LA SANTÍSIMA VIRGEN. ES MADRE DE DIOS. NUNCA PECÓ. LOS CATÓLICOS NO LA “ADORAMOS”.

OBJECIÓN:
¿Por qué llaman los católicos a la Virgen Madre de Dios, en vez de Madre de Jesús? ¿Puede acaso un ser humano ser Madre del Dios eterno?
RESPUESTA:
La Sagrada Escritura dice terminantemente en varios lugares que la Santísima Virgen es la Madre de Dios. El ángel San Gabriel habló así a María: “He ahí que concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús… El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con tu sombra. Y, por tanto, el (fruto) santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios” (San Lucas I, 31, 35). Santa Isabel saludó a María con estas palabras: “¿De dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a visitarme?” (San Lucas I, 43). San Pablo dice que “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer” (Gál IV, 4). Finalmente, en el Credo de los apóstoles se nos manda creer “en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por el Espíritu Santo, y nació de la Virgen María”. 
El CONCILIO DE EFESO (431) declaró que esta verdad había sido revelada por Dios, y excomulgó a Nestorio, que la negaba. Los no católicos que hacen a María la Madre de Jesús, lo hacen porque siguen ideas erróneas en lo concerniente al dogma de la Encarnación, pues niegan que Jesucristo, siendo una Persona divina, posee dos naturalezas, una divina y otra humana. Jesucristo no fue nunca una persona humana. Jesucristo es la segunda Persona de la Santísima Trinidad, que tomó nuestra naturaleza humana en el seno materno de la Virgen María. Sigúese, pues, que la Virgen es la Madre de la segunda Persona de la Santísima Trinidad, es decir, que es la madre de Dios. Así como nuestras madres no son solamente Madres de nuestros Cuerpos, sino Madres simplemente, porque el alma que cría Dios directamente se une al cuerpo en una persona humana, así también, la Santísima Virgen no es solamente Madre de la naturaleza humana de Jesucristo, sino que es Madre de Dios a secas, porque la naturaleza divina, engendrada de Dios Padre desde toda la eternidad, está unida a la naturaleza humana en la personalidad divina de Jesucristo. Muchos protestantes creen erróneamente que Lutero y Calvino negaron el dogma de la maternidad divina. Oigamos a Lutero: “No hay honor ni bienaventuranza comparables a la prerrogativa excelsa de ser la única persona de todo el género humano que fue digna de tener un Hijo en común con el Eterno Padre.” Y Calvino: “Al agradecer al cielo las bendiciones que nos trajo Jesús, no podemos menos de apreciar cuán inmensamente Dios honró y enriqueció a María al escogerla para Madre de Dios.”

OBJECIÓN:
¿Con qué fundamento dicen los católicos que María fue siempre virgen, si la Escritura nos habla con frecuencia de los hermanos de Jesús? (San Mateo XII, 46-50; San Marcos III, 31-36; San Lucas VIII, 19-21; Juan VII, 3,10; Hech I, 14).
RESPUESTA:
El dogma de que María permaneció siempre virgen aun después del parto, fue definido en el quinto Concilio general tenido en Constantinopla en 553, reinando el Papa Virgilio, y luego lo volvió a definir el Concilio de Letrán, celebrado en Roma el año 649 bajo el Papa Martín I. Este dogma fue siempre admitido unánimemente por los Padres de la Iglesia y está fundado en textos inequívocos, tanto del Viejo como del Nuevo Testamento.
El profeta Isaías predijo que Jesucristo había de nacer de una madre virgen. Dice así el profeta: “He ahí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y se le pondrá por nombre Manuel” (Isaías VII, 14). La palabra que usa el profeta para decir virgen es almah, palabra que siempre significa virgen en el Antiguo Testamento (Gen XXIV, 43; Exo II, 4; Cant I, 2; 6, 7; Prov XXX, 19). Los Setenta, en la traducción que hicieron del Antiguo Testamento, tradujeron almah por parcenos, palabra griega que siempre significa virgen que no ha sido violada. No son menos explícitos en el Nuevo Testamento los Evangelios de San Mateo y San Lucas. “No temas tomar por esposa a María, pues lo que se ha engendrado en su vientre es obra del Espíritu Santo” (San Mateo I, 20). “El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una virgen desposada con un hombre llamado José” (San Lucas I, 26-27). Entre los Padres de los cuatro primeros siglos que más se señalaron en defender este dogma, merecen citarse San Justino, mártir (Apolog 31, 46; Dial cum Tryph 85); Arístides (Apol.), San Ireneo (Adv Haer 5, 19), Orígenes (Hom 7, in Lucam), San Hilario (In Math I, 3), San Epifanio (Adv Haer 78, 1-7). San Jerónimo (Adv Helv).
Aunque algunos Padres, como San Epifanio, San Gregorio Niseno y San Cirilo de Alejandría, creyeron que los “hermanos del Señor” fueron hijos que había tenido San José en un matrimonio anterior, la inmensa mayoría opinó, con San Jerónimo, que no se trata aquí de “hermanos”, sino de primos. Los Padres dan cuatro razones para probar que éstos no fueron hijos de María:
La virginidad de María está sobrentendida en las palabras que dirigió al ángel: “¿Cómo se hará esto porque no conozco varón?” (San Lucas I, 34). 
Si María tuvo otros hijos, ¿por qué es llamado con tanto énfasis Jesús “el Hijo de María” (San Marcos VI, 3), y por qué no se llama nunca a María Madre de los hermanos del Señor? 
Los textos del Evangelio dan a entender que los hermanos tenían más edad que Jesús. Le tenían envidia por su popularidad; le reprendían y le daban consejos; más aun quisieron prenderle creyendo que estaba loco. 
Si María tenía más hijos, ¿por qué se la encargó Jesús al discípulo amado desde la cruz? Nunca llegaremos a descubrir con toda certeza qué clase de parentesco había entre Santiago y José, hermanos, y los hermanos Simón y Judas. Perdura la duda de si María Cleofás era la esposa o la hermana de Cleofás. En ambos casos, Santiago y José, sus hijos, eran primos de Jesús, aunque no sabemos si por parte de su madre o por parte de su padre. Ignoramos también si Santiago, el hermano del Señor, es Santiago, apóstol, el hijo de Alfeo, y si este Alfeo es Cleofás (Alfeo-Cleofás), el hermano de San José. Si ambas hipótesis son ciertas, y a nosotros nos parece que lo son, entonces Judas era primo del Señor por ambos lados, a saber: por parte del padre y de la madre. 
Desde luego, la palabra “hermano” no significa entre los judíos lo que significa entre nosotros. En el Antiguo Testamento la encontramos con significados diversos. A veces significa parientes en general (Job XIX, 13-14); a veces significa sobrinos (Gén XIII, 18; XXIV, 15), primos lejanos (Lev. X, 4) y también primos carnales (1 Paral XXIII, 21-22). Además, ni en hebreo ni en arameo existía la palabra “primo”; por eso los escritores del Antiguo Testamento se vieron obligados a usar la palabra Ah, hermano, para describir diferentes grados de parentesco. Así, por ejemplo, Jacob, hablando de su prima Raquel, se llama a sí mismo hermano de su padre de ella, en vez de llamarse hijo de la hermana del padre de Raquel, por ser la única manera como podía describir en hebreo su verdadero parentesco (Gén XX, 12). En resolución: ni Jesús tuvo primos, y si éstos, a su vez, eran hermanos, esos tales, en lengua aramea, tenían que ser forzosamente “hermanos” de Jesús, por no haber en esa lengua una palabra apropiada para “primo”.

OBJECIÓN:
Parece que ese dogma católico de la virginidad de María no es más que un concepto importado del paganismo, pues sabemos que, según la Mitología pagana, los dioses Mithra de Persia, Adonis de Siria, Osiris de Egipto y Krisna de la India, nacieron de madres vírgenes.
RESPUESTA:
Esta dificultad no tiene fundamento alguno. Aunque es cierto que a veces se encuentran semejanzas entre algunos puntos del cristianismo y del paganismo, éste no es uno de ellos. Dice el racionalista Harnack: “La conjetura de Usener de que el nacimiento de una virgen es un mito pagano recibido por los cristianos, va contra todo el desarrollo de la tradición cristiana.” Mithra ni siquiera tuvo madre, sino que se le consideraba como hijo de una roca, representada por una piedra cónica que figuraba la bóveda celeste en la cual apareció por primera vez el dios de la luz. Adonis o Tammus (Ezeq. VIII), era un semidiós que representaba la luz del sol. Varios mitos le hacen hijo de Ciniras, de Fénix y del rey Teyas de Asiria y su hija Mirra. Osiris es hijo, ya de Seb y Nuit (la tierra y el firmamento), ya del corazón de Atum, el primero de los dioses y de los hombres. Krisna, el más popular entre las encarnaciones de Vishnu, no nació de una virgen, pues, antes que él naciera, su madre había dado varios hijos a su esposo, Vasudeva. Las leyendas que le hacen semejante a Jesucristo están tomadas de documentos posteriores varios siglos a los Evangelios.
Los mitos paganos de la antigüedad están tomados de la naturaleza, y representan la sucesión del día y de la noche, la sucesión de las estaciones del año, el misterio de la vida y su transmisión de una criatura a otra. Ninguno lleva fecha ni lugar fijo, y pertenecen, en general, a un período vago e imaginado, anterior a la aparición del hombre. Por el contrario, en relación del nacimiento de Jesucristo tiene todas las características, no de mito, sino de historia; porque en ella se especifican la fecha, el lugar, las personas contemporáneas y los hechos más salientes que tuvieron lugar a su alrededor desde el día que nació hasta hoy, pues su evangelio ha sido y es un acontecimiento del que no puede prescindir la Historia universal. Nada tan ridículo como suponer que los evangelistas, a ciencia y conciencia, incluyeron en sus narraciones mitos importados del paganismo, pues los hechos narrados por ellos estaban tan reciente que no había transcurrido tiempo suficiente para que se formara una leyenda en derredor de ellos.

OBJECIÓN:
¿No es cierto que las palabras “antes que se juntasen” y “hasta que dio a luz a su Hijo primogénito” prueban con toda evidencia que el matrimonio de José y María fue realmente consumado más tarde? (San Mateo I, 18, 25).
RESPUESTA:
No, señor; no prueban eso. Esta misma dificultad fue puesta en el siglo IV por Elvidio, y fue magistralmente resuelta por San Jerónimo. Citó el santo otros muchos pasajes de la Escritura en los que las palabras “antes” y “hasta que” no exigen que de hecho sucedan los acontecimientos a que se refieren. “Noé, abriendo la ventana que tenía hecha en el arca, envió un cuervo, el cual, habiendo salido, no volvió hasta que las aguas se secaron sobre la tierra” (Gén VIII, 6-7), es decir, el cuervo no volvió. Asimismo: “Y ningún hombre ha sabido de su sepulcro hasta hoy” (Deut XXXIX, 6); es decir, nadie ha descubierto el sepulcro de Moisés.

OBJECIÓN:
Las palabras “dio a luz a su Hijo primogénito”, ¿no prueban que, al menos, tuvo dos hijos la Virgen María?
RESPUESTA:
De ninguna manera. Ya tuviera un solo hijo la madre, ya tuviera más, la ley mosaica llamaba “primogénito” al primero que nacía (Exodo XXXIV, 19-20). Es evidente que si una madre muere del primer parto, no puede tener más hijos. Ahora bien: a ese hijo único, así nacido, los judíos le llamaban primogénito.

OBJECIÓN:
¿Puede usted probarme por la Escritura que la Virgen María fue concebida milagrosamente? La doctrina católica sobre la Concepción Inmaculada de la Virgen, ¿no es cierto que contradice a la Escritura, según la cual todos murieron en Adán? (1 Cor XV, 22; Cf, Rom V, 12). ¿Y no es ésta una verdad nueva, proclamada por primera vez el año 1854?
RESPUESTA:
El que fue concebido milagrosamente fue Jesucristo, no la Virgen María, que tuvo padre y madre como los demás hombres. ¿Quién no sabe que fue hija de San Joaquín y de Santa Ana? Cuando decimos que la Santísima Virgen fue Inmaculada, queremos decir que el primer instante de su ser, es decir, desde que se unieron su cuerpo y su alma en el vientre de su santa madre, la Virgen María fue santificada por la gracia de Dios, de modo que su alma nunca estuvo sin gracia santificante. O si se quiere más claro, el alma de la Virgen María, por especial privilegio, nunca fue tiznada con el pecado original, con el cual son tiznadas al unirse al cuerpo las almas de todos los hijos de Adán. 
El 8 de diciembre de 1854. Pío IX definió que “es doctrina revelada por Dios, y, por tanto, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles la doctrina que declara que la bienaventurada Virgen María en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de pecado original” (Ineffabilis Deus). 
Los racionalistas y las sectas de manga ancha niegan este dogma, porque niegan sencillamente la existencia del pecado original. Otras sectas protestantes más ortodoxas también lo niegan por las nociones erróneas que tienen acerca de ese pecado. Creen, al parecer, que el pecado original viene a ser prácticamente lo mismo que el pecado actual. No es ésa la doctrina católica. El pecado original es el pecado de Adán en cuanto que nos fue transmitido a sus descendientes, o el estado al cual nos reduce el pecado de Adán. Para los católicos, ese pecado es algo negativo; para los protestantes, es algo positivo. Creen que es algo así como una enfermedad, un cambio radical de la naturaleza, un veneno activo que corroe el alma y la corrompe inficionando sus elementos primarios y desorganizándola; por eso se imaginan que atribuimos a la Santísima Virgen una naturaleza distinta de la de sus padres y distinta de la de Adán caído. Los católicos no opinamos así. Decimos que María murió en Adán como todos los demás, y que fue incluida en la sentencia pronunciada contra Adán juntamente con todo el género humano; que contrajo la deuda como nosotros; pero que, en atención a los méritos del futuro Redentor, esa deuda se la perdonó Dios anticipadamente. Tampoco se cumplió en ella la sentencia general, si se exceptúa la muerte natural, pues la Virgen María también murió como los demás hombres. 
Al afirmar esto, negamos que la Virgen contrajera el pecado original; pues, como dijimos arriba, el pecado original es algo negativo que nos priva de aquella gracia sobrenatural e inmerecida de que gozaron Adán y Eva luego de ser criados, a la cual privación hay que añadir una serie larga de consecuencias. María no mereció la restitución de esa gracia, como tampoco la merecieron nuestros primeros padres; pero Dios, por su infinita bondad, se la restituyó desde el primer momento de su existencia, de modo que María nunca incurrió en la maldición del pecado original, la cual maldición consiste en la pérdida de esa gracia. Es cierto que la Sagrada Escritura no habla expresa y categóricamente de esta doctrina, pero hay en ella textos, como los dos que cita Pío IX, que, mirados a la luz de la tradición católica, la indican con bastante claridad. “Pondré enemistades entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la suya; ella quebrantará tu cabeza, y tú pondrás asechanzas a su calcañar” (Gén III, 15). “Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre las mujeres” (San Lucas I, 28). Jesucristo y su Madre aparecen como enemigos de Satanás y del pecado. Jesucristo, absolutamente sin pecado, por ser Hijo de Dios; y María, también sin pecado, o llena de gracia, por donación y prerrogativa especial de Dios.
La Santísima Virgen ocupa un puesto de preeminencia en los escritos de los Santos Padres, los cuales le han tributado alabanzas a porfía y han dicho de ella tales grandezas, que sonarían increíbles o muy exageradas si hubiera sido concebida en pecado con los demás hombres. Insisten en llamarla segunda Eva, libre de todo pecado, que deshizo lo que hizo Eva en el Paraíso cuando comió la manzana y dio a comer de ella a su marido.
Escribe San Ireneo (140-205): “Así como Eva por su desobediencia fue la causa de la muerte para sí y para todo el linaje humano, así María, Madre del Hombre predestinado, y siendo aún Virgen, por su obediencia fue la causa de salvación para sí y para todo el género humano” (Adv Haer III, 22). Expresiones parecidas pueden verse en los escritos de San Justino, mártir; Tertuliano, San Cirilo de Jerusalén, San Efrén de Siria; San Epifanio, San Jerónimo y otros que cita el cardenal Newman en la carta que escribió al doctor Pusey. Digamos, para no citar más que uno, el testimonio de San Efrén (306-373); “María fue tan inocente como Eva antes de la caída, Virgen ajena a toda mancha de pecado, más santa que los serafines, la fuente sellada del Espíritu Santo, semilla pura de Dios, siempre pura e inmaculada en cuerpo y mente” (Carmina Nisibena).