A JESÚS CRUCIFICADO

“La devoción a Jesús crucificado es el medio más seguro para inflamarnos de amor hacia nuestro divino Redentor. Pocos son los que aman a Jesús, porque son pocos los que consideran las penas que por nosotros padeció; pero quien con frecuencia reflexiona sobre ellas no puede vivir sin amarle. Por esto el Apóstol decía que no quería saber otra cosa sino a Jesús y a Jesús crucificado, esto es: el amor que en la cruz nos demostró.” (San Alfonso.)
Ejercicio devoto para cada viernes. Los que al sonido de la campana de las tres de la tarde del viernes, rezaren de rodillas, si así pueden, cinco Padrenuestros y Avemarias, añadiendo, según la intención del Sumo Pontífice, la jaculatoria: Adorámoste, oh Cristo, y bendecímoste, porque con tu santa Cruz redimiste al mundo, u otra semejante, ganan una indulgencia de diez años; plenaria una vez ni mes, con las condiciones acostumbrados, haciendo este piadoso ejercicio todos los viernes.
Los que todos los viernes de cada semana rezaren siete Padrenuestros, Avemarias y Gloriapatris devotamente delante de una imagen de Jesús Crucificado, ganan una indulgencia de siete años; plenaria al mes, con las condiciones acostumbradas.
Los que, en memoria de los cinco Llagas de Nuestro Señor Jesucristo, rezaren devotamente cinco Padrenuestros, Avemarias y Gloriapatris, con la invocación: Haced, oh Santa Madre, que las llagas del Señor se impriman en mi corazón, ganan una indulgencia de tres años; plenaria al mes, con las condiciones acostumbradas, haciendo este ejercicio todos los días.
Hay otras valiosas indulgencias para los que tomen parte en las funciones sagradas de la Semana Santa.

LETANIAS DE LA PASIÓN
Jesús, pobre y abyecto, TENED PIEDAD DE NOSOTROS
Jesús, desconocido y despreciado, Jesús, odiado, calumniado y perseguido.
Jesús, abandonado por los hombres y tentado por el demonio,
Jesús, entregado y vendido a vil precio,
Jesús, vituperado, acusado y condenado injustamente,
Jesús, vestido con vestidura de oprobio y de ignominia,
Jesús, abofeteado y escarnecido,
Jesús, atado y arrastrado con cordeles,
Jesús, sangrientamente flagelado, Jesús, pospuesto a Barrabás,
Jesús, depojado con infamia,
Jesús, coronado de espinas y burlescamente saludado,
Jesús, cargado con la cruz, con nuestros pecados y con las maldiciones de la plebe,
Jesús, triste hasta la muerte.
Jesús, saturado de oprobios, de dolores y de humillaciones,
Jesús, vilipendiado, vilmente escupido, herido, ultrajado y mofado.
Jesús, clavado en un infame madero entre dos ladrones,
Jesús, deshonrado y anonadado delante de los hombres,
ORACIÓN
Oh buen Jesús, que por nuestro amor sufristeis una infinidad de oprobios e incomprensibles humillaciones, imprimid profundamente en nuestros corazones la estimación y el amor de todos ellos, y dadnos un ardiente deseo de imitaros en vuestra santa vida. Amén.

RELOJ DE LA PASION DEL SEÑOR
tal como lo arregló y acostumbraba rezar el P. Leonardo Lessio, S. J.

A MAITINES
Bendita sea la hora sagrada en la cual, Señor mío Jesucristo,
Estuviste postrado en oración, Resignado en la voluntad del Eterno Padre,
Oprimido con el inmenso peso de nuestros pecados,
Afligido con indecible tristeza de muerte;
Sufriste en espíritu todos los tormentos que luego habías de padecer,
Sudaste sangre en la agonía,
Fuiste confortado por un ángel,
Saliste al encuentro de tus enemigos: Vendido por el beso traidor de Judas. Fuiste atado por crueles sayones, Abandonado de tus discípulos, presentado a Anás y Caifás,
Herido por un siervo con una bofetada
Acusado por falsos testigos,
Juzgado reo de muerte,
Escupido en tu rostro;
Y, vendados tus ojos,
Sufriste golpes y bofetadas,
Entregaste tu cuerpo a los que te herían y tus mejillas a los que te mesaban la barba,
Fuiste objeto de todas las mayores afrentas y blasfemias,
Y negado tres veces por San Pedro:

Señor mío Jesucristo,
Yo te ofrezco todas estas aflicciones, Te doy gracias por haberlas sufrido, te alabo y te bendigo,
Y por todas ellas te pido
Tengas misericordia de mí.

A PRIMA
Bendita sea la hora sagrada en la cual, Señor mío Jesucristo,
Fuiste de mañana condenado por el Sanedrín,
Entregado preso a Pilatos,
Acusado por los judíos,
Sin que ante tales acusaciones abrieses tus santos labios;
Relegado a Herodes,
Que te preguntó con curiosidad muchas cosas,
Y viendo tu silencio te despreció e hizo burla,
Te vistió de blanco como a un loco,
Y te remitió a Pílatos:
Señor mío Jesucristo…

A TERCIA
Bendita sea la hora sagrada en la cual.
Señor mío Jesucristo,
Fuiste condenado a sufrir azotes, 
Despojado de tus vestidos,
Atado desnudo a una columna,
Azotado con la mayor crueldad, 
Lacerado por nuestras maldades. 
Atormentado con acerbísimos dolores, 
Bañado en sangre por todo tu cuerpo, 
Tratado como a un vil esclavo; 
Permitiéronte poner tus vestiduras, 
Para despojarte de ellas otra vez,
Te vistieron manto de púrpura,
Te coronaron de espinas,
Te dieron una caña por cetro,
Te saludaron con amargo escarnio Rey de los judíos,
Te escupieron en el rostro,
Abofetearon tus mejillas.
Golpearon tu cabeza con una caña,
Te hartaron de dolores y oprobios,
Y en esta forma te sacaron fuera,
Te pusieron a la vista del pueblo,
Y así fuiste tenido por un leproso castigado por Dios.
Y con grandes voces pedido para colgarte en la cruz.
Pospuesto a Barrabás,
Condenado a la muerte más cruel e ignominiosa,
Entregado a la voluntad de los judíos, 
Cargado con la pesada cruz.
Y llevado como oveja al matadero
Señor mío Jesucristo…

A SEXTA
Bendita sea la hora sagrada en la cual, Señor mío Jesucristo,
Fuiste por tercera vez despojado de tus vestidos.
Extendido desnudo sobre la cruz. 
Clavado en ella de pies y manos. 
Llagado por nuestras iniquidades, 
Estirado cruelmente por todo tu cuerpo. 
Atormentado con acerbísimos dolores, 
Levantado en alto con la cruz,
Hecho espectáculo de admiración a los ángeles y a los hombres,
Y fuente de sangre, de que manaron con abundancia cuatro ríos,
Extendiendo tus brazos para recibir en ellos a los pecadores:
Señor mío Jesucristo…

A NONA
Bendita sea la hora sagrada en la cual. Señor mío Jesucristo,
Fuiste crucificado entre dos ladrones, contado entre los malhechores.
Hecho objeto de oprobio ante los hombres,
Blasfemado por los que pasaban junto a tí,
Escarnecido por los judíos,
Burlado en la cruz por la soldadesca, Insultado con injurias por el mal ladrón, Saturado de oprobios;
Y en medio de tantos dolores y contumelias,
Rogaste al Padre por tus enemigos, 
Prometiste el paraíso al ladrón arrepentido.
Diste a tu Madre como hijo en tu lugar al discípulo Juan,
Atestiguaste haber sido abandonado por tu Padre,
Recibiste pare aliviar tu sed, hiel y vinagre,
Declaraste consumado ya cuanto de tí estaba escrito,
Y encomendaste tu espíritu en las manos de tu Padre,
De quien siempre por la reverencia que mereces fuiste oido;
Obediente hasta la muerte de cruz,
Fuiste atravesado con una lanza;
De tu costado herido brotó sangre y agua;
Por tus golpes y cardenales recibimos salud.
Y te hiciste propiciación por nuestros pecados:
Señor mío Jesucristo…

A VÍSPERAS
Bendita sea la hora sagrada en la cual, Señor mío Jesucristo, 
Fuiste bajado de la cruz,
Recibido en los brazos de tu Madre, 
Llorado con muchas lágrimas.
Por tu afligida Madre María y por todos tus amigos:
Señor mío Jesucristo…

A COMPLETAS
Bendita sea la hora sagrada en la cual, Señor mío Jesucristo,
Fuiste envuelto en una sábana.
Llevado al sepulcro,
Y sepultado;
María lloraba con tus amigos, 
Esperando tu santa Resurrección: 
Señor mío Jesucristo.

LA SANTÍSIMA VIRGEN. ES MADRE DE DIOS. NUNCA PECÓ. LOS CATÓLICOS NO LA “ADORAMOS”.

OBJECIÓN:
¿Por qué llaman los católicos a la Virgen Madre de Dios, en vez de Madre de Jesús? ¿Puede acaso un ser humano ser Madre del Dios eterno?
RESPUESTA:
La Sagrada Escritura dice terminantemente en varios lugares que la Santísima Virgen es la Madre de Dios. El ángel San Gabriel habló así a María: “He ahí que concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús… El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con tu sombra. Y, por tanto, el (fruto) santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios” (San Lucas I, 31, 35). Santa Isabel saludó a María con estas palabras: “¿De dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a visitarme?” (San Lucas I, 43). San Pablo dice que “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer” (Gál IV, 4). Finalmente, en el Credo de los apóstoles se nos manda creer “en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por el Espíritu Santo, y nació de la Virgen María”. 
El CONCILIO DE EFESO (431) declaró que esta verdad había sido revelada por Dios, y excomulgó a Nestorio, que la negaba. Los no católicos que hacen a María la Madre de Jesús, lo hacen porque siguen ideas erróneas en lo concerniente al dogma de la Encarnación, pues niegan que Jesucristo, siendo una Persona divina, posee dos naturalezas, una divina y otra humana. Jesucristo no fue nunca una persona humana. Jesucristo es la segunda Persona de la Santísima Trinidad, que tomó nuestra naturaleza humana en el seno materno de la Virgen María. Sigúese, pues, que la Virgen es la Madre de la segunda Persona de la Santísima Trinidad, es decir, que es la madre de Dios. Así como nuestras madres no son solamente Madres de nuestros Cuerpos, sino Madres simplemente, porque el alma que cría Dios directamente se une al cuerpo en una persona humana, así también, la Santísima Virgen no es solamente Madre de la naturaleza humana de Jesucristo, sino que es Madre de Dios a secas, porque la naturaleza divina, engendrada de Dios Padre desde toda la eternidad, está unida a la naturaleza humana en la personalidad divina de Jesucristo. Muchos protestantes creen erróneamente que Lutero y Calvino negaron el dogma de la maternidad divina. Oigamos a Lutero: “No hay honor ni bienaventuranza comparables a la prerrogativa excelsa de ser la única persona de todo el género humano que fue digna de tener un Hijo en común con el Eterno Padre.” Y Calvino: “Al agradecer al cielo las bendiciones que nos trajo Jesús, no podemos menos de apreciar cuán inmensamente Dios honró y enriqueció a María al escogerla para Madre de Dios.”

OBJECIÓN:
¿Con qué fundamento dicen los católicos que María fue siempre virgen, si la Escritura nos habla con frecuencia de los hermanos de Jesús? (San Mateo XII, 46-50; San Marcos III, 31-36; San Lucas VIII, 19-21; Juan VII, 3,10; Hech I, 14).
RESPUESTA:
El dogma de que María permaneció siempre virgen aun después del parto, fue definido en el quinto Concilio general tenido en Constantinopla en 553, reinando el Papa Virgilio, y luego lo volvió a definir el Concilio de Letrán, celebrado en Roma el año 649 bajo el Papa Martín I. Este dogma fue siempre admitido unánimemente por los Padres de la Iglesia y está fundado en textos inequívocos, tanto del Viejo como del Nuevo Testamento.
El profeta Isaías predijo que Jesucristo había de nacer de una madre virgen. Dice así el profeta: “He ahí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y se le pondrá por nombre Manuel” (Isaías VII, 14). La palabra que usa el profeta para decir virgen es almah, palabra que siempre significa virgen en el Antiguo Testamento (Gen XXIV, 43; Exo II, 4; Cant I, 2; 6, 7; Prov XXX, 19). Los Setenta, en la traducción que hicieron del Antiguo Testamento, tradujeron almah por parcenos, palabra griega que siempre significa virgen que no ha sido violada. No son menos explícitos en el Nuevo Testamento los Evangelios de San Mateo y San Lucas. “No temas tomar por esposa a María, pues lo que se ha engendrado en su vientre es obra del Espíritu Santo” (San Mateo I, 20). “El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una virgen desposada con un hombre llamado José” (San Lucas I, 26-27). Entre los Padres de los cuatro primeros siglos que más se señalaron en defender este dogma, merecen citarse San Justino, mártir (Apolog 31, 46; Dial cum Tryph 85); Arístides (Apol.), San Ireneo (Adv Haer 5, 19), Orígenes (Hom 7, in Lucam), San Hilario (In Math I, 3), San Epifanio (Adv Haer 78, 1-7). San Jerónimo (Adv Helv).
Aunque algunos Padres, como San Epifanio, San Gregorio Niseno y San Cirilo de Alejandría, creyeron que los “hermanos del Señor” fueron hijos que había tenido San José en un matrimonio anterior, la inmensa mayoría opinó, con San Jerónimo, que no se trata aquí de “hermanos”, sino de primos. Los Padres dan cuatro razones para probar que éstos no fueron hijos de María:
La virginidad de María está sobrentendida en las palabras que dirigió al ángel: “¿Cómo se hará esto porque no conozco varón?” (San Lucas I, 34). 
Si María tuvo otros hijos, ¿por qué es llamado con tanto énfasis Jesús “el Hijo de María” (San Marcos VI, 3), y por qué no se llama nunca a María Madre de los hermanos del Señor? 
Los textos del Evangelio dan a entender que los hermanos tenían más edad que Jesús. Le tenían envidia por su popularidad; le reprendían y le daban consejos; más aun quisieron prenderle creyendo que estaba loco. 
Si María tenía más hijos, ¿por qué se la encargó Jesús al discípulo amado desde la cruz? Nunca llegaremos a descubrir con toda certeza qué clase de parentesco había entre Santiago y José, hermanos, y los hermanos Simón y Judas. Perdura la duda de si María Cleofás era la esposa o la hermana de Cleofás. En ambos casos, Santiago y José, sus hijos, eran primos de Jesús, aunque no sabemos si por parte de su madre o por parte de su padre. Ignoramos también si Santiago, el hermano del Señor, es Santiago, apóstol, el hijo de Alfeo, y si este Alfeo es Cleofás (Alfeo-Cleofás), el hermano de San José. Si ambas hipótesis son ciertas, y a nosotros nos parece que lo son, entonces Judas era primo del Señor por ambos lados, a saber: por parte del padre y de la madre. 
Desde luego, la palabra “hermano” no significa entre los judíos lo que significa entre nosotros. En el Antiguo Testamento la encontramos con significados diversos. A veces significa parientes en general (Job XIX, 13-14); a veces significa sobrinos (Gén XIII, 18; XXIV, 15), primos lejanos (Lev. X, 4) y también primos carnales (1 Paral XXIII, 21-22). Además, ni en hebreo ni en arameo existía la palabra “primo”; por eso los escritores del Antiguo Testamento se vieron obligados a usar la palabra Ah, hermano, para describir diferentes grados de parentesco. Así, por ejemplo, Jacob, hablando de su prima Raquel, se llama a sí mismo hermano de su padre de ella, en vez de llamarse hijo de la hermana del padre de Raquel, por ser la única manera como podía describir en hebreo su verdadero parentesco (Gén XX, 12). En resolución: ni Jesús tuvo primos, y si éstos, a su vez, eran hermanos, esos tales, en lengua aramea, tenían que ser forzosamente “hermanos” de Jesús, por no haber en esa lengua una palabra apropiada para “primo”.

OBJECIÓN:
Parece que ese dogma católico de la virginidad de María no es más que un concepto importado del paganismo, pues sabemos que, según la Mitología pagana, los dioses Mithra de Persia, Adonis de Siria, Osiris de Egipto y Krisna de la India, nacieron de madres vírgenes.
RESPUESTA:
Esta dificultad no tiene fundamento alguno. Aunque es cierto que a veces se encuentran semejanzas entre algunos puntos del cristianismo y del paganismo, éste no es uno de ellos. Dice el racionalista Harnack: “La conjetura de Usener de que el nacimiento de una virgen es un mito pagano recibido por los cristianos, va contra todo el desarrollo de la tradición cristiana.” Mithra ni siquiera tuvo madre, sino que se le consideraba como hijo de una roca, representada por una piedra cónica que figuraba la bóveda celeste en la cual apareció por primera vez el dios de la luz. Adonis o Tammus (Ezeq. VIII), era un semidiós que representaba la luz del sol. Varios mitos le hacen hijo de Ciniras, de Fénix y del rey Teyas de Asiria y su hija Mirra. Osiris es hijo, ya de Seb y Nuit (la tierra y el firmamento), ya del corazón de Atum, el primero de los dioses y de los hombres. Krisna, el más popular entre las encarnaciones de Vishnu, no nació de una virgen, pues, antes que él naciera, su madre había dado varios hijos a su esposo, Vasudeva. Las leyendas que le hacen semejante a Jesucristo están tomadas de documentos posteriores varios siglos a los Evangelios.
Los mitos paganos de la antigüedad están tomados de la naturaleza, y representan la sucesión del día y de la noche, la sucesión de las estaciones del año, el misterio de la vida y su transmisión de una criatura a otra. Ninguno lleva fecha ni lugar fijo, y pertenecen, en general, a un período vago e imaginado, anterior a la aparición del hombre. Por el contrario, en relación del nacimiento de Jesucristo tiene todas las características, no de mito, sino de historia; porque en ella se especifican la fecha, el lugar, las personas contemporáneas y los hechos más salientes que tuvieron lugar a su alrededor desde el día que nació hasta hoy, pues su evangelio ha sido y es un acontecimiento del que no puede prescindir la Historia universal. Nada tan ridículo como suponer que los evangelistas, a ciencia y conciencia, incluyeron en sus narraciones mitos importados del paganismo, pues los hechos narrados por ellos estaban tan reciente que no había transcurrido tiempo suficiente para que se formara una leyenda en derredor de ellos.

OBJECIÓN:
¿No es cierto que las palabras “antes que se juntasen” y “hasta que dio a luz a su Hijo primogénito” prueban con toda evidencia que el matrimonio de José y María fue realmente consumado más tarde? (San Mateo I, 18, 25).
RESPUESTA:
No, señor; no prueban eso. Esta misma dificultad fue puesta en el siglo IV por Elvidio, y fue magistralmente resuelta por San Jerónimo. Citó el santo otros muchos pasajes de la Escritura en los que las palabras “antes” y “hasta que” no exigen que de hecho sucedan los acontecimientos a que se refieren. “Noé, abriendo la ventana que tenía hecha en el arca, envió un cuervo, el cual, habiendo salido, no volvió hasta que las aguas se secaron sobre la tierra” (Gén VIII, 6-7), es decir, el cuervo no volvió. Asimismo: “Y ningún hombre ha sabido de su sepulcro hasta hoy” (Deut XXXIX, 6); es decir, nadie ha descubierto el sepulcro de Moisés.

OBJECIÓN:
Las palabras “dio a luz a su Hijo primogénito”, ¿no prueban que, al menos, tuvo dos hijos la Virgen María?
RESPUESTA:
De ninguna manera. Ya tuviera un solo hijo la madre, ya tuviera más, la ley mosaica llamaba “primogénito” al primero que nacía (Exodo XXXIV, 19-20). Es evidente que si una madre muere del primer parto, no puede tener más hijos. Ahora bien: a ese hijo único, así nacido, los judíos le llamaban primogénito.

OBJECIÓN:
¿Puede usted probarme por la Escritura que la Virgen María fue concebida milagrosamente? La doctrina católica sobre la Concepción Inmaculada de la Virgen, ¿no es cierto que contradice a la Escritura, según la cual todos murieron en Adán? (1 Cor XV, 22; Cf, Rom V, 12). ¿Y no es ésta una verdad nueva, proclamada por primera vez el año 1854?
RESPUESTA:
El que fue concebido milagrosamente fue Jesucristo, no la Virgen María, que tuvo padre y madre como los demás hombres. ¿Quién no sabe que fue hija de San Joaquín y de Santa Ana? Cuando decimos que la Santísima Virgen fue Inmaculada, queremos decir que el primer instante de su ser, es decir, desde que se unieron su cuerpo y su alma en el vientre de su santa madre, la Virgen María fue santificada por la gracia de Dios, de modo que su alma nunca estuvo sin gracia santificante. O si se quiere más claro, el alma de la Virgen María, por especial privilegio, nunca fue tiznada con el pecado original, con el cual son tiznadas al unirse al cuerpo las almas de todos los hijos de Adán. 
El 8 de diciembre de 1854. Pío IX definió que “es doctrina revelada por Dios, y, por tanto, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles la doctrina que declara que la bienaventurada Virgen María en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de pecado original” (Ineffabilis Deus). 
Los racionalistas y las sectas de manga ancha niegan este dogma, porque niegan sencillamente la existencia del pecado original. Otras sectas protestantes más ortodoxas también lo niegan por las nociones erróneas que tienen acerca de ese pecado. Creen, al parecer, que el pecado original viene a ser prácticamente lo mismo que el pecado actual. No es ésa la doctrina católica. El pecado original es el pecado de Adán en cuanto que nos fue transmitido a sus descendientes, o el estado al cual nos reduce el pecado de Adán. Para los católicos, ese pecado es algo negativo; para los protestantes, es algo positivo. Creen que es algo así como una enfermedad, un cambio radical de la naturaleza, un veneno activo que corroe el alma y la corrompe inficionando sus elementos primarios y desorganizándola; por eso se imaginan que atribuimos a la Santísima Virgen una naturaleza distinta de la de sus padres y distinta de la de Adán caído. Los católicos no opinamos así. Decimos que María murió en Adán como todos los demás, y que fue incluida en la sentencia pronunciada contra Adán juntamente con todo el género humano; que contrajo la deuda como nosotros; pero que, en atención a los méritos del futuro Redentor, esa deuda se la perdonó Dios anticipadamente. Tampoco se cumplió en ella la sentencia general, si se exceptúa la muerte natural, pues la Virgen María también murió como los demás hombres. 
Al afirmar esto, negamos que la Virgen contrajera el pecado original; pues, como dijimos arriba, el pecado original es algo negativo que nos priva de aquella gracia sobrenatural e inmerecida de que gozaron Adán y Eva luego de ser criados, a la cual privación hay que añadir una serie larga de consecuencias. María no mereció la restitución de esa gracia, como tampoco la merecieron nuestros primeros padres; pero Dios, por su infinita bondad, se la restituyó desde el primer momento de su existencia, de modo que María nunca incurrió en la maldición del pecado original, la cual maldición consiste en la pérdida de esa gracia. Es cierto que la Sagrada Escritura no habla expresa y categóricamente de esta doctrina, pero hay en ella textos, como los dos que cita Pío IX, que, mirados a la luz de la tradición católica, la indican con bastante claridad. “Pondré enemistades entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la suya; ella quebrantará tu cabeza, y tú pondrás asechanzas a su calcañar” (Gén III, 15). “Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre las mujeres” (San Lucas I, 28). Jesucristo y su Madre aparecen como enemigos de Satanás y del pecado. Jesucristo, absolutamente sin pecado, por ser Hijo de Dios; y María, también sin pecado, o llena de gracia, por donación y prerrogativa especial de Dios.
La Santísima Virgen ocupa un puesto de preeminencia en los escritos de los Santos Padres, los cuales le han tributado alabanzas a porfía y han dicho de ella tales grandezas, que sonarían increíbles o muy exageradas si hubiera sido concebida en pecado con los demás hombres. Insisten en llamarla segunda Eva, libre de todo pecado, que deshizo lo que hizo Eva en el Paraíso cuando comió la manzana y dio a comer de ella a su marido.
Escribe San Ireneo (140-205): “Así como Eva por su desobediencia fue la causa de la muerte para sí y para todo el linaje humano, así María, Madre del Hombre predestinado, y siendo aún Virgen, por su obediencia fue la causa de salvación para sí y para todo el género humano” (Adv Haer III, 22). Expresiones parecidas pueden verse en los escritos de San Justino, mártir; Tertuliano, San Cirilo de Jerusalén, San Efrén de Siria; San Epifanio, San Jerónimo y otros que cita el cardenal Newman en la carta que escribió al doctor Pusey. Digamos, para no citar más que uno, el testimonio de San Efrén (306-373); “María fue tan inocente como Eva antes de la caída, Virgen ajena a toda mancha de pecado, más santa que los serafines, la fuente sellada del Espíritu Santo, semilla pura de Dios, siempre pura e inmaculada en cuerpo y mente” (Carmina Nisibena).

ACTO DE DESAGRAVIO DE LAS GUARDIAS DE HONOR

(Para el primer Viernes de Mes)

¡Oh divino Salvador Jesús!, dignaos dirigir una mirada de misericordia y de amor sobre vuestras Guardias de Honor, que, unidas en un solo pensamiento de fe, de amor y de reparación, vienen a llorar, a vuestros pies, sus infidelidades y las de los pobres pecadores, sus hermanos.
Ojalá pudiéramos, con las promesas unánimes y solemnes que vamos a hacer, conmover vuestro Corazón divino y conseguir misericordia para nosotros, para el mundo infeliz y culpable, para todos los que no tienen la dicha de amaros.
En adelante, sí, nosotros todos los prometemos .. .
Del olvido e ingratitud de los hombres.
Os consolaremos Señor.
De vuestro abandono en el santo Tabernáculo, Os consolaremos Señor.
De los crímenes de los pecadores, Os consolaremos Señor
Del odio de los impíos, ” “
De las blasfemias que se vomitan contra Vos, ” “
De las injurias hechas a vuestra Divinidad, ” “
De los sacrilegios con que se profana vuestro Sacramento de amor. ” “
De las inmodestias y de las irreverencias cometidas en vuestra presencia adorable, ” “
De las traiciones de que sois la adorable víctima, ” “
De la frialdad de la mayor parte de vuestros hijos, ” “
De los desprecios que se hacen de vuestras llamadas de amor,
” “
De las infidelidades de los que se dicen vuestros amigos, ” “
Del abuso de vuestras gracias, ” “
De nuestras propias infidelidades, ” “
De la incomprensible dureza de nuestros corazones, ” “
De nuestras tardanzas en amaros, ” “
De nuestra cobardía en vuestro santo servicio. ” “
De la amarga tristeza en que os sumerge la pérdida de las almas. ” “
De lo mucho que os hacemos esperar a la puerta de nuestros corazones, ” “
De las amargas repulsas con que os abrevan, ” “
En vuestros suspiros de amor, ” “
En vuestras lágrimas de amor, ” “
En vuestra prisión de amor, ” “
En vuestro martirio de amor. ” “

Oración
¡Oh divino Salvador Jesús, cuyo Corazón amante ha emitido esta dolorosa queja: “He buscado quien me consolase y no le he hallado…”!, dignaos aceptar el pobre homenaje de nuestro desagravio y asistirnos tan eficazmente con la ayuda de vuestra gracia, que. en adelante, huyendo más y más de todo lo que pudiese disgustaros, seamos en todo y por todo vuestras fíeles y devotas Guardias de Honor.
Os lo pedimos por vuestro Corazón, oh amado Jesús, que, siendo Dios con el Padre y el Espíritu Santo, vivís y reináis por todos los siglos de los siglos. Así sea.

MATRIMONIOS MIXTOS

OBJECIÓN:
¿Por qué se opone la Iglesia con tanta tenacidad a los matrimonios mixtos? Si éstos son en sí un mal, ¿por qué permite excepciones a los que pagan con dinero? El que no es católico, ¿necesita bautizarse para casarse con un católico? En un matrimonio mixto, ¿pueden los novios casarse primero por la Iglesia y luego por un pastor protestante para dar gusto a los padres de la parte no católica, que tampoco son católicos? ¿Por qué exige la Iglesia que todos los hijos sean educados en la fe católica? ¿Por qué no se celebran en la iglesia las ceremonias de los matrimonios mixtos?
RESPUESTA:
Se llama matrimonio mixto el contraído por dos personas bautizadas, de las cuales una es católica y la otra es hereje o cismática. La Iglesia se ha opuesto siempre a este género de matrimonios, como puede verse por las leyes promulgadas al efecto desde los primeros siglos; por ejemplo, las leyes de los Concilios de Elvira (300), Laodicea (343-389), Hipona (393) y Calcedonia (451). En los tiempos modernos han condenado severisimamente los matrimonios mixtos los Papas Urbano VIII, Clemente XI, Benedicto XIV, Pío IX y León XIII.
La razón de esta condenación no es otra que el peligro que corren de perder la fe la parte católica y los hijos nacidos del matrimonio. No es raro que un protestante prometa a una joven católica libertad absoluta para practicar su religión, y, una vez que están casados, muestre su fanatismo y su odio a la Iglesia católica, ridiculizándola siempre que se ofrece ocasión, y consiguiendo, al cabo de cierto tiempo, que la esposa católica, débil de carácter o poco instruida en el catecismo, apostate y venga a abrazar la herejía de su esposo protestante. De este modo, la Iglesia pierde miles de almas en los Estados Unidos, donde son frecuentes estos matrimonio.
Y sabemos por el canon 1060 que si el peligro de perversión es próximo, los matrimonios mixtos están prohibidos por la misma ley divina. Desde luego, se puede asegurar, en términos generales, que una gran parte de los hijos de tales matrimonios se cría y educa fuera de la fe católica. Si uno de los padres, y, especialmente, la madre, no va jamás a la iglesia, o, lo que es peor, se ríe de los que van, ya se ve que los hijos están en peligro grandísimo de crecer sin amor ni devoción a las prácticas católicas, a no ser que el padre, católico, tome cartas en el asunto y vigile con perseverancia a los hijos, enviándolos a escuelas católicas y obligándolos a asistir a la Iglesia. También ocurre con cierta frecuencia que la parte católica muere y la parte no católica se casa de nuevo con una persona que no es católica. En estos casos, la prole del matrimonio mixto es infaliblemente criada y educada en la fe de los padres no católicos. Además, la diversidad de creencias entre esposos es con harta frecuencia motivo de discordias en el hogar, especialmente cuando la parte no católica está dominada por parientes y amigos llenos de prejuicios contra la Iglesia católica. Asimismo, es fuente de discordias la diferencia de opinión en asuntos delicados, como son el divorcio, la limitación de la familia y la necesidad de educar a la prole en la fe católica.
Atendidas todas estas razones, nadie extrañará que la Iglesia no conceda dispensa para contraer un matrimonio mixto, a no ser que medien razones justas y graves. Desde luego, no es menester que la parte no católica se bautice; basta con que se obligue por escrito a alejar todo peligro de perversión de la parte católica. Los dos esposos deben prometer que han de educar a los hijos en la fe católica (canon 1.061). La Iglesia no hace esto por capricho, sino porque está obligada a mirar por el bien espiritual de sus hijos. Ante todo, salta a la vista que la facilidad con que los esposos no católicos firman estas promesas es prueba evidente de lo poco arraigados que están en su fe. En general, son completamente indiferentes en materia de religión.
El Derecho Canónico (canon 1063) prohíbe terminantemente a los católicos renovar el consentimiento matrimonial delante de un ministro no católico. Los que tal hagan quedan por el mero hecho excomulgados, pues esa acción equivale a profesar abiertamente la herejía o el cisma. No debemos hacer traición a la conciencia ni a los principios sólo por dar gusto a personas irreflexivas. Además, si el primer matrimonio obliga a los casados hasta la muerte, ¿por qué se ha de recurrir a una segunda ceremonia, que no tiene significado alguno? En aquellos países en que se obliga a los ciudadanos a pasar por la ceremonia civil del matrimonio, los católicos pueden y deben obedecer la ley a fin de asegurar los derechos civiles; pero tal ceremonia es entonces considerada como una pura formalidad legal sin significado alguno religioso.
Los matrimonios mixtos no tienen lugar dentro de la Iglesia, para que todos vean la repugnancia con que la Iglesia católica concede dispensa para ellos. De ordinario se celebran en la sacristía o en casa del párroco. Tampoco se leen las amonestaciones, ni se bendice el anillo ni se celebra misa nupcial.
No es cierto que la Iglesia conceda dispensa por dinero. El Concilio de Trento declaró que las dispensas matrimoniales, caso de ser concedidas, lo fuesen de balde (sesión IV, De Ref Mat 5). Esta declaración ha sido confirmada repetidas veces por los Papas y por las congregaciones. Lo único que se acepta es un donativo para cubrir los gastos de la cancillería, y a los pobres no se les exige absolutamente nada (canon 1056).

OBJECIÓN:
¿Considera la Iglesia católica válido el matrimonio contraído por un protestante bautizado y un infiel?
RESPUESTA:
El Derecho Canónico antiguo consideraba inválidos estos matrimonios por el impedimento de disparidad de cultos. En el nuevo Derecho Canónico, es decir, desde el 19 de mayo de 1918, este impedimento ha sido abolido cuando se trata de dos personas no católicas; por tanto, el matrimonio citado en la pregunta es válido. La Iglesia cambió la ley en este punto para evitar la invalidez de muchos matrimonios, pues hoy día son legión los protestantes que no se bautizan. El impedimento, pues, de disparidad de cultos sólo reza con el matrimonio contraído por un católico y un no católico que no está bautizado.

OBJECIÓN:
¿Por qué prohíbe la Iglesia los matrimonios entre parientes cercanos, por ejemplo, entre primos carnales y primos segundos?
RESPUESTA:
El canon 1076 prohíbe los matrimonios entre parientes en cualquier grado si están emparentados en línea recta; si están emparentados en línea oblicua, prohíbe contraer matrimonio a los emparentados hasta el tercer grado inclusive. En el primer caso, la Iglesia nunca concede dispensa; en el segundo, la concede por justas causas a los primos segundos y aun a los primos carnales. El fin de estas leyes es robustecer el respeto debido a los parientes cercanos, que existe aun entre los paganos, y prevenir que los hijos nazcan físicamente defectuosos. San Agustín notó que casándose con personas que no son parientes se ensancha el círculo de amigos, y el amor y la caridad se multiplican más y más.
La ciencia médica nos dice que mientras más de cerca están emparentados los padres, más defectuosos nacen los hijos, generalmente. Esto suele tener lugar principalmente entre los sordomudos de nacimiento.
El doctor Boudin afirma que si en un matrimonio ordinario el peligro de hijos sordomudos es representado por uno, tratándose de primos carnales el peligro asciende a dieciocho, y a treinta y siete si se trata de tíos y sobrinas. Al escribir esto me vienen a la memoria dos matrimonios de primos carnales. En uno de ellos los cuatro hijos nacieron defectuosos física y mentalmente; en el segundo, los tres hijos nacieron normales y se criaron robustos. Tal vez—como observa De Smet—los hijos de parientes cercanos heredan los defectos físicos de la familia desarrollados; mientras que tratándose de dos individuos de familias distintas, los defectos propios de cada una se neutralizan en la prole.

OBJECIÓN:
¿Por qué no se les permite a los católicos casarse durante el Adviento y la Cuaresma?
RESPUESTA:
A los católicos, como a todos, les está permitido casarse cuando lo juzguen oportuno. Lo que se prohíbe durante el Adviento y la Cuaresma es solemnizar el matrimonio echando a vuelo las campanas, tocando el órgano, etc., etc. Estas ceremonias exteriores quedan prohibidas desde el primer domingo de Adviento hasta el día de Navidad inclusive, y desde el miércoles de Ceniza hasta el domingo de Pascua inclusive (canon 3108). El obispo, sin embargo, puede permitir la bendición nupcial; pero debe urgir a los recién casados a que se abstengan de solemnizar demasiado el matrimonio, pues el Adviento y la Cuaresma son en la Iglesia épocas de recogimiento y penitencia.

BIBLIOGRAFIA
Pío XI, Encíclica sobre el matrimonio.
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Id., Derecho sacramental.
García Figar, Matrimonio y familia. 
Gomá, La familia según el derecho natural cristiano.
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Schmidt, Amor, matrimonio, familia. 
Vauencina, Preparación para el matrimonio.
Vilariño, Regalo de boda. 
Bujanda, El matrimonio y la Teología católica. 
Blanco, Ya no sois dos.

DIVORCIO

OBJECIÓN:
¿Por qué prohíbe la Iglesia el divorcio sin excepción? ¿No es cruel y horrendo obligar a una pobre mujer a vivir toda la vida con un esposo borracho y adúltero, que ni siquiera la mantiene? ¿No es más conforme a razón admitir el divorcio en ciertos casos, como lo hacen todos los Estados modernos?
RESPUESTA:
La Iglesia católica prohíbe el divorcio simplemente porque Jesucristo también lo prohibió. He aquí cómo se expresa el Concilio de Trento en este punto: “Si alguno dijere que el vínculo matrimonial puede ser disuelto por la herejía, o porque la cohabitación es molesta, o por la ausencia afectada de uno de los cónyuges, sea anatema” (sesión XXIV, canon 5).
La doctrina de Jesucristo sobre la indisolubilidad del matrimonio cristiano no puede ser más clara. A los fariseos que le preguntaron sobre la legalidad del divorcio, les respondió: “¿No habéis leído que Aquel que al principio crió el linaje humano, crió un solo hombre y una sola mujer? Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, para unirse con su mujer, y serán dos en una sola carne. Así que ya no son dos, sino Una sola carne. Lo que Dios, pues, ha unido, no lo desuna el hombre.” Y como los fariseos le objetasen que Moisés había permitido el divorcio, respondió el Señor: “A causa de la dureza de vuestro corazón, os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres; mas desde el principio no fue así” (Mat XIX, 4-8).
Esta misma doctrina puede verse repetida en los Evangelios de San Marcos y San Lucas. Jesucristo dice que los esposos que se casan de nuevo después de divorciados cometen adulterio; y que el que se case con la mujer repudiada, también comete adulterio. “Cualquiera que desechare a su mujer y tomare otra, comete adulterio contra ella. Y si la mujer se aparta de su marido y se casa con otro, es adúltera” (Marc X, 11-12). “Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y comételo también el que se casa con la repudiada por su marido” (Luc XVI, 18).
San Pablo compara el matrimonio cristiano a la unión indisoluble que existe entre Cristo y su Iglesia (Efes V, 24), y afirma categóricamente que el vínculo matrimonial no se disuelve más que con la muerte. “Así es que una mujer casada está ligada por la ley (del matrimonio) al marido mientras éste vive; mas en muriendo su marido queda libre de la ley que la ligaba al marido. Por esta razón, será tenida por adúltera si viviendo su marido se junta con otro hombre; pero si el marido muere queda libre del vínculo, y puede casarse con otro sin ser adúltera” (Rom VII, 2-3). “Pero a las personas casadas mando, no yo, sino el Señor, que la mujer no se separe del marido; que si se separa (por justa causa) no pase a otras nupcias, o bien reconcilíese con su marido” (1 Cor VII, 10-11).
Como se ve, las palabras de Jesucristo, lo mismo que las de San Pablo, no pueden estar más claras. Si los casados se separan y se casan de nuevo con otro, son adúlteros; el que se case con la mujer repudiada vive en adulterio; si por algún motivo razonable se separan los casados, deben vivir solos o reconciliarse, y, finalmente, el vínculo conyugal no puede ser disuelto más que por la muerte de una de las partes.
La Iglesia permite a los esposos separarse y vivir apartados el uno del otro por razones graves (Trento, sesión XXIV, can 8); pero no les permite a ninguno de los dos casarse con un tercero. La borrachera o el adulterio son motivo suficiente para pedir esa separación.
Traer a cuento la legislación civil, como si ella fuera una autoridad en esta materia, es impertinente. No lo decimos nosotros, lo dijo San Juan Crisóstomo hace más de mil años. “No me citéis—decía el santo—la ley civil hecha por extraños, que manda que se extienda un libelo y que se conceda el divorcio. No os va a juzgar el Señor el último día según estas leyes, sino según las leyes que El mismo nos dio” (De Lib Rep). La Iglesia no niega al Estado el derecho que éste tiene de legislar sobre los efectos civiles del matrimonio. Así, el Estado puede con todo derecho fijar la dote, el derecho de sucesión, la inscripción en los registros, etc. Lo que la Iglesia reclama para sí, por encima de todo, es el derecho único y exclusivo que tiene de declarar cuándo un matrimonio es válido y cuándo no lo es.

OBJECIÓN:
¿No es cierto que Jesucristo mismo permitió el divorcio en caso de adulterio? (Mat V, 32; 19, 9)
RESPUESTA:
No, señor; Jesucristo no admitió excepción alguna. El primer pasaje aducido dice así: “Pero Yo os digo que todo aquel que despida a su mujer, a no ser en caso de fornicación, la hace cometer adulterio, y el que tome a esta mujer despedida es adúltero.”
Los judíos estaban en la persuasión de que por la ley de Moisés, las obligaciones del esposo para con la esposa cesaban por completo tan pronto como aquél daba a ésta libelo de divorcio. El esposo, según ellos, quedaba entonces libre para casarse de nuevo con otra. Jesucristo les dice: “No, las obligaciones del esposo para con la esposa no quedan terminadas por el mero hecho de haber obtenido el divorcio. Es el responsable de adulterio que ella puede cometer, si la despide por otra causa distinta de la fornicación.”
Nótese que en este caso la mujer no es adúltera antes de ser despedida; de lo contrario, la frase “la hace cometer adulterio” carece por completo de sentido. Y para que nadie se llamase a engaño creyendo que con el divorcio quedaba disuelto el vínculo conyugal, agregó Jesús: “Y el que tome a esta mujer despedida es adúltero.”
El segundo pasaje mencionado en la pregunta dice así: “Pero Yo os digo que cualquiera que despidiere a su mujer, si no es en caso de fornicación, y se casare con otra, es adúltero, y el que se casare con la mujer despedida es adúltero.”
En este pasaje, Jesucristo no permite un segundo matrimonio en caso de que uno de los esposos cometa adulterio. Lo que quiso el Señor declarar con estas palabras es que si uno comete adulterio, el otro tiene derecho a pedir la separación. La razón de esta interpretación es obvia. Acababa el Señor de restaurar el matrimonio a su perfección primitiva, diciendo: “Lo que Dios ha unido, no lo desuna el hombre.” Si, pues, ahora hubiese permitido el divorcio y Un segundo matrimonio, se habría contradicho a Sí mismo.
Es norma elemental en la interpretación de la Biblia comparar un pasaje dudoso con otros paralelos más claros y precisos. Ahora bien: el que dude de la ilicitud del divorcio por este pasaje,que lea y examine los textos siguientes: Marc X, 11-12; Lucas XVI, 18; 1 Cor VII, 39. Por aquí verá que el divorcio no tiene soporte alguno en los textos bíblicos. Dígase lo mismo de los Santos Padres y escritores de los primeros siglos, que convinieron en afirmar que el adulterio no era motivo para pedir el divorcio. 
“Si la esposa es adúltera—escribía Hermas en el siglo II—, el esposo puede despedirla, pero no le es lícito juntarse con otra. Si se casare con otra, comete adulterio” (Mand 4, 4).
San Justino, mártir (165): “El que se case con la mujer que ha despedido el esposo comete adulterio” (Apol 1, 15). 
San Clemente de Alejandría (150-216): “La Biblia declara que el cónyuge que se casa con un tercero mientras vive el otro cónyuge, comete adulterio” (Strom 2, 23). 
San Jerónimo (340-420): “Mientras viva el esposo, aunque sea un adúltero… y por sus crímenes se vea abandonado de la esposa, los dos son verdaderos esposos; por tanto, ella no debe casarse con otro… Ya sea ella la que se separa, ya sea el esposo el que la despide, cualquiera que se case con ella es adúltero” (Epist 55).
Finalmente, el gran San Agustín (354-430) escribió un tratado De conjugis adulterinis contra Polencio, que defendía que el adulterio justificaba el divorcio. El santo le responde: “De ninguna manera.” Y cita en su apoyo los textos (Mar X, 11-12; Luc XVI, 18).

OBJECIÓN:
¿No es verdad que San Pablo permite a los cristianos divorciarse? (1 Cor VII, 12-15).
RESPUESTA:
San Pablo en este pasaje no se refiere al matrimonio cristiano, sino al pagano, que es un matrimonio puramente natural. Dice, pues, el apóstol que si dos esposos no están bautizados, y uno de ellos se convierte y se bautiza, y el otro rehusa vivir en paz con la parte bautizada, el matrimonio puede disolverse. He aquí las palabras de San Pablo: “Si algún hermano tiene por mujer a una infiel, y ésta consiente en habitar con él, no la repudie. Y si alguna mujer fiel (cristiana) tiene por marido a un infiel, y éste consiente en habitar con ella, no abandone a su marido… Pero si el infiel se separa, sepárese en hora buena; porque en tal caso, ni nuestro hermano ni nuestra hermana deben sujetarse a servidumbre. Pues Dios nos ha llamado a un estado de paz y tranquilidad”. Esto es lo que el Derecho canónico llama privilegio paulino.
Antes de poder hacer uso de este privilegio, la parte convertida tiene que averiguar: si la parte no bautizada está dispuesta a recibir el bautismo, pues en caso afirmativo el matrimonio queda intacto; , si está dispuesta a vivir pacíficamente con ella sin “blasfemar del Creador”, es decir, sin intentar pervertir a la parte bautizada y sin tentarla para que cometa pecado mortal. Si después de estas interpelaciones la respuesta de la parte no bautizada es negativa, el matrimonio queda por el mero hecho disuelto en virtud del privilegio paulino, y se pueden casar de nuevo con un tercero (cánones 1120-1127). Aunque el matrimonio natural es en sí indisoluble, puede ser disuelto por Dios, que permitió el divorcio en la Ley antigua y en la nueva permite el privilegio paulino.

OBJECIÓN:
¿No es verdad que la Iglesia católica, aunque desaprueba el divorcio en teoría, prácticamente lo permite con su sistema de dispensas y anulaciones? Porque, prácticamente, ¿qué diferencia hay entre anular un matrimonio y permitir a los esposos que se divorcien? ¿Qué me dice usted de la disolución que decretó el Papa sobre los matrimonios del duque de Marlborough con miss Vanderbilt, y Marconi con miss O’Brien?
RESPUESTA:
Entendámonos. La Iglesia jamás dispensa cuando se trata de una ley natural o divina; dispensa, sí, de las leyes que ella misma ha hecho.
El Estado, por ejemplo, no vacila en declarar nulo e inválido un matrimonio que fue contraído válidamente. La Iglesia no hace eso.
La Iglesia declara si los que viven como esposos lo son de verdad o no. Si no lo son, anula ese matrimonio, que estrictamente hablando no es matrimonio. La diferencia, como se ve, es inmensa. Se la podría comparar a la que existe entre romper un billete de mil pesetas (divorcio del Estado) y declarar que cierto billete de mil pesetas es falso (anulación de la Iglesia).
Las dispensas que concede la Iglesia son siempre razonables. Si existen estas razones, la Iglesia permite a uno que se case con su prima carnal, con su cuñada o con una que no esté bautizada; pero jamás ha concedido ni concederá dispensa para que se case con otra mientras viva su mujer, o para que se case con su hermana, o con su hija, o con una que sea impotente.
La Iglesia declaró nulo el matrimonio Marlborough-Vanderbilt porque al cabo de prolijas investigaciones averiguó que en él había habido coacción. La ley está clara: “Es inválido el matrimonio contraído por violencia o por miedo grave ocasionado extrínseca e injustamente, de modo que, para librarse de él, uno se ve obligado a casarse” (canon 1087).
El que quiera cerciorarse de la clase de matrimonios que ha anulado la Iglesia, puede revisar el órgano oficial de ésta, Acta Apostolicae Sedis.
El matrimonio Marconi-O’Brien fue declarado inválido porque ambos habían dado consentimiento bajo la condición de que el matrimonio podía disolverse. La madre de miss O’Brien rehusó al principio permitir a su hija que se casara si se había de considerar perpetuo el vínculo conyugal, porque—decía ella—muchos matrimonios resultan un desastre. Entonces Marconi hizo un convenio con la madre, la hija y toda la familia, en virtud de cual se dejaba a la libertad de cualquiera de las dos partes pedir divorcio si andando el tiempo él o ella lo creyesen conveniente. Ahora bien: un convenio de este género va contra las leyes de la Iglesia.
Dice así el canon 1086, número 2: “Si una de las partes, o las dos, en un acto positivo de voluntad excluyen el matrimonio mismo… o alguna de las propiedades esenciales del matrimonio, el contrato es inválido.”
No han faltado controversistas que han acusado a la Rota Romana de prodigar las anulaciones con una abundancia exagerada. Nada más falso. A pesar de que el campo de acción de este tribunal es el mundo entero, no ha expedido en cinco años más que 93 decretos de anulación, y ha rehusado 50. En cambio, en sólo los Estados Unidos se conceden anualmente 150.000 divorcios.

OBJECIÓN:
¿No es verdad que Alejandro VI concedió el divorcio a Lucrecia Borgia, y más tarde se lo concedió también a Luis XII de Francia? ¿No se lo concedió a Enrique IV de Francia el Papa Clemente Vlll? Y a Napoleón y a su hermano Jerónimo, ¿no les extendió un divorcio Pío Vll?
RESPUESTA:
No, señor. En ninguno de estos casos concedió el Papa divorcio alguno.
El matrimonio de Lucrecia Borgia con Juan Sforza fue anulado en 1497. La razón alegada fue que el matrimonio nunca había sido consumado, como consta por la carta que escribió el cardenal Ascania Sforza a Ludovico il Moro, citado por Pastor en su Historia de los Papas.
Pastor llama a este episodio “desgraciado”, ya que a Sforza le obligaron a dar testimonio de esto sus parientes, y Lucrecia tenía puesta la mira en un nuevo matrimonio con Alfonso, hijo natural de Alfonso II.
2.° El matrimonio de Luis XII con Juana de Valois fue anulado en 1498 por una Comisión judicial nombrada por el Papa. El rey juró que el matrimonio nunca había sido consumado; que se había casado con ella porque le había forzado a ello Luis XI, padre de Juana; que eran parientes en cuarto grado y que había el impedimento dirimente de parentesco espiritual, pues Luis XI había sido su padrino.
3.° El matrimonio de Enrique IV con Margarita de Valois fue anulado por una Comisión especial nombrada por el Papa y compuesta del cardenal De Joyeuse, del nuncio de París y del arzobispo de Arlés. Estos príncipes habían sido casados por el cardenal de Borbón sin haber obtenido antes las dispensas necesarias, pues, además de ser consanguíneos, mediaba el impedimento de parentesco espiritual, ya que Enrique II, padre de Margarita, había sido padrino de Enrique de Navarra. Asimismo, Margarita había dado el consentimiento forzada por Catalina de Médicis y por su hijo, Carlos IX.
4.° Es falso que Pío VII concedió el divorcio a Jerónimo Bonaparte. Al contrario, en 1803 declaró que el matrimonio de Jerónimo con la señorita Patterson—joven protestante de Baltimore—había sido perfectamente válido.
Pío VII, respondiendo por carta al emperador, le dice que las cuatro razones aducidas en favor de la nulidad no son convincentes. No fue el Papa, sino el Estado francés, el que, en 21 de marzo de 1805, anuló el matrimonio, para que Jerónimo se pudiera casar con una princesa de Alemania.
5.° Pío VII no tuvo parte ninguna en la anulación del matrimonio de Napoleón con Josefina de Beauharnais, pues ni Josefina apeló jamás al Papa, ni apelaron tampoco los tribunales eclesiásticos franceses, que fueron los que intervinieron en el asunto.
Napoleón contrajo matrimonio con Josefina el 9 de marzo de 1796, es decir, durante la revolución francesa. El matrimonio fue puramente civil, y, por tanto, inválido delante de la Iglesia, que requiere en los matrimonios la presencia del párroco o del obispo, u otro sacerdote designado por uno de éstos, más dos testigos.
La víspera de la coronación de Napoleón, 1 de diciembre de 1804, el Papa declaró que no tomaría parte en la ceremonia si antes no se accedía a los ruegos de Josefina, que sentía escrúpulos acerca del matrimonio civil y quería arreglar el matrimonio conforme a las leyes eclesiásticas. Consintió el emperador, y en secreto, sin. testigos, los casó en las Tullerías el cardenal Fesch, después de haber obtenido del Papa todas las dispensas necesarias.
Cinco años más tarde, en 1809, Napoleón decidió divorciarse de Josefina, porque ésta no le había dado un heredero. Reunió un consejo de familia en Fontainebleau, indujo a Josefina a consentir en el divorcio, y luego hizo que el Senado francés lo aprobase oficialmente. El plan de Napoleón era casarse con la hermana del zar; cuando este plan le falló, se resolvió a casarse con María Luisa de Austria. Pero Austria era católica, y exigió que fuese antes anulado el matrimonio religioso con Josefina. Napoleón, en vez de acudir al Papa, que es el juez ordinario en las causas matrimoniales de los soberanos, acudió a los tribunales eclesiásticos del país, integrados por miembros indignos, dispuestos a dar en todo gusto a su emperador.
¿Para qué acudir al Papa, si éste había excomulgado a Napoleón? Además, ¿no había rehusado Pío VII acceder a sus ruegos en favor del divorcio de su hermano Jerónimo? Napoleón, pues, puso el negocio en manos del archicanciller Cambacérés, que presentó el caso al tribunal eclesiástico de la diócesis de París. Para obtener una sentencia favorable, presentó Cambacérés testimonios del cardenal Fesch, Berthier, Duroc y Talleyrand, quienes depusieron con juramento de que el matrimonio no se había celebrado delante del párroco y dos testigos, y que, además, Napoleón nunca había dado su consentimiento al matrimonio religioso, sino que había aceptado la ceremonia únicamente para que Josefina se aquietase en sus escrúpulos. En vista de estos testimonios, el tribunal diocesano declaró nulo el matrimonio por haber sido celebrado en ausencia del párroco y dos testigos, alegando con cierto sarcasmo “que era difícil recurrir al Papa, a quien tocaba pronunciar la sentencia definitiva en estos casos extraordinarios”. Tres días más tarde, el tribunal metropolitano declaró nulo el matrimonio, no sólo porque había sido contraído sin la presencia del párroco, sino porque el emperador nunca había dado el consentimiento.
Que este decreto de los tribunales franceses fue injusto, lo ve un ciego. En primer lugar, el mismo cardenal Fesch nos dice que obtuvo del Papa todas las dispensas necesarias para el matrimonio de Napoleón con Josefina. Venir, pues, más tarde, como lo hizo el tribunal eclesiástico, con que Fesch había obtenido estas dispensas en calidad de gran limosnero y no en calidad de párroco y testigo, es jugar con los conceptos. El Papa supo de sobra lo que se le pedía y lo que concedía cuando concedió la dispensa para el matrimonio, ni era Pío VII persona endeble o apasionada que consintiera en un matrimonio de burla.
El Papa tenía pleno poder para dispensar de la ley tridentina. Conocemos, además, las palabras textuales del ritual católico leídas en aquella ceremonia, y sabemos también que el cardenal dio a la emperatriz un certificado de dicho matrimonio. En segundo lugar, el tribunal diocesano rechazó como ridículo lo que se alegaba de la falta de consentimiento del emperador, aunque el tribunal metropolitano no vaciló en afirmar falsamente que los dos tribunales habían descubierto este hecho. Otro tribunal imparcial jamás hubiera dado crédito a las deposiciones de cortesanos tan serviles como Duroc, Berthier, Telleyrand y Fesch, tío este último del emperador. Es tal el parecido de estas deposiciones, que se echa de ver fácilmente haber sido una misma la mano que las forjó. No se les ocultaba a esos señores la clase de testimonio que esperaba de ellos el emperador, y sabían muy bien lo caro que les costaría incurrir en su desgracia. A la vista estaba el tratamiento cruel que este tirano había infligido al Papa Pío VII.
Pronto iban a tener ocasión de contemplar una vez más hasta dónde llegaba su furor cuando se le oponían, en el castigo que le había de imponer a aquellos trece “cardenales negros” que tuvieron la valentía y la honradez de protestar contra la invalidez de su matrimonio con María Luisa de Austria. Es de lamentar que Josefina no llevase el caso a Roma, como lo había hecho Ingeburga, que apeló a Celestino III contra los tribunales eclesiásticos de Francia, que habían anulado su matrimonio con Felipe Augusto.

BIBLIOGRAFIA
Apostolado de la Prensa, Concubinato civil y matrimonio cristiano.
Gaume, ¿Adónde vamos a parar?
Goma, La familia.
Lemaitre, Matrimonio civil y divorcio.
Viollett, Gravísimo problema resuelto.
Id., Armonía conyugal.
Id., Educación de la pureza y del sentimiento.
Id., Educación por la familia.

EXTREMAUNCIÓN. SUS EFECTOS. CÓMO SE CONFIERE.

ESCOLIO:
¿Por qué ungen con óleo los sacerdotes a los católicos cuando están para morir? Las palabras de Santiago (V, 14-15), ¿no se refieren al poder milagroso de curar que existía en la primitiva Iglesia, más bien que a un sacramento de Jesucristo?
RESPUESTA:
Según el Concilio de Trento (sesión XIV, cap 1), nuestro Señor Jesucristo instituyó esta unción sagrada de los enfermos como propio y verdadero sacramento de la nueva ley, unción que fue insinuada (prefigurada) en San Marcos (VI, 13), y que fue recomendada y promulgada para todos los fieles por el apóstol Santiago con estas palabras: “¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, y oren por él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor. Y la oración nacida de la fe salvará al enfermo, y el Señor le aliviará; y si se halla con pecados, se le perdonará” (Santiago V, 14-15). Con las cuales palabras, como consta por la tradición ininterrumpida de la Iglesia, Santiago declara la materia, la forma, el ministro y el efecto de este saludable sacramento. Así es, en efecto. La unción con óleo, como la ablución en el bautismo, es un acto visible, la materia; la oración que se dice sobre el enfermo es la forma. A este rito externo, el apóstol le atribuye gracia interna, a saber: salvación, alivio corporal y, principalmente, perdón de los pecados. Las palabras “en nombre del Señor” prueban el origen divino del sacramento. Sólo Dios puede hacer que un rito externo dé gracia y perdone los pecados. No habla aquí Santiago del don de curar milagrosamente, don que fue concedido a los discípulos cuando no eran todavía sacerdotes, sino que habla de una institución divina que debe ser administrada por los sacerdotes. Librar a uno de males físicos no es “salvarle” en lenguaje evangélico, como puede verse por otros pasajes de esta misma epístola (1, 21; 2, 14; 4, 12; 5, 20). Uno de los efectos de este sacramento es el restablecimiento de la salud corporal, pero sólo cuando ésta conviene para la salvación del alma, como expresamente declara el Concilio de Trento.

ESCOLIO:
¿No hay que pensar que se equivocó el Concilio de Trento al citar el pasaje de San Marcos (VI, 13) como una prueba en favor del sacramento de la Extremaunción?
RESPUESTA:
No hay que pensar tal cosa, pues el Concilio de Trento midió y pensó cuidadosamente la palabra que usó. No dijo que la unción que usaban los apóstoles “era una prueba”, sino que “insinuaba”, es decir, prefiguraba este sacramento; como el bautismo del Bautista prefiguraba el de Jesucristo. La unción que menciona San Marcos se refería sólo a la salud corporal (Mat X, 1; Lucas IX, 1-2), y se daba no sólo a los enfermos, sino también a los ciegos y cojos; a los cristianos, lo mismo que a los judíos y gentiles. En suma: era un don carismático que Jesús concedió a los apóstoles para acreditarlos como ministros suyos (Mat X, 8) antes que los ordenase sacerdotes, y antes que instituyese el sacramento de la Penitencia, del cual es complemento el de la Extremaunción.

OBJECIÓN:
Si es cierto que la Extremaunción es un sacramento, ¿cómo es que nunca se menciona hasta el siglo XII?
RESPUESTA:
Este sacramento se menciona mucho antes del siglo XII. Es cierto que los padres y escritores primitivos no hablan de él con la frecuencia con que hablan de la Penitencia y de la Eucaristía, por ejemplo; pero la causa de esto es sencillísima. En primer lugar, no han llegado hasta nosotros más que fragmentos exiguos de los comentarios que escribieron sobre esta epístola San Clemente de Alejandría, Dídimo, San Agustín y San Cirilo de Alejandría. El comentario más antiguo que poseemos es el de San Beda (735), en, el siglo VIII.
La Extremaunción era consagrada siempre como un complemento de la Penitencia, y se daba antes del Viático, como se hace hoy no pocas veces. Nótese que aún nosotros hablamos de los que mueren con los últimos sacramentos, sin mencionar expresamente la Extremaunción; y por cada tratado sobre la Extremaunción hay en todas las lenguas quinientos sobre la Eucaristía. Además, no hay que esperar que los escritores de los primeros siglos hablasen en términos expresos y categóricos por el estilo de las definiciones del Concilio de Trento. La Iglesia estaba satisfecha con el texto de Santiago, y no necesitaba tratados teológicos que le dijesen que ungiese con óleo a los moribundos, pues sabía de sobra la eficacia sacramental de la Extremaunción.
Sin embargo, no faltan alusiones bastante claras entre los escritores eclesiásticos primitivos. 
ORIGENES (185-255), en su homilía sobre el Levítico (II, 43), dice que esta unción es complemento del sacramento de la Penitencia, y dice que la remisión de los pecados de que nos habla Santiago es semejante a la remisión que tiene lugar en el sacramento de la Penitencia. Como los enfermos están incapacitados para sobrellevar “los rigores y asperezas” de la penitencia pública, Dios proveyó para ellos con el sacramento de la Extremaunción.
SAN JUAN CRISÓSTOMO (344-407), en el tratado que escribió sobre el sacerdocio, compara el poder de los sacerdotes al poder de los padres carnales (3, 6). “Nuestros padres nos engendran para esta vida; los sacerdotes nos engendran, para la otra. Nuestros padres no pueden librarnos ni de las enfermedades ni de la muerte; en cambio, los sacerdotes curan con frecuencia el alma enferma y el peligro de perderse, suavizando el castigo a muchos y haciendo que otros ni siquiera caigan; y esto lo hacen no solamente con su doctrina, sino también con la ayuda de la oración. Porque no sólo nos perdonan los pecados cuando nos regeneran (por el bautismo), sino que tienen también poder para perdonarnos los pecados cometidos después del bautismo, pues como dijo Santiago: “¿Enferma alguno entre vosotros?”…, etc. Ahora bien: si la Extremaunción perdona los pecados, es un sacramento instituido por Jesucristo.
EL PAPA INOCENCIO I, en una carta (416) que escribió a Decencio, obispo de Gubio, cita el capítulo V de Santiago para probar que la Extremaunción es un sacramento al par que los de la Penitencia y Eucaristía. Añade que ese sacramento debe ser administrado por los sacerdotes o por los obispos, aunque el óleo no debe ser bendecido sino por el obispo, y termina diciendo que el sacramento mencionado por Santiago perdona los pecados.
Cesáreo de Arlés (503-543), en uno de sus sermones, reprende a los cristianos que acuden a los hechiceros en las enfermedades, y les dice que tenemos en la Iglesia un sacramento que cura el cuerpo y el alma, como lo declara Santiago (V, 14): “El que esté enfermo, que vaya a la Iglesia, y a la salud del cuerpo se le juntará el perdón de sus pecados.”
El Eucologio o Sacramentario, de Serapión, obispo egipcio, escrito el año 325, contiene una oración para bendecir el óleo de los enfermos, la cual es un argumento poderoso en favor de lo que venimos diciendo. Dice así la oración: “Te invocamos…, Padre de nuestro Salvador Jesucristo, y te pedimos que envíes desde el cielo sobre este óleo el poder de curar del Unigénito, para que a los que sean ungidos con él… los libre de enfermedades y les sea antídoto contra todos los demonios…, les dé gracia y les remita los pecados, les sea medicina vitalicia y les dé fortaleza y vigor de alma, cuerpo y espíritu, etc” (D. L. (d. l.: Dictionnaire d’Archéologie et Liturgia), 5, 1032).
Hay asimismo otro documento oriental del siglo IV que ha llegado hasta nosotros traducido al latín. Es un sacramentario, conocido con el nombre de Testimonio del Señor, en el que se puede ver una oración para consagrar el óleo de los enfermos, y, entre otras cosas, dice así: “Te pedimos, ¡oh Dios!, curador de todas las enfermedades y sufrimientos…, que envíes sobre este óleo… la plenitud de tu misericordia amorosa, para que con él se curen los enfermos y se santifiquen los que se arrepienten cuando acuden a Ti con fe” (D. L., 5, 1033).
También tenemos en el Occidente documentos parecidos. Tales son el Sacramentario de Gelasio (735) y el gregoriano, que Duchesne atribuye al Papa Adriano I (772-795), aunque es cierto que sus oraciones se decían ya en tiempo de San Gregorio (590-604). En esas oraciones se pide a Dios no sólo que “cure las enfermedades del cuerpo, sino también que se compadezca de las iniquidades del alma, para que “el cuerpo y el espíritu a una sientan refrigerio.” Es evidente que estos documentos litúrgicos de Oriente y Occidente son prueba clara de lo que la Iglesia creía y practicaba. Las palabras Extrema Unción las vemos mencionadas por primera vez en los estatutos atribuidos a Sonacio, obispo de Reims (600-631). Dice así uno de ellos: “Se debe llevar la Extremaunción al enfermo que la pida, y el sacerdote debe ir en persona a visitarle, animando al enfermo y preparándole debidamente para la gloria futura” (D. L. 5, 1034).

OBJECIÓN:
¿Cómo se administra la Extremaunción y cuáles son sus efectos? ¿No es cierto Que este sacramento contribuye a amedrentar al enfermo?
RESPUESTA:
El sacramento de la Extremaunción consiste en ungir los ojos, narices, boca, manos y pies del enfermo con aceite de oliva bendecido por el obispo. El sacerdote dice mientras unge: “Por esta santa unción y su piadosísima misericordia, perdónete el Señor las faltas que cometiste con…” (aquí se nombran separadamente los sentidos arriba citados). Cuando la muerte es inminente y no hay tiempo para ungir los diferentes sentidos, basta ungir la frente con esta fórmula: “Por esta santa unción, perdónete el Señor todas las faltas que has cometido.”
Este sacramento no se administra más que a los que están enfermos de peligro. Por eso no se debe administrar a los soldados a punto de entrar en batalla ni a los reos momentos antes de ser ejecutados, pues éstos, en sentido estricto, no están enfermos.
Los efectos de este sacramento son tres: fortalecer el alma para que sobrelleve la enfermedad con paciencia, darle nuevo vigor para que resista con valentía las tentaciones del demonio y dar salud al cuerpo si conviene para la salud del alma. Aunque los llamados sacramentos de vivos presuponen gracia santificante en el alma del que los recibe, y éste es un sacramento de vivos, sin embargo, si el enfermo está tan al cabo que no puede confesarse, este sacramento le perdona los pecados si lo recibe con atrición.
Diferir este sacramento hasta que el enfermo haya perdido el sentido para no amedrentarle, es pecaminoso, pues se le priva de los efectos saludables del sacramento. Nunca vacilamos en llamar al médico en caso de peligro, aunque ello sea presagio de muerte para el enfermo. ¿Por qué, pues, hemos de vacilar en llamar al Médico divino precisamente cuando el alma está a punto de franquear las puertas de la eternidad?

BIBLIOGRAFIA
Ascondo, Vademécum.
Ferreres, La muerte real y la muerte aparente.
Isasi, La Extremaunción.
Rojo. Manual de viático y Extremaunción.
Solanes, La Santa Unción.

LA SAGRADA COMUNIÓN

QUÉ ES.—Comulgar es recibir a Jesucristo presente en el Sacramento de la Eucaristía. En virtud de las palabras de la consagración, Jesucristo está presente bajo la apariencia de pan y vino. Pues bien; el que comulga recibe un trocito de ese pan consagrado, llamado hostia, la cual contiene a Jesucristo todo entero, quien pasa a ser alimento de su alma conforme al dicho del Salvador: “El que come mi carne vivirá por mí.”
NECESIDAD.— Conforme a esto, aquel que por culpa o liviandad dejare mucho tiempo sin comulgar, adelantará poco en la perfección cristiana y fácilmente desfallecerá. “Si no comiereis la carne del Hijo del hombre no tendréis vida en vosotros.” Pasa con el alma lo que con el cuerpo, que sin alimentarse no puede vivir.
Por eso la Iglesia obliga a los fieles, bajo pecado mortal, a recibir sacramentalmente la Comunión, por lo menos una vez al año, por Pascua Florida así como también cuando una enfermedad grave les pusiere en peligro de muerte. En este último caso la Comunión recibe el nombre de Viático, lo que significa que es para el alma el alimento destinado a fortalecerla en el gran viaje a la eternidad.
EFECTOS DE LA SAGRADA COMUNIÓN.—Son inestimables. Como su mismo nombre lo indica, el primero y más propio es el de incorporarnos o unirnos (Comunión: unión con) a Jesucristo, y por medio de él al Padre, al Espíritu Santo y a todos los justos que forman un solo cuerpo con Cristo, deificándonos con esta unión y haciéndonos participantes de su divinidad.
Pueden compararse los efectos de la Comunión a los que el pan produce en el que lo come. El pan se une íntimamente a nuestro cuerpo, le sustenta, le hace crecer, repara su flaqueza y cansancio, deleita el paladar. Así la Sagrada Comunión conserva y aumenta la vida de la gracia, entibia nuestros malos deseos, borra las manchas de los pecados leves y a menudo hace gustar dulces consuelos espirituales. Estas gracias sólo las alcanza el que se prepara convenientemente.
DISPOSICIONES.—Los que comulguen deben estar en ayunas de alimentos sólidos 3 horas antes de comulgar. Sin beber una hora solamente. El agua natural no rompe el ayuno.
Debe, sobre todo, el que comulga estar en gracia de Dios. Aquel que a sabiendas se acercare en pecado mortal cometería un gravísimo sacrilegio. La luz es agradable y benéfica a los ojos sanos y dañosa y perjudicial a los enfermos. De la misma manera el Cuerpo del Señor, para los puros, es medicina saludable, pero para los impuros es muerte del alma.
Aunque para comulgar con provecho basta el estado de gracia sin embargo, la Comunión aprovechará tanto más cuanto mayor sea el deseo de agradar a Dios y hacerse santo en el que comulga (rectitud de intención). De aquí la necesidad de prepararse cuidadosamente y de dar gracias con todo fervor después de comulgar.

PREPARACIÓN BREVE PARA LA SAGRADA COMUNIÓN
ACTO DE FE Y DE ADORACIÓN. Señor mío Jesucristo, creo con toda el alma que estáis realmente en el Santísimo Sacramento del altar con vuestro Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Por consiguiente, os adoro en este sacramento y os reconozco por mi Criador, Señor y Redentor, y por mi sumo y único bien.
ACTO DE ESPERANZA. Señor, espero que dándoos todo a mí en ese divino sacramento usaréis conmigo de misericordia y me concederéis todas las gracias que son necesarias para mi eterna salvación.
ACTO DE CARIDAD. Señor, os amo con todo mi corazón sobre todas las cosas, porque sois mi Padre, mi Redentor, mi Dios infinitamente amable, y por vuestro amor, amo a mi prójimo como a mí mismo, y perdono de corazón a los que me han ofendido.
ACTO DE CONTRICIÓN. Señor, detesto mis pecados, porque son ofensa vuestra y me hacen indigno de recibiros en mi corazón; propongo con vuestra gracia no volver a cometerlos en adelante, huir de sus ocasiones y hacer penitencia.
ACTO DE DESEO. Señor, deseo ardientemente que vengáis a mi alma, para que la santifiquéis y la hagáis toda vuestra por amor, de manera que ya no se separe de vos, sino que viva siempre en vuestra gracia.
ACTO DE HUMILDAD. Señor, no soy digno de que vengáis a morar en mí, pero decid una sola palabra y mi alma será salvada.

BREVE ACCIÓN DE GRACIAS PARA DESPUÉS DE LA SANTA COMUNIÓN
ACTO DE FE Y DE ADORACIÓN
. Señor mío Jesucristo, creo que estáis verdaderamente en mí con vuestro Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y, humillado en mi nada os adoro profundamente como a mi Dios y Señor.
ACTO DE ESPERANZA. Señor, ya que habéis venido a mi alma, haced que jamás me aparte de vos con el pecado, antes permaneced siempre en mi con la gracia: lo espero por vuestra bondad y misericordia.
ACTO DE CARIDAD. Señor, Dios mío, os amo cuanto sé y puedo, y deseo amaros cada vez más: haced que os ame sobre todas las cosas ahora y siempre por los siglos de los siglos.
ACTO DE OFRECIMIENTO. Señor, puesto que os habéis dado todo a mi, yo me entrego todo a vos: os ofrezco mi corazón y mi alma, os consagro toda mi vida y quiero ser vuestro por toda la eternidad.
ACTO DE PETICIÓN. Señor, dadme todas las gracias espirituales y temporales que conocéis ser útiles a mi alma; socorred a mis padres, a mis bienhechores, amigos y superiores y librad a las almas benditas del purgatorio.

ANTES DE LA COMUNIÓN
Oración de San Ambrosio
¡Oh piadoso Señor Jesucristo!, yo indigno pecador, confiado en vuestra misericordia y bondad más que en mis propios merecimientos, me acerco con temor y temblor a tomar parte en este banquete suavísimo del altar. Pues, reconozco que tanto mi corazón como mi cuerpo están manchados con muchos pecados, y que mi mente y mi lengua no han sido cuidadosamente. os habéis dado todo a mi, yo me entrego oh Majestad tremenda!, yo, miserable en medio de tantas angustias, recurro a Vos, que sois fuente de misericordia; a Vos acudo en busca de salud y me acojo bajo vuestra protección; y ya que me es imposible soportar vuestra mirada de juez irritado deseo vivamente contemplaros como mi Salvador. A Vos Señor, descubro mis llagas y mi vergüenza; conozco que os he ofendido frecuente y gravemente, y por eso me inspiráis temor. Mas espero en vuestra misericordia infinita; miradme con ojos misericordiosos, Señor Jesucristo, Rey eterno, Dios y Hombre crucificado por los hombres. Oídme, pues en Vos tengo puesta la esperanza; apiadaos de mi, que estoy lleno de miserias y de pecados, Vos que sois fuente de misericordia, que no cesa, jamás de manar. Salve, Victima de salvación, ofrecida en el patíbulo de la cruz por mí y por todo el linaje humano. Salve, noble y preciosa Sangre que mana de las llagas de nuestro Señor Jesucristo, crucificado y lava todos los crímenes del mundo ; acordaos Señor, del hombre que habéis rescatado con vuestra sangre. Me arrepiento ya de haberos ofendido y propongo enmendarme en lo sucesivo. Padre clementisimo, alejad de mí todas mis iniquidades y todos mis pecados, para que, purificado de alma y cuerpo, merezca entrar dignamente en el Santo de los Santos, y que este cuerpo y esta Sangre que deseo tomar, aunque indigno, sirvan para remisión de mis culpas, para purificar totalmente mi alma de sus delitos, para ahuyentar los pensamientos torpes, para devolverle los buenos sentimientos; dar eficacia a las obras que a Vos os agradan, y, finalmente, para firmísima protección contra las asechanzas del enemigo de mi alma y de mi cuerpo. Amén.
(Tres años de indulgencia, en favor del Sacerdote celebrante, una vez al día.)

ORACION A JESÚS QUE VIVE EN MARÍA 
(Olier)
Oh Jesús, que vivís en María, venid a vivir en vuestros siervos, con el espíritu de de vuestra santidad, con la plenitud de vuestra fuerza, con la verdad de vuestra virtud, con la perfección de vuestra vida, con la comunión de vuestros misterios, dominad sobre toda adversa potestad con vuestro espíritu para la gloria del Padre. Amén.

ORACIÓN DE SAN ANSELMO
Señor, dijisteis con vuestros sacrosantos y benditos labios: “El pan que yo os daré es mi carne por la salvación del mundo. El que comiere de este pan vivirá eternamente”. ¡Oh pan de incomparable dulzura, sana la enfermedad de mis sentidos a fin de que guste la suavidad de tu amor! ¡Disipa todas las languideces de mi alma, para que no experimente otro atractivo que el tuyo, no cante otro amor sino a Ti, ni ame más belleza que la tuya! ¡Oh pan candidísimo que encierra toda suerte de delicias y el más exquisito sabor; tú que sacias eternamente nuestra hambre sin mengua alguna tuya, sé el alimento de mi corazón, y que tu sabor inunde los senos de mi alma! Y como el ángel se embriaga de tus maravillas, haz que acá abajo el hombre viador se sacie de Ti en cuanto es dado a su naturaleza a fin de que, fortificado con tal viático, no desfallezca en las andanzas de su peregrinación. Pan sagrado, pan vivo, pan de inefable belleza, de pureza inmaculada, pan bajado del cielo y que das la vida al mundo, ven a mi corazón, purifícame de todas las suciedades de la carne y del espíritu; entra en mi alma interior y exteriormente. Amen.
¡Dios mío, a Tí aspiro, y me dirijo desde que apunta la aurora; de Ti está sedíenta mi alma! (Salmo LXII, I.) 
Señor, vos sabéis que os amo. (Jn., XXI, 15.)

ORACIÓN DE SANTO TOMAS DE AQUINO
Aquí me llego, todopoderoso y eterno Dios, al sacramento de tu unigénito Hijo mi Señor Jesucristo, como enfermo al médico de la vida, como sucio a la fuente de misericordia, como ciego a la luz de la claridad eterna, como pobre y miserable al Señor de los cielos y la tierra.
Ruego, pues, a tu infinita bondad y misericordia tengas a bien sanar mi enfermedad, limpiar mi suciedad, alumbrar mi ceguedad, enriquecer mi pobreza y vestir mi desnudez, para que así pueda yo recibir el pan de los ángeles, al Rey de los reyes, al Señor de los señores, con tanta reverencia y humildad, con tanto dolor y devoción, con tal fe y tal pureza y con tal propósito e intención cual conviene para la salud de mi alma.
Dame, Señor, que reciba yo, no sólo el sacramento de tu sacratísimo Cuerpo, sino también la virtud y gracia del sacramento. ¡Oh Dios benignísimo, dame que reciba yo el Cuerpo de tu unigénito Hijo y Señor nuestro Jesucristo, formado de María Virgen, de tal modo que merezca ser incorporado a su cuerpo místico y contado entre sus miembros! ¡Oh amantísimo Padre, concédeme tu Hijo amado, al cual deseo ahora recibir encubierto y velado, de manera que merezca yo contemplarle para siempre descubierto y sin velo en la eternidad! Amén.
(Indulgencia de tres años; plenaria al mes, por el rezo diario, con las condiciones acostumbradas).

ORACIÓN DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
¡Oh divino Jesús mío. oh amado de mi corazón os amo, o al menos deseo amaros con toda la capacidad de mi corazón!
¡Ah, justo es que os ame, puesto que por mi, no solo quisisteis sacrificar vuestra vida en el Calvario, sino instituir además el adorable Sacramento, del que tengo la dicha de participar, y por el que os recibo en mi corazón, estrechando la más íntima unión con vos.
Vos mismo me invitáis a venir a Vos y a recibiros, ¡Oh amor inmenso, oh amor incomprensible! ¡Mi Dios quiere darse a mí, débil y miserable criatura, a mí que tantas veces le he sido infiel!
¡Oh Dios de amor, os amo, os amo sobre todas las cosas; os amo más que a mí mismo; os amo únicamente por Vos y por vuestra infinita amabilidad! ¡Ah, quisiera veros amado Por todos los corazones y en todo el mundo! ¡Por lo menos os amaré yo hasta el último suspiro! ¡Madre de mi Jesús, vos que le amásteis más que todas las criaturas juntas, y que tanto deseáis verle amado por todos los corazones, rogad por mí, a fin de que mi corazón le ame cada vez más y persevere hasta el fin en su santo amor!

ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
¡Oh Madre de piedad y de misericordia, beatísima Virgen María, yo, miserable e indigno pecador, recurro a vos con todo el afecto y amor de que soy capaz, y suplico a vuestra piedad que, como asististeis a los Apóstoles que en el cenáculo se preparaban a recibir el Espíritu Santo, así os dignéis también asistirme benignamente, a mí, pobre pecador, de manera que, socorrido por vuestra gracia, pueda recibir dignamente el cuerpo y sangre de vuestro divino Hijo y nuestro Salvador Jesucristo. Amén.

ORACIÓN A SAN JOSE
¡Oh feliz varón San José, que os fue dado no sólo ver y oír al Dios a quien muchos reyes desearon ver y no le vieron, oír y no le oyeron, sino también guiarle, besarle, vestirle y custodiarle.
V. Ruega por nosotros, santísimo José.
R. Para que seamos dignos de las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Oración. Haced, oh Señor, que así como el bienaventurado José mereció tocar con sus manos y llevar en ellas a tu Hijo Unigénito, nacido de María Virgen, así podamos serviros con toda limpieza de corazón y santidad de obras Para poder recibir hoy dignamente el sacrosanto Cuerpo y Sangre de tu Hijo y merecer en la otra vida el premio eterno. Amén.
(Indulgencia de tres años en favor del Sacerdote celebrante).

DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
ORACIÓN DE SAN BUENAVENTURA

Dulcísimo Señor Jesús, traspasad con el suavísimo y salutífero dardo de vuestro Amor lo más íntimo de mi alma con una verdadera, santa y perfecta caridad, a fin que mi alma languidezca y se derrita en el amor y deseo de Vos solo. A sólo Vos aspire y desfallezca en vuestros atrios deseando verse libre de la carne para estar ron vos en el paraíso. Concededme, Señor, que mi alma tenga hambre de Vos, pan los ángeles, alimento de las almas santas, pan nuestro cotidiano, sobresubstancial, que encierra todo sabor y dulzura, y todo suavísimo deleite. Haced que tenga siempre hambre de Vos, y siempre mi corazón se nutra de Vos, en quien desean mirarse los ángeles, y con la dulzura de vuestro sabor se hinchen los senos de mi alma; tenga siempre sed de Vos, fuente de vida, fuente de sabiduría y de ciencia, fuente de luz eterna, torrente de delicias, abundancia de la casa de Dios; a Vos siempre os desee, a Vos os busque, a Vos os halle, a Vos tienda, a Vos llegue, a Vos os medite, de Vos hable, y todo obre para alabanza y gloria de vuestro santo nombre, con humildad y discreción, con amor y gusto, con facilidad y afecto, con perseverancia hasta el fin. Vos sólo seáis siempre mi esperanza, toda mi confianza, mis riquezas, mi gozo y mi alegría, mi descanso y tranquilidad, mi paz, mi suavidad, mi olor, mi dulzura, mi refección, mi refugio, mi auxilio, mi sabiduría, mi porción, mi posesión, mi tesoro, donde estén siempre fijos, firmes e inconmoviblemente arraigados mi mente y mi corazón. Amén.
(Indulgencia de tres años en favor del Sacerdote celebrante).

ORACIÓN A JESUCRISTO.
¡Cuán suave es la dulzura de vuestro pan celestial! ¡Cuán admirable es la tranquilidad y completa la paz de quien os recibe, después de haber detestado y sinceramente confesado las propias culpas! ¡Bendito seáis mil veces, oh Jesús mío!. Infeliz era cuando vivía en mis pecados. Ahora no sólo experimento la tranquilidad de mi alma, sino que me parece pregustar la paz del paraíso. ¡Ah cuán cierto es que nuestro corazón ha sido hecho para Vos, oh mi amado Señor, y que solamente goza cuando descansa en Vos! Os doy gracias y propongo huir del pecado y de sus ocasiones y fijar mi morada en vuestro corazón, de donde espero los auxilios para poder amaros hasta la muerte. Amén.
(Quinientos días de indulgencia, rezándola después de la Comunión; plenaria al mes, por su rezo diario, con las condiciones acostumbrabas)

ORACIÓN DE SAN BUENAVENTURA
Señor Jesús, sedme propicio por vuestro Cuerpo y Sangre que acabo de recibir. Vos dijisteis: El que come mi carne y bebe mi sangre mora en mí y yo en él, por lo que os suplico que creáis en mí un corazón nuevo y renovéis en mí el espíritu de justicia, me fortifiquéis con vuestro santo Espíritu, me defendáis de todos los peligros, me corrijáis de mis vicios, de manera que merezca participar un día de los goces celestiales. Arrancad de mi corazón todo extraño amor y haced que esté crucificado para el mundo y unido a Vos mismo Jesucristo, gustando de mi descanso en Dios como en mi centro. Sólo una cosa me es necesaria y es la única que busco. Lejos de mí la multitud de vanos pensamientos. No tengo ya más que un amigo, un solo amor: Jesucristo, mi Dios y el esposo de mi alma. No hay ya en mí gusto ni atractivo, sino en Jesucristo. Sea Él todo mío y yo todo suyo; venga a ser mi corazón una sola cosa con Él, de modo que no sepa, ni ame, ni desee sino a mi Señor Jesús y Jesús Crucificado.

A LA SANTÍSIMA VIRGEN
(De Santa Gertrudis)
¡Oh beatísima Virgen María, he aquí a vuestro dulcísimo Hijo a quien llevasteis en vuestro seno y disteis al mundo para la salvación de todo el genero humano!
¡He aquí Aquel a quien visteis crecer en sabiduría y gracia delante de Dios y delante de los hombres, y con quien pasaste íntimamente unida en este mundo durante tantos años! ¡A Este, por un inestimable beneficio de la bondad divina, acabo de recibirle en mi corazón!
¡Oh Madre mía dulcísima, a vos os lo presento con humildad y amor! ¡Os lo ofrezco para que lo estrechéis en vuestros brazos, le colméis de vuestros santos besos y le améis con vuestro corazón!
¡Os lo ofrezco para que conmigo le adoréis, le ofrezcáis por mí a la Santísima Trinidad con un culto supremo de adoración! Por mis necesidades, por las del mundo entero, y finalmente, para que en esta oferta la eminente prerrogativa de vuestra dignidad supla a la pobreza de mis méritos y a mi extrema indigencia.
Ángel de mi guarda, San José, Santos y Santas todos del cielo, venid a alabar y a dar gracias por mí a Jesús, y alcanzadme la gracia de que esta comunión me disponga para una vida tan piadosa que me asegure la consecución de la gloria eterna, en la que pueda cantar con vos las divinas alabanzas por todos los siglos de los siglos. Amén.

ORACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN
¡Hasta dónde, oh amantísimo Jesús mío, ha llegado vuestra excesiva caridad! Con vuestra Carne y preciosísima Sangre me habéis preparado una divina mesa en la que os dais Por completo a mí. ¿Quién os ha impulsado a tales transportes de amor? Nadie ciertamente, sino vuestro amorosísimo Corazón. Oh Corazón adorable de mi Jesús, horno ardentísimo del divino amor, recibid a mi alma en vuestra sacratísima llaga, para que en esta escuela de caridad aprenda a amar a aquel Dios que tan admirables pruebas de su amor me dio. Amén.
(Quinientos días de indulgencia; plenaria al mes, por su rezo diario, con las condiciones acostumbradas).

ORACIÓN PARA OBTENER LA DEVOCIÓN A LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Os ruego con todo encarecimiento, oh dulcísimo Señor mío Jesucristo, que vuestra Pasión sea la fuerza que me asegure, proteja y defienda; que vuestras llagas sean la comida y bebida espiritual de mi alma; que la aspersión de vuestra sangre sea para mí el baño purificador de mis culpas; que vuestra muerte me obtenga la vida sin fin; que vuestra cruz sea, para mí, vida sempiterna. Encuentre yo en la meditación de vuestra Pasión apoyo, fortaleza, salvación y consuelo. Concededme estas gracias, Vos que vivís y reináis por los siglos de los siglos. Amén.
(Los sacerdotes que recen esta oración como acción de gracias después de la Misa ganan una indulgencia de tres años. Rezándola, si es posible, de rodillas se obtiene el perdón de los errores y negligencias cometidos por fragilidad humana durante la celebración de la Misa. S. C. Indulg., 11 de diciembre de 1846.)

ORACIÓN DE SAN IGNACIO DE LOYOLA
Tomad, Señor, toda mi libertad; recibid mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro; disponed a toda vuestra voluntad. Dadme sólo vuestro amor y gracia, y seré bastante rico, ni os pediré otra cosa.
(Indulgencia de tres años, Plenaria una vez al mes. con las condiciones acostumbradas, rezándola todos los días.)

ORACIÓN DE SANTO TOMAS DE AQUINO
Gracias te doy, Señor santo, Padre todopoderoso, Dios Eterno porque a mí pecador, indigno siervo tuyo, sin mérito alguno de parte mía, sino por pura dignación de tu misericordia, te has dignado admitirme a la participación del sacratísimo Cuerpo y Sangre de tu unigénito Hijo. Suplicóte que esta Sagrada Comunión no sea para mi alma lazo ni ocasión de castigo; sino intercesión saludable para el perdón; sea armadura de mi fe, escudo de mi buena voluntad, muerte de todos mis vicios, exterminio de todos mis carnales apetitos y aumento de caridad, paciencia y verdadera humildad, y de todas las virtudes: sea perfecto sosiego de mi cuerpo y de mi espíritu, firme defensa contra todos los enemigos visibles e invisibles, perpetua unión contigo solo, mi verdadero Dios y Señor, y sello feliz de mi dichosa muerte. Y te ruego tengas por bien llevarme a mi pecador, a aquel convite inefable donde tú con tu Hijo y el Espíritu Santo eres para tus Santos luz verdadera, satisfacción cumplida y gozo perdurable, dicha completa y felicidad perfecta. Amén.
(Indulgencia de tres años. Plenaria al mes, rezándola todos los días, confesando y visitando una Iglesia u oratorio público, y rogando por las intenciones de la Iglesia)

INVOCACIONES DE SAN IGNACIO
Alma de Cristo, santifícame. 
Cuerpo de Cristo, sálvame. 
Sangre de Cristo, embriágame. 
Agua del costado de Cristo, lavame. 
Pasión de Cristo, confórtame. 
¡Oh buen Jesús!, óyeme. 
Dentro de tus benditas llagas, escóndeme. 
No permitas que me aparte de Tí. 
Del maligno enemigo, defiéndeme. 
En la hora de mi muerte, llámame y mándame ir a Ti para que con tus Santos te alabe por los siglos de los siglos. Amén.
(Indulgencia de trescientos días. Indulgencia de siete año; después de la Comunión. Plenaria una vez al mes, con las condiciones acostumbradas. rezándola. todos los días.)

ORACIÓN A JESUS CRUCIFICADO
Heme aquí, oh bondadoso y dulcísimo Jesús, postrado en vuestra presencia; os ruego y suplico con el mayor fervor imprimáis en mi corazón vivos sentimientos de Fe, Esperanza y Caridad, verdadero dolor de mis pecados y propósito firmísimo de enmendarme; mientras que yo, con todo el amor y con toda la compasión de mi alma, voy considerando vuestras cinco llagas, teniendo presente aquello que dijo de Vos, oh buen Jesús, el Santo Profeta David: Han taladrado mis manos y mis pies, y se pueden contar todos mis huesos.
(Rezando esta oración delante de una imagen de Jesús Crucificado se gana una indulgencia de diez años; plenaria después de la Confesión y Comunión)

A JESUCRISTO REY
¡Oh Cristo Jesús!, yo os reconozco como rey universal; Todo cuanto existe ha sido creado por Vos. Ejerced sobre mí todos vuestros derechos.
Renuevo las promesas del bautismo renunciando a Satanás, a sus pompas y a sus obras y prometo vivir como buen cristiano. Y muy particularmente me comprometo a hacer triunfar, según mis fuerzas, los derechos de Dios y de vuestra Iglesia.
Corazón divino de Jesús, yo os ofrezco mis pobres acciones para lograr que todos los corazones reconozcan vuestra, sagrada Realeza y que así se establezca en el mundo el reino de vuestra paz. Amén.
(Indulgencia plenaria una ves al día, con las condiciones acostumbradas.)

OTRAS ORACIONES PARA DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Yo creo, oh Jesús, que habéis, venido a mi alma. Os adoro con los mismos sentimientos con que os adoraron, en la gruta de Belen, los Pastores, los reyes magos y vuestra misma Madre, la Virgen Santísima, y con todo mi corazón os doy gracias por este insigne beneficio que me habéis hecho, dándoos a mí todo entero. 
¡Cuán hermoso es, oh mi amado Jesús, estar con Vos!. Ya que habéis tomado posesión de mi corazón, permaneced siempre en mí con vuestra divina gracia y no permitáis jamás que vuelva a separarme de Vos.
¡Oh Señor, Vos os habéis dado todo a mi, yo me entrego todo a Vos! Os ofrezco todas mis acciones, todos mis pensamientos, todos mis afectos, todas mis fatigas, todos mis sudores, todas mis penas, todo mí mismo. Yo me consagro todo a Vos y entiendo aceptar como venidas de vuestra mano todas las tribulaciones que encontrare en mi \ida, en expiación de mis pecados y por la salvación de los Pobres pecadores, hermanos nuestros. Deseo ser vuestro ahora y siempre, por toda la eternidad.
¡Cuántas cosas, oh Jesús mío, tendría que pediros! Mas soy tan miserable, que ni tampoco soy capaz de conocer cuáles son las gracias que necesito. Pero Vos, que conocéis mis necesidades, concededme todo aquello que veis ser más necesario para el bien de mi alma. Haced que siempre esté conforme con vuestra voluntad, que huya del pecado, y que sea fiel en el cumplimiento de todas mis obligaciones.
En fin, ¡oh mi dulcísimo Jesús! Os pido la gracia de poder cumplir la práctica de los nueve primeros viernes, recibiéndoos siempre con las debidas disposiciones y
venciendo todas las dificultades que procurará ponerme delante el enemigo de mi alma.
¡Ah Corazón Sacratísimo de Jesús. Salvador de todos aquellos que en Vos confían, yo me abandono con entera confianza en los brazos de vuestra misericordia! 
¡Corazón de Jesús, en Vos confío!

DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

El misterio de la Santísima Trinidad es el fundamento y la fuente de todos los demás misterios. Contemplamos en él con gozo el principio de todos los beneficios divinos y exclamamos con San Juan: “Dios es amor”. En efecto, vemos en la primera de las personas, a un padre que nos ama hasta llamarnos y considerarnos sus hijos; en la segunda, a un mediador que ofrece su sangre en remisión de nuestros pecados, a un pontífice que ruega por nosotros, a un abogado que defiende nuestra causa; en la tercera, a un amigo que se ocupa incesantemente en nuestra santificación, a un sostén de nuestra debilidad, a un consolador de nuestras aflicciones, al inspirador de todos los buenos pensamientos, al autor de las gracias que forman los santos.
La Iglesia tiene tal empeño en que jamás perdamos de vista este misterio, que lo recuerda en su Sacrificio, en todos sus cantos y ceremonias, no cesando de repetir: Gloria al Padre, Gloria al Hijo, Gloria al Espíritu Santo; e imita a los Serafines que mutuamente cantan y se responden: ¡Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios de los ejércitos!
Unámonos a estas voces de la tierra y del cielo: pensemos con frecuencia en la Santísima Trinidad y esté nuestro corazón penetrado de fe, de adoración y de amor hacia el mayor y más sublime de loa misterios cuya contemplación constituirá nuestra felicidad por toda la eternidad.

PRÁCTICAS DE PIEDAD
Hónrase especialmente este augusto misterio los domingos. Las prácticas de piedad recomendadas son:
La señal de la cruz hecha antes y después de nuestras principales acciones, en los peligros y en las tentaciones.
(Cien días de indulgencia, si se pronuncian las palabras; trescientos días, si se pronuncian tomando a la vez agua bendita).

El Gloria Patri, hermosa jaculatoria que debemos repetir mucha; veces, porque nos sirve para alabar a Dios, para ofrecerle nuestras acciones y rectificar nuestros intenciones.
(Quinientos días de indulgencia, tres veces al día — mañana, mediodía y noche—, si dicha alabanza se reza tres veces para dar gracia; a la augusta Trinidad por los dones y privilegios concedidos a María Santísima. Plenaria al mes, con las condiciones acostumbradas, si se reza todos los días en los tiempos indicados).

Novena en honor de la Santísima Trinidad en público o en particular, con algunas oraciones antes de su fiesta o en cualquier otro tiempo.
(Siete años., cada día. Plenaria por el ejercicio completo, con las condiciones acostumbradas).

Noche del nuevo año, del 31 de diciembre al 1° de enero, si se asiste a algún piadoso ejercicio entre las 23:30 y las 0:30, para dar gracias a la Santísima Trinidad por los beneficios recibidos durante el año y según las intenciones del Sumo Pontífice:
Diez años de indulgencia. Plenaria, si se añade la Confesión y la Comunión. Para este piadoso ejercicio hecho privadamente, indulgencia de siete años; y plenaria, sólo en el caso de que no se pueda asistir, por legítima causa, al ejercicio público.
Primer día del año. Renovación de los votos bautismales.

TRISAGIO ANGÉLICO
V. Dómino, labia mea apéries.
R. Et os meum annuntiábit laudem tuam.
V. Deus in adjutórium meum inténde.
R. Dómine, ad adjuvándum me festina.
Gloria Patri, et Filio, etc.

ACTO DE CONTRICIÓN
Amorosísimo Dios. Trino y Uno, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en quien creo, en quien espero, a quien amo con todo mi corazón, cuerpo y alma, sentidos y potencias; por ser Vos mi Padre, mi Señor, y mi Dios, infinitamente bueno y digno de ser amado sobre todas las cosas, me pesa, Trinidad santísima: me pesa, Trinidad misericordiosísima; me pesa. Trinidad amabilísima, de haberos ofendido, sólo por ser quien sois: propongo y os doy palabra de nunca más ofenderos, y morir antes de pecar; espero en vuestra suma bondad y misericordia infinitas me habéis de perdonar todos mis pecados, y daréis vuestros divinos auxilios para perseverar en un verdadero amor y cordialísima devoción a vuestra siempre amabilísima Trinidad. Amén.
Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, tened misericordia de nosotros.
(Indulgencia de quinientos días. Plenaria al mes por su rezo diario).

EN UNIÓN DE LOS ÁNGELES
Un Padrenuestro y un Glóriapatri, y se dirá en seguida:
Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos, llenos están los cielos y la tierra de vuestra gloria.
(Indulgencia de trescientos días).

Esto se repite nueve veces y luego se dice:
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, y ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, tened misericordia de nosotros.

EN UNIÓN DE LOS SANTOS 
Padrenuestro, y lo demás como la primera vez.
.. En unión de las almas fervorosas .. 
Padrenuestro y lo demás como la primera vez.
A Tí, Dios Padre ingénito; a tí, Hijo unigénito; a Ti, Espíritu Santo paráclito, santa e individua Trinidad, de todo corazón te confesamos, alabamos y bendecimos; a Ti se dé la gloria por los infinitos siglos de los siglos.
(Por esta invocación; indulgencia de quinientos días; plenaria al mes por su rezo diario, con las condiciones acostumbradas).

V. Bendigamos al Padre, y al Hijo y ni Espíritu Santo.
R. Alabémosle y ensalcémosle por todos los siglos.

Oración
Omnipotente y sempiterno Dios, que te has dignado revelar a tus siervos, en la confesión de la verdadera fe, la gloria de tu eterna Trinidad y que adorasen la unidad en tu augusta Majestad; te rogamos, Señor, que por la firmeza de esta fe, nos veamos siempre libres de todas las adversidades, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
(Indulgencia de cinco años; plenaria al mes por su rezo diario, con las condiciones acostumbradas).

Sálvanos, santifícanos, vivifícanos, ¡oh Beatísima Trinidad! Amén.

ORACIÓN DE SAN AGUSTIN
(Meditaciones de San Agustín, cap. XII).
¡Oh Santa Trinidad!, una virtud e indivisa Majestad, Dios nuestro, Dios todopoderoso: yo, el más vil de vuestros siervos y el más pequeño miembro de vuestra Iglesia, os alabo y bendigo con sacrificio de eterna alabanza por el saber y poder que os habéis dignado dar a este gusanillo. Y porque no tengo otros dones que ofreceros, os ofrezco con grande voluntad y alegría mis deseos interiores y el sacrificio de fe no fingida y de conciencia pura que, por vuestra misericordia, de Vos he recibido. Yo pues, ¡oh Rey del rielo y de la tierra!, de todo mi corazón creo y confieso que sois mi Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, trino en las personas y uno en la substancia. Dios verdadero, todopoderoso, una, simple, incorporal, invisible e ilimitada naturaleza, que ni tiene sobre Sí ni debajo de Sí cosa mayor ni igual, pero en todas las maneras es perfecta, sin deformidad; grande, sin cantidad; buena, sin calidad; eterna, sin tiempo; vida, sin muerte; fuerte, sin flaqueza; verdad, sin mentira; presente, sin ocupar lugar, y presente en lodo lugar; que llena todas las cosas sin extensión, y en todos los lugares se halla sin contradicción, y mueve toda las cosas sin moverse, y está dentro de ellas y no encerrado, y las crió todas sin tener de ellas ninguna necesidad, y las rige sin trabajo, y sin tener principio les da a todas principio, y sin mudarse las muda.
Vos, Señor, sois: en la grandeza, infinito; en la virtud, todopoderoso; en la bondad, sumo; en la sabiduría, inestimable: en los consejos, terrible; en los juicios. justo; en los pensamientos, secretísimo; en las palabras, verdadero; en las obras, santo; en la misericordia, copiosísimo; para con los pecadores, pacientísimo; para con los penitentes, piísimo; siempre el mismo, eterno, sempiterno, bien inmortal e inconmutable, que ni lo ancho os dilata, ni lo angosto os estrecha, ni lugar alguno os aprieta, ni la voluntad os muda, ni la necesidad os aflige, ni las cosas tristes os entristecen, ni las alegres os alegran, ni el olvido os quita, ni la memoria os añade, ni las cosas pasadas pasan delante de Vos, ni las venideras suceden. A quien el origen no da principio; ni el tiempo, progreso; ni el acaecimiento, fin; sino que, ante todos los siglos, y en los siglos; y en todos los siglos, y por todos los siglos, vivís para siempre y tenéis alabanza perpetua, gloria eterna, poder infinito, honra singular, reino sempiterno e imperio sin fin, por infinitos y sempiternos siglos de los siglos. Amén.

ORACIÓN A LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Omnipotencia del Padre, venid en ayuda de mi fragilidad y sacadme del abismo de mi miseria.
Sabiduría del Hijo, dirigid todos mis pensamientos, palabras y acciones.
Amor del Espíritu Santo, sed el principio de todas las operaciones de mi alma, para que todas ellas estén siempre conformes con; el divinó beneplácito.
(Quinientos días de indulgencia).

Dios mío, mi único bien, vos sois todo para mí, haced que yo sea todo para vos.
(Trescientos días de indulgencia. Plenaria al mes, con las condiciones acostumbradas, rezándola todos loe días ).

TRES ACCIONES DE GRACIAS
1°. Ofrezcamos a la Santísima Trinidad los méritos de Jesucristo en agradecimiento por la preciosísima sangre que derramó en el huerto por nosotros; y pidamos por ellos a su divina Majestad el perdón de nuestros pecados. (Padrenuestro, Avemaria y Gloriapatri.)
2°. Dad los méritos de Jesucristo en agradecimiento por la preciosísima muerte que por nosotros soportó en la cruz; y pidamos por ellos a su divina Majestad la remisión de las penas debidas por nuestros pecados. [Padrenuestro, Avemaría y Gloriapatri).
3. Ofrezcamos a la Santísima Trinidad los méritos de Jesucristo en agradecimiento por su inefable caridad, movido de la cual bajó del cielo a la tierra para tomar carne humana, y padecer y morir por nosotros en la cruz; y pidamos por ellos a su divina Majestad que después de diestra muerte lleve nuestras almas a la gloria celestial. (Padrenuestro, Avemaria v Gloriapatri.)

ORACIÓN A DIOS PADRE
Señor y Dios nuestro, os ofrecemos nuestros corazones unidos por el más fuerte y sincero amor fraternal; os pedimos que Jesús Sacramentado sea el alimento cotidiano de nuestros cuerpos y almas: que Jesús constituya el centro de nuestros amores, como lo era de María y de José. En fin Señor, que nunca el pecado turbe nuestra unión en la tierra, la que deberá permanecer eternamente con Vos. María, José y todos los Santos en el cielo. Amén.
(Quinientos días de indulgencia)

LETANIAS DEL SANTISIMO NOMBRE DE JESÚS

Kyrie, eléison.
Christe, eléison.
Kyrie, eléison.
Jesu, audi nos. Miserere Nobis
Jesu, exáudi nos. ” “
Pater de coelis Deus, ” “
Fili, Redémptor mundi Deus, ” “
Spiritus Sáncte Deus. ” “
Sancta Trínitas Unus Deus. ” “
Jesu, Fili Dei vivi, » »
Jesu, splendor Patris, » »
Jesu, candor lucis etérnae, » »
Jesu, rex glóriae, » »
Jesu, sol justítiae. » »
Jesu, Fili Maríae Vírginis, » »
Jesu, amábilis, » »
Jesu, admirábilis, » »
Jesu, Deus fortis, » »
Jesu, pater futúri saeculi, » »
Jesu, magni consílii Angele, » »
Jesu, potentíssime, » <
Jesu, patientissime, » >
Jesu, obedientíssime, » »
Jesu, mitis et húmilis corde, » »
Jesu, amátor castitátis, » »
Jesu, amátor noster, » «
Jesu, Deus pacis, » «
Jesu, auctor vitae, > «
Jesu, exémplar virtútum, » »
Jesu, zelátor animárum, » »
Jesu, Deus noster, » »
Jesu, refúgium nostrum, » ”
Jesu, pater páuperum, » »
Jesu, thesáure fidélium, 
Jesu, bone Pastor, » »
Jesu, lux vera, » »
Jesu, sapiéntia aetérna, » »
Jesu, bonitas infinita, » »
Jesu, vía et vita nostra, » »
Jesu, gáudium Angelórum, » »
Jesu, rex Patriarchárum, » »
Jesu, Magister Apostolórum, » »
Jesu, doctor Evangelistárum, » »
Jesu, fortitúdo Mártyrum, » »
Jesu, lumen Confessórum, » »
Jesu, púritas Vírginum, 
Jesu, corona sanctórum ómnium.,
Propitius esto, parce nobis, Jesu
Propitius esto, exáudi nos, Jesu
Ab omni malo, libera nos, Jesu
Ab omni peccáto, » »
Ab ira tua, » »
Ab insidiis diáboli, » »
A spiritu fornicatiónis, » »
A morte perpetua, » »
A negléctu inspiratiónum tuárum, » »
Per mystérium sanctae incarnatinis tuae, » »
Per Nativitátem tuam, » »
Per Infantiam tuam, »
Per divintssimam vitam tuam, 
Per labores tuos, » »
Per agoníam et passiónem tuam, » »
Per Crucem et derelictiónem tuam, » »
Per languores tuos, » »
Per mortem et sepultúram tuam. » »
Per Resurrectiónem tuam, » »
Per Ascensiónem tuam, » »
Per Sanctíssimne Eucharístiae institutiónem tuam, » »
Per gáudia tua, » »
Per glóriam tuam, » » Agnus Dei, qui tollis percata mundi, parce nobis, Jesu. » »
Agnus Dei, qui tollis peceáta mundi, exaudí nos, Jesu, » »
Agnus Dei, qui tollis peccáta mundi, miserere nobis, Jesu. » » Jesu, audi, nos;  » »
Jesu, exaudí nos. » »

Orémus
Dómine, Jesu Christe, qui dixísti: Pétite, et accípiétis; quaerite, et inveniétis; pulsáte, et aperiétur vobis: quaesumus, da nobis peténtibus diviníssimi tui amóris afféctum, ut te toto corde, ore et opere diligámus, et a tua numquam laude cessemus.
Sancti nóminis tui, Dómine, timórem páriter et amorém fac nos habére perpétuum; quia númquam tua gubernatióne destituís quos in soliditáte tuae dilectiónis instituís. Qui vivís et regnas in saecula saeculórum.
Amén.

(Indulgencia de siete años. Plenaria al mes, con las condiciones acostumbradas, rezando devotamente todos los días las letanías con los “Oremus”).

INVOCACIONES AL SANTÍSIMO NOMBRE DE JESÚS.

(San Bernardino de Sena)
¡Oh buen Jesús! ¡Oh piadosísimo Jesús! ¡Oh dulcísimo Jesús! ¡Oh Jesús, Hijo de María Virgen, lleno de misericordia y de piedad! ¡Oh dulce Jesús, tened piedad de mí según vuestra gran misericordia! ¡Oh clementísimo Jesús, por la preciosísima sangre que derramasteis por los pecadores, os pido que borréis todas mis iniquidades y os dignéis dirigir una mirada de compasión a este miserable e indigno pecador, que humildemente os pide perdón e invoca este vuestro santo nombre! ¡Oh nombre de Jesús, nombre dulcísimo! ¡Nombre de Jesús, nombre deliciosísimos! ¡Nombre de Jesús, nombre de aliento y fortaleza! ¡Jesús, es decir, Salvador! ¡Ah, sí, oh Jesús, por vuestro santo nombre, sed para mí Jesús y salvadme! No permitáis que yo venga a condenarme, Vos que me formaste de la nada. ¡Oh buen Jesús no permitáis que mi iniquidad me pierda, Vos que con vuestra omnipotente bondad me redimisteis! ¡Oh buen Jesús, conservad todo lo que es vuestro y purificad lo que os es contrario! ¡Oh benignisimo Jesús, tened piedad de mí, en este tiempo de misericordia, para que el día del juicio no tengáis que condenarme! ¡los muertos, oh Jesús, no os alabarán, ni cuantos descienden al infierno! ¡Oh amadisimo Jesús! ¡Oh deseadísimo Jesús! ¡Oh mansisimo Jesús! ¡Oh Jesús, Jesús, Jesús, admitidme en el número de los elegidos! ¡Oh Jesús, salud de cuantos creen en Vos! ¡Oh Jesús, alivio de los que a Vos recurren! ¡Oh Jesús, Hijo de María siempre Virgen, infundid en mí la gracia, la caridad, la castidad, la sabiduría y la humildad. para que pueda perfectamente amaros, alabaros, poseeros, serviros, y gloriarme en Vos, con todos los que invocan vuestro santo nombre! Así sea.

ORACIÓN
Oh Dios, que a tu Hijo unigénito hiciste Salvador del genero humano y mandaste que se llamara Jesús: concédenos benigno la gracia de que en el cielo gocemos la vista de Aquel cuyo santo Nombre veneramos en la tierra. Por el mismo nuestro Señor Jesucristo, que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
(Indulgencia de cinco años; plenaria al mes por su rezo diario, con las condiciones acostumbradas).

ORACIÓN REPARADORA
¡Oh Jesús, mi Salvador y Redentor, Hijo de Dios vivo, heme aquí postrado a vuestros pies: os pido perdón, y deseo reparar por todas las blasfemias contra vuestro santo nombre, por todas las injurias que se os infieren en el Santísimo Sacramento del altar, por todas las irreverencias para con vuestra Santísima Madre Inmaculada, por todas las calumnias contra La Santa Iglesia Católica! Oh Jesús, que dijisteis: “Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, se os concederá”, os ruego y suplico por mis hermanos que se encuentran en peligro de pecar, a fin de que queráis preservarles de los atractivos de la apostasía: salvad a los que se encuentran ya al borde del precipicio; conceded a todos luz y discernimiento de la verdad, valor y fuerza en luchas contra el mal, perseverancia en la fe, y caridad activa y eficaz. Misericordiosísimo Jesús, en vuestro nombre, pues, dirijo estas peticiones a Dios, vuestro Padre, con el que vivís y reináis en unidad con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.