis a nadie padre sobre la tierra; uno sólo es vuestro Padre, que está en los cielos” (Mat XXIII, 9).
RESPUESTA:
En algunos países sólo llaman Padres a los religiosos que son sacerdotes; en otros llaman Padres a todos los sacerdotes indistintamente. La razón de este nombre es muy sencilla: el sacerdote es el ministro ordinario del bautismo, y por el bautismo renacemos a la vida de la gracia (Juan III, 5). Jesucristo no se opuso absolutamente al uso de los vocablos “Rabbí” o “Padre”, sino que nos quiso dar a entender que sólo Dios es nuestro Padre común y la fuente y origen de toda autoridad. Además, nótese que cuando el Señor pronunció esas palabras estaba reprendiendo severísimamente el orgullo de los escribas y fariseos que ambicionaban demasiado esos títulos honoríficos. Si hubiese que interpretar a la letra las palabras del Señor, no podríamos llamar padre al que nos engendró, ni maestro al que nos enseña. San Pablo llama hijo a Timoteo (1 Tim 1, 2), y se llama a sí mismo padre espiritual de todos los que había convertido “Pues aun cuando tengáis millares de ayos o maestros en Jesucristo, no tenéis muchos Padres. Pues yo soy el que os ha engendrado en Jesucristo por medio del Evangelio” (1 Cor IV, 15).
Y San Jerónimo nos dice que en Egipto y Palestina los monjes del siglo IV se llamaban “padre” unos a otros.

BIBLIOGRAFIA
Apostolado de la Prensa, El sacerdote y el pueblo.
Capron, Excelencias del sacerdocio.
Dubois, El sacerdote santo.
Gentilini, La mies evangélica.
Id., Llamamiento divino al apostolado sacerdotal.
Mannin, El sacerdote eterno.

DEVOCIÓN AL NIÑO JESÚS

A JESÚS NIÑO

“¡Ah! ¿Cómo es posible que no ame y no invite a todos a amarlo el que considera con fe a un Dios hecho niño, llorando y gimiendo sobre la paja de una cueva, del mismo modo que San Francisco de Asís invitaba a todos a amarlo diciendo: Amemos al Niño de Belén? Es niño, no habla, sólo gime; pero, oh Dios mío, que aquellos gemidos son otras tantas voces de amor con que nos invita a amarlo y nos pide el corazón.” (San Alfonso de Ligorio)
“Por la tristeza de los tiempos no se recomienda jamás bastante la devoción hacia el Niño Jesús, del que sólo podemos esperarnos la verdadera paz, habiendo venido El a traerla desde el cielo”. (Pío XI.)

Novena de Navidad.

Indulgencia de diez años cada día. Plenaria al que asiste al ejercicio público de la novena a lo menos cinco días, confiesa comulga y reza según las intenciones del Sumo Pontífice.

OFRECIMIENTO EN HONOR DE LA SANTA INFANCIA DE JESÚS

Para la novena de Navidad y la anterior al 25 de cada mes
I.- Ofrenda. Eterno Padre, yo ofrezco para vuestro honor y gloria, y por mi salud y la de todo el mundo, el misterio del Nacimiento de nuestro Divino Redentor. Gloriapatri.

II.- Ofrenda. Eterno Padre, yo ofrezco para vuestro honor y gloria, y por mi salud eterna, los padecimientos de la Santísima Virgen y de San José en aquel largo y fatigoso viaje de Nazaret a Belén, y la angustia de su corazón por no encontrar lugar donde ponerse a cubierto, cuando estaba para nacer el Salvador del mundo. Gloriapatri.

III.- Ofrenda. Eterno Padre, yo ofrezco para vuestro honor y gloria, y por mi salud eterna los padecimientos de Jesús en el pesebre donde nació, la dura paja que le sirvió de cama, el frío que sufrió, los pañales que lo envolvieron, las lágrimas que derramó, y sus tiernos gemidos. Gloriapatri.

IV.- Ofrenda. Eterno Padre, yo ofrezco para vuestro honor y gloria, y por mi salud eterna, el dolor que sintió el divino Niño Jesús en su tierno cuerpecito cuando se sujetó a la Circuncisión; os ofrezco aquella sangre preciosa que entonces derramó por primera vez para la salvación de todo género humano. Gloriapatri.

V.- Ofrenda. Eterno Padre, yo ofrezco para vuestro honor y gloria, y por mi salud eterna, la humildad, la mortificación, la paciencia, la caridad, las virtudes todas del Niño Jesús, y os agradezco, amo y bendigo infinitamente por este inefable misterio de la Encarnación del Verbo divino. Gloriapalri.

V.- El Verbo se hizo carne.
R.- Y habitó entre nosotros.

Oremos. Oh Dios, cuyo Unigénito compareció entre nosotros en carne mortal; haced que merezcamos ser reformados en nuestro interior, por El, que en el exterior se dignó mostrarse semejante a nosotros. MI que vive y reina con Vos por los siglos de los siglos. Así sea.
(Indulgencia de siete años cada día; plenaria al terminar la novena, con las condiciones acostumbradas).

OBSEQUIO A JESÚS NIÑO
Amabilísimo Señor nuestro Jesucristo, que hecho niño por nosotros, quisisteis nacer en una gruta para librarnos de las tinieblas del pecado, para atraernos a Vos y encendernos con vuestro santo amor, os adoramos por nuestro Creador y Redentor, os reconocemos por nuestro Rey y Señor, y por tributo os ofrecemos todos los afectos de nuestro pobre corazón. Amado Jesús, Señor y Dios nuestro, dignaos aceptar esta ofrenda, y para que sea digna de vuestro agrado, perdonadnos nuestras culpas, iluminadnos, inflamadnos en aquel santo fuego que habéis venido a traer al mundo, para encenderlo en nuestros corazones. Llegue a ser de este modo nuestra alma un sacrificio perpetuo en vuestro honor; haced que ella siempre busque vuestra mayor gloria aquí en la tierra para que llegue un día a gozar vuestras infinitas bellezas en el cielo. Así sea.
(Indulgencia de tres años; plenaria al mes por su rezo diario, con las condiciones acostumbradas).

ORACIÓN AL NIÑO JESÚS
Os adoro, Verbo encarnado. Hijo verdadero de Dios desde toda la eternidad, e Hijo verdadero de María en la plenitud de los tiempos. Adorando vuestra divina persona y la humanidad que os está unida, me siento movido a venerar también vuestra pobre cuna, que os acogió siendo niño, y fue verdaderamente el primer trono de vuestro amor. Pueda yo postrarme delante de ella con la simplicidad de los pastores, con la fe de José, con la caridad de María. Pueda más bien inclinarme a venerar tan precioso monumento de nuestra salud con el espíritu de mortificación, de pobreza y de humildad, con el que Vos, siendo el Señor del cielo y de la tierra, lo elegisteis para receptáculo de vuestros miembros un pesebre. Y Vos, oh Señor, que niño todavía en esta cuna os dignasteis descansar, dignaos también derramar en mi corazón una gota de aquella alegría que debía producir la vista de vuestra amable infancia y de los prodigios que acompañaron vuestro nacimiento; en virtud de la cual os conjuro concedáis a todo el mundo con la buena voluntad, la paz, y deis, en nombre de todo el género humano, toda clase de gracias y de gloria al Padre y al Espíritu Santo que con Vos, único Dios, vive y reina en los siglos de los siglos. Así sea.

CELIBATO ECLESIÁSTICO

OBJECIÓN:
Parece que el celibato es imposible, como puede verse por lo que los penitentes declaran en la confesión. Además, ¿no es cierto que el celibato es contra la naturaleza? A mí me parece que los sacerdotes debieran casarse, pues en el padre se desarrolla más el sentido de ternura y cariño, y con su experiencia personal, puede enseñar la religión con más eficacia.
RESPUESTA:
Es falso que el celibato sea imposible. Ahí están para desmentirlo las legiones, siempre en aumento, de sacerdotes seculares, religiosos y religiosas, que adornan con su virginidad a la Iglesia, especialmente en el Occidente. No queremos decir que no haya habido ningún escándalo en este particular, pues debajo de la sotana y del hábito religioso se esconde el hombre de carne y hueso con sus pasiones y malas inclinaciones; pero deleitarse en escarbar y ahondar en los casos aislados que forzosamente tienen que ocurrir, dada la miseria humana, es, por no decir otra cosa, imitar al escarabajo, que busca el estiércol para alimentarse.
Es de todos sabido que ha habido en la Historia algunas épocas un tanto decadentes, como, por ejemplo, la que sucedió a la desmembración del Imperio de Carlomagno. Debido a las circunstancias anormales del feudalismo y otros males naturales, el celibato padeció menoscabo en Europa, y no eran pocos los clérigos que vivían en concubinato. Pero aun entonces, la voz de los Papas resonó en todos los ámbitos de la cristiandad condenando implacablemente el concubinato de los clérigos e iniciando la reforma que tuvo lugar más tarde.
Merecen mención honorífica entre los Papas de entonces San Gregorio VII (1073-1085), Urbano II (1088-1099) y Calixto II (1119-1124). El I Concilio de Letrán (1123) declaró inválidos todos los matrimonios contraídos después de las sagradas Ordenes, y éste fue el principio de la renovación del celibato en Occidente. No es menester saber mucha Historia para ver que en Occidente se ha observado con fidelidad el celibato eclesiástico para la mayor parte de los clérigos desde el siglo IV hasta nuestros días. Los únicos que han dicho que el celibato es imposible y contra la naturaleza, fueron aquellos señores feudales, mitad obispos y mitad príncipes, a quienes siguieron más tarde Lutero y los seudorreformadores del siglo XVI.
El sermón que predicó Lutero sobre el matrimonio (Grisar, Lutero, 3, 242) es una muestra clara de la indecencia que se había apoderado del monje apóstata.
No, el celibato no es imposible, pues Dios da con abundancia gracia a los sacerdotes para que vivan castamente. La celebración diaria de la misa, el rezo diario del Oficio divino, la meditación frecuente de las verdades eternas, los consuelos que se derivan del confesonario, el ayudar a morir y otros ejercicios de caridad y devoción, son ayudas eficaces que mantienen al sacerdote fiel a sus votos. Además, el sacerdote no es un cualquiera, sino que ha sido probado y ejercitado en ciencia y virtud durante los años de su carrera sacerdotal, vigilado de cerca por superiores celosos que sólo dan su voto de aprobación cuando el joven seminarista ha dado pruebas inequívocas de solidez en la virtud.
A decir verdad, basta dar un adarme de sentido común para refutar a los que dicen que el celibato es imposible. Porque, vamos a ver: ¿son impuros los jóvenes solteros de uno y otro sexo, los que por una razón o por otra nunca se han casado, los viudos y viudas? ¿Están obligados a cometer adulterio los esposos que por negocios o por otros motivos tienen que vivir largos períodos de tiempo separados de sus esposas? ¡Si el celibato es imposible! Decir que sí a estas preguntas es tildar de inmundos al hermano, a la hermana, al tío, a la tía, al padre y a la madre. Y no creemos que nadie toleraría semejante insulto a un miembro tan cercano de la familia. Sin embargo, nos hacemos cargo perfecto cuando oímos estas acusaciones de boca de un vicioso e impuro. Ya dice el refrán “que piensa el ladrón que todos son de su condición”.
Otros dicen que el celibato es contra la Naturaleza. Tienen toda la razón si por naturaleza entienden la naturaleza baja del hombre, con sus inclinaciones sensuales y corrompidas, esa naturaleza de la que dijo San Pablo que está haciendo guerra perpetua “a la ley de la mente” (Rom VII, 23); pero se equivocan de medio a medio si creen que para ser uno puro no tiene más remedio que casarse. Se cuentan a millares los hombres y las mujeres que han renunciado al matrimonio por fines que no son puramente espirituales, y, sin embargo, han vivido una vida pura y ejemplar. Todos conocemos y hemos conocido a hombres que no se han casado por ayudar a su madre viuda y con hijos pequeños, y mujeres que han hecho otro tanto ayudando a su padre viudo con familia numerosa. ¿Sería justo calumniarlos por haber violado las leyes de la Naturaleza?
Y no olvidemos que la virginidad ha sido tenida siempre en gran estima aun por los paganos, como puede verse con sólo abrir los anales de Roma, Grecia, las Galias, etc.
Los escándalos aislados que han ocurrido a través de las edades no prueban nada contra lo que venimos diciendo, pues tampoco han faltado escándalos entre clérigos casados, ya sean éstos cismáticos rusos, luteranos alemanes o pastores de cualquiera de las sectas norteamericanas.
La experiencia de muchos años y muchos siglos ha enseñado a la Iglesia que el clero célibe puede hacer, y de hecho hace, por la gloria de Dios mucho más que el clero casado. La mujer y los hijos restan muchas energías al sacerdote, energías que pueden ser empleadas en negocios puramente espirituales. Esto es tan evidente, que parece mentira que haya quien lo pueda poner en duda. Por eso han sido muchos los protestantes que me han confesado ingenuamente la superioridad del celibato, especialmente cuando se trata de misioneros entre infieles.
En cuanto a la última dificultad, remitimos a los lectores a las decisiones de los tribunales civiles. Es falso que el casado tenga un carácter más amable y cariñoso que el célibe. Tantos crímenes y atropellos comete el casado como el soltero. El sacerdote fiel a sus votos y obligaciones es la persona más amable y caritativa de todos los mortales; le quieren con desinterés lo mismo los niños que los viejos, y le veneran y admiran los ricos y los pobres, los rústicos y los instruidos. Finalmente, decir que el sacerdote debiera casarse para enseñar la religión con más eficacia, es como decir que el médico debiera gustar y saborear todas las medicinas antes de prescribírselas a los enfermos.

OBJECIÓN:
¿No es cierto que Dios nos mandó “crecer y multiplicarnos”? (Gén 1, 23).
RESPUESTA:
Estas palabras que Dios dijo a nuestro primer padre Adán son una bendición universal sobre el género humano, que se había de propagar y cubrir el globo merced a la institución divina del matrimonio. Es un mandato general, no individual. Nadie tema que se acabe el mundo por el celibato de los sacerdotes. Las naciones más prolíferas han sido siempre las naciones católicas, por la estima grande que tienen al sacramento del Matrimonio y por la santidad con que lo guardan. El verdadero peligro está en contraer matrimonio con intención expresa de no tener hijos. Las palabras del Génesis, como no van dirigidas a cada individuo en particular, no condenan, ni mucho menos, al hombre o a la mujer que se abstenga de casarse.

OBJECIÓN:
¿No es cierto que San Pedro estaba casado? (Mateo VIII, 14).

RESPUESTA:
Supongamos que la palabra ambigua penzera está bien traducida y que San Pedro estuvo casado; bien, ¿y qué? Ya dijimos que el celibato no es ley divina, sino ley eclesiástica, que no fue puesta en vigor hasta el siglo IV. San Pedro se casó antes de ser apóstol, y Jesucristo vino precisamente a decirnos, entre otras cosas, que, aparte de los mandamientos, hay otros preceptos de más subidos quilates. Ahora bien: la Iglesia ha creído siempre que el celibato voluntario por el reino de los cielos es una imitación de Cristo, más perfecta que el matrimonio, y por eso ha querido que sus clérigos sean célibes. Además, sabemos por San Jerónimo que San Pedro ya no vivía con su mujer desde que fue llamado por Cristo al apostolado (Epist 48, ad Pamm). San Pedro mismo dijo de sí que había dejado todas las cosas (Mat XIX, 27). También cree San Jerónimo que la mujer de San Pedro ya había, probablemente, fallecido cuando ocurrió el milagro referido por San Mateo (VIII, 14-15), pues de lo contrario debía haber sido, por fuerza, mencionada por el evangelista.

OBJECIÓN:
¿No dijo San Pablo: “Evitad la fornicación, y tenga para ello cada uno su mujer”? (1 Cor VII, 2)
RESPUESTA:
San Pablo no quiso decir con esto que todos debiéramos casarnos. Muchos comentadores, siguiendo a Santo Tomás, creen que lo que el apóstol pretendió fue urgir el matrimonio a los que no se sienten con fuerzas para vivir continentes. Parece, sin embargo, más probable que no habla aquí el apóstol de contraer o no matrimonio, sino que manda a los cristianos que usen del matrimonio como Dios manda y eviten los pecados del adulterio y otros pecados contra la Naturaleza (1 Cor VII, 2-7). “Tener mujer” nunca significa en la Biblia “tomar mujer”. Pues, en cuanto a las palabras “su mujer”, se ve claro que ésta ya está casada. “Tenga cada uno su mujer” equivale a “sea cada uno fiel a su mujer”.

OBJECIÓN:
San Pablo dice que “es mejor casarse que abrasarse” (1 Cor VII, 9).
RESPUESTA:
Así es, ciertamente. Habla aquí el apóstol con los solteros y las viudas, y los aconseja que, si se sienten con fuerzas para seguir a Cristo en el celibato, como hace él, que no se casen; pero si no se casan para vivir más a sus anchas en toda clase de vicios sin las trabas de la mujer y los hijos, o si el no casarse es para ellos cosa tan pesada que pasan la vida abrasados en deseos impuros y carnales, entonces, ciertamente, “mejor es casarse que abrasarse”. Pero ¿dónde está aquí el mandato expreso de que todos debemos casarnos?

OBJECIÓN:
¿No dijo expresamente San Pablo que él estaba casado? (1 Cor IX, 5)
RESPUESTA:
No, señor. Al contrario, en el capítulo VII, versículo 8 de la misma epístola, dice positivamente que él no está casado. La palabra latina mulier de este pasaje, en el griego no significa “esposa”, sino mujer a secas. San Jerónimo, refutando a Joviniano (1, 14), dice que el apóstol se refiere aquí a las santas mujeres que, según la costumbre judía, adoptada por el mismo Jesucristo, acompañaban a los maestros religiosos y los servían y ayudaban.

OBJECIÓN:
¿No dijo San Pablo que los obispos y los diáconos deben estar casados? (1 Tim III, 12; Tito 1, 6)
RESPUESTA:
San Pablo no quiso decir que todos los obispos y diáconos debían estar casados, ya vimos que él no lo estaba, sino que no debían ser ordenados si habían contraído matrimonio en segundas nupcias. Aun hoy día es impedimento para las Ordenes haber estado casado dos veces.
Dice San Pablo que prohibir el matrimonio es doctrina del demonio (1 Tim IV, 1-3).
San Pablo está aquí hablando contra los gnósticos de su tiempo, que condenaban el matrimonio como si éste fuese un mal en sí, y decían que el hombre podía hacerse señor de la materia si se dejaba por completo a la voluntad y capricho de sus pasiones. Si San Pablo viviese hoy, condenaría implacablemente como doctrina satánica el celibato del vicioso y libertino, y no tendría más que alabanzas para el celibato de los que son continentes por el reino de los cielos.

OBJECIÓN:
Parece que la ley eclesiástica del celibato empequeñece el matrimonio.
RESPUESTA:
De ninguna manera. Aunque la Iglesia ensalza el celibato, no por eso tiene en poco al matrimonio; al contrario, lo tiene y considera como uno de los siete sacramentos, instituido por Jesucristo. Por eso condena con tanta severidad el adulterio, el divorcio, la poligamia y el control de la natalidad, vicios todos opuestos a la verdadera doctrina del matrimonio.
La virginidad es para la flor y nata de la sociedad, mientras que el matrimonio es para la mayoría; los dos estados son santos, aunque de manera diferente. Las sectas protestantes, al desechar el consejo evangélico de la virginidad, no han parado en sus tumbos cuesta abajo hasta degradar el mismo matrimonio con las doctrinas paganas del divorcio y de la limitación de la familia. En cambio, la Iglesia católica ha sido siempre fiel a la doctrina de Cristo. “Lo que Dios juntó, que no lo separe el hombre” (Mat XIX, 6). “Se salvará la mujer criando hijos” (1 Tim II, 16). “Se han hecho eunucos por el reino de los cielos. El que quiera entender, que entienda” (Mat XIX, 12).

BIBLIOGRAFIA.
Apostolado de la Prensa, Para qué sirven los curas.
Debrel, Vocación de los jóvenes. 
Hoornaert, El combate de la pureza.
L. Bayo, La castidad virginal.
Merino, Cura y mil veces cura.
Valls, Manual de Pedagogía eclesiástica.
Bertrans, El celibato eclesiástico.