HEREJIA

Se define la herejía un error voluntario y pertinaz contra algún dogma de la fe de parte del que profesa la cristiana. Los que quieren excusar este crimen, preguntan cómo se puede juzgar si un error es voluntario o involuntario, criminal o inocente, originado de una pasión viciosa más bien que de una falta de conocimiento. A esto respondemos:
1° que como la doctrina cristiana es revelada por Dios, es ya un crimen el querer conocerla por nosotros mismos, y no por órgano de los que Dios ha establecido para enseñarla; que tratar de elegir una opinión para erigirla en dogma, es ya sublevarse contra la autoridad de Dios;
2° puesto que Dios estableció la Iglesia o el cuerpo de los obispos con su jefe para enseñar a los fieles, cuando la Iglesia ha hablado, es ya por nuestra parte un orgullo pertinaz el resistir a su decisión, y preferir nuestras luces a las suyas, la pasión que ha dirigido a los jefes de secta y a sus partidarios, se ha puesto de manifiesto por su conducta, y por los medios que han empleado para establecer sus opiniones. Bayle, al definir un heresiarca, supone que se puede abrazar una opinión falsa por orgullo, por la ambición de ser jefe de partido, por envidia y odio contra un antagonista, etc.; lo probó con las palabras de San Pablo. Un error sostenido por tales motivos es seguramente voluntario y criminal.
Algunos protestantes dicen que no es fácil saberlo que es una herejía, y que siempre es una temeridad el tratar a un hombre de hereje. Pero, puesto que San Pablo manda a Tito que no se asociase a un hereje después de haberle amonestado una o dos veces, (III, 10), supone que puede conocerse si un hombre es hereje o no lo es, si su error es inocente o voluntario, perdonable o digno de censura.
Los que dicen que no deben mirarse como herejías más que los errores contrarios a los artículos fundamentales del cristianismo, nada dicen, puesto que no hay una regla segura para juzgar si un artículo es o no fundamental.
Un hombre puede engañarse a primera vista de buena fe, pero desde el momento que se resiste a la censura de la Iglesia, que trata de hacer prosélitos, formar un partido, cabalas, meter ruido, ya no obra de buena fe, sino por orgullo y ambición. El que ha tenido la desgracia de nacer y ser educado en el seno de la herejía, mamar el error desde la infancia, sin duda alguna es mucho menos culpable; pero no se puede deducir de esto que sea absolutamente inocente, principalmente cuando está en estado de conocer la Iglesia católica, y los caracteres que la distinguen de las diferentes sectas heréticas.
En vano se dirá que no conocía la pretendida necesidad de someterse al juicio o a la enseñanza de la Iglesia; que le basta estar sumiso a la palabra de Dios. Esta sumisión es absolutamente ilusoria:
1° no puede saber con certeza qué libro es la palabra de Dios, sino por el testimonio de la Iglesia,
2° a cualquier secta que pertenezca, solo la cuarta parte de sus miembros están en estado de ver por si mismos si lo que se les predica es conforme o contrarío a la palabra de Dios;
3° todos empiezan por someterse a la autoridad de su secta, por formar su creencia según el catecismo y las instrucciones públicas de sus ministros, antes de saber si esta doctrina es conformen o contraria a la palabra de Dios;
4° es un rasgo por su parte de orgullo insoportable el creer que están iluminados por el Espíritu Santo para entender la Sagrada Escritura, más bien que la Iglesia católica que la comprende de otra manera que ellos. Excusar a todos los herejes, es condenar a los apóstoles, que los han pintado como hombres perversos.

No pretendemos sostener que no haya un buen número de hombres nacidos en la herejía, que en razón a sus pocas luces estén en una ignorancia invencible, y por consiguiente sean excusables ante Dios: ahora bien, por confesión misma de todos los teólogos sensatos, esos ignorantes no deben colocarse en el número de los herejes. Esta es la doctrina terminante de San Agustín, Epist. 43, ad Glorium et alios, n. I. San Pablo dice: “Evitad a un hereje, después de haberle reprendido una o dos veces, sabiendo que semejante hombre es perverso, que peca y que está condenado por su propio juicio. En cuanto a los que defienden una opinión falsa y mala, sin pertinacia, principalmente si no la han inventado por una presunción audaz, sino que la han recibido de sus padres seducidos y caídos en el error, si buscan la verdad con cuidado y están prontos a corregirse cuando la hayan encontrado, no debe colocárseles entre los herejes”
(L. I, de Bapt. contra Donat., c. 4, n. 5): “Los que caen entre los herejes sin saberlo, creyendo que es la Iglesia de Jesucristo, están en un caso muy diferente de los que saben que la Iglesia católica es la que está extendida por todo el mundo.»
(L. 4, c. 1, n. 1): “La Iglesia de Jesucristo, por el poder de su esposo, puede tener hijos de sus criadas; si no se ensoberbecen, tendrán parte en la herencia; si son orgullosos, permanecerán fuera.»
(Ibid., c. 16, n. 23). «Supongamos que un hombre tenga la opinión de Fotino respecto a Jesucristo, creyendo que es la fe católica, no le llamo todavía hereje, a menos que después de haber sido instruido quiera mejor resistirse a la fe católica, que renunciar a la opinión que había abrazado.»
(de Unit. Eccles., c. 25, n. 73), dice de muchos obispos clérigos y seglares donatistas convertidos: «Al renunciar a su partido han vuelto a la paz católica, y antes de hacerlo formaban ya parte del buen grano; entonces combatían, no contra la Iglesia de Dios que produce fruto en todas partes, sino contra hombres de los cuales se les había hecho formar mala opinión.»
San Fulgencio, (L. de fide ad Petrum, c. 30): «Las buenas obras, el martirio mismo no sirven de nada para la salvación del que no está en la unidad de la Iglesia, en tanto que la malicia del cisma y de la herejía persevere en él.»
Salviano, (de Gubern. Dei, l. 5, c. 2), hablando de los bárbaros que eran arríanos: «Son herejes, dice, pero lo ignoran…. Están en el error, pero de buena fe, no por odio, sino por el amor a Dios, creyendo honrarle y amarle: aunque no tengan una fe pura, creen tener una caridad perfecta. ¿Cómo serán castigados en el día del juicio por su error? Nadie puede saberlo más que el Juez soberano.»
Nicole, Tratado de la unidad de la Iglesia, I. 2, c. 3: «Todos los que no han participado por su voluntad y con conocimiento de causa del cisma y de la herejía forman parte de la verdadera Iglesia.»
También los teólogos distinguen la herejía material de la herejía formal. La primera consiste en sostener una proposición contraria a la fe, sin saber que la es contraria, y por consiguiente sin pertinacia y con disposición sincera de someterse al juicio de la Iglesia. La segunda tiene todos los caracteres opuestos, y es siempre un crimen que basta para excluir a un hombre de la salvación. Tal es el sentido de la máxima: Fuera de la Iglesia no hay salvación.
Dios ha permitido que hubiese herejías desde el origen del cristianismo y aun viviendo los apóstoles a fin de convencernos que el Evangelio no se estableció en las tinieblas, sino en medio de la luz; que los apóstoles no siempre tuvieron oyentes dóciles sino que muchas veces estaban prontos contradecirlos; que si hubiesen publicado hechos falsos, dudosos o sujetos disputas no habrían dejado de refutarlos y convencerlos de impostura. Los apóstoles mismos se quejan de esto; ellos nos dicen en lo que les contradecían los herejes sobre los dogmas y no sobre los hechos.
«Conviene, dice San Pablo, que haya herejías, a fin de que se conozcan aquellos cuya fe se pone a prueba.» I Cor., XI, 19. De la misma suerte que las persecuciones sirvieron para distinguir a los cristianos adictos verdaderamente a su religión de las almas débiles y de virtud dudosa, así las herejías establecen una separación entre los espíritus ligeros y los que están constantes en la fe. Esta es la reflexión de Tertuliano.
Era preciso por otra parte que la Iglesia fuese agitada para que se viese la sabiduría y solidez del plan que Jesucristo había establecido para perpetuar su doctrina. Era conveniente que los obispos encargados de la enseñanza estuviesen obligados a fijar siempre sus miradas sobre la antigüedad, a consultar los monumentos, a renovar sin cesar la cadena de la tradición y velar de cerca sobre el depósito de la fe; se han visto obligados a ello por los asaltos continuos de los herejes. Sin las disputas de los últimos siglos acaso estaríamos todavía sumidos en el mismo sueño que nuestros padres. Después de la agitación de las guerras civiles es cuando la Iglesia acostumbra a hacer sus conquistas.
Cuando los incrédulos han tratado de hacer un motivo de escándalo de la multitud de herejías que menciona la Historia eclesiástica, no han visto:
I° Que la misma herejía se ha dividido comúnmente en muchas sectas, y ha llevado a veces hasta diez o doce nombres diferentes; así sucedió con los gnósticos, los maniqueos, los arríanos, los eutiquianos y los protestantes.
2° Que las herejías de los últimos siglos no fueron más que la repetición de los antiguos errores, de la misma manera que los nuevos sistemas de filosofía no son más que las visiones de los antiguos filósofos.
3° Que los incrédulos mismos están divididos en varios partidos y no hacen más que copiar las objeciones de los antiguos enemigos del cristianismo.
Es necesario a un teólogo conocer las diferentes herejías, sus variaciones, las opiniones de cada una de las sectas a que han dado lugar; sin esto no se puede conocer el verdadero sentido de los PP. que las refutaron, y se exponen a atribuirles opiniones que jamás tuvieron. Esto es lo que ha sucedido a la mayor parte de los que han querido deprimir las obras de estos santos doctores. Para adquirir un conocimiento más detallado que el que podemos suministrar, es preciso consultar el                   Diccionario de las herejías, hecho por el abate Pluquet: se encuentra en él no solo la historia, los progresos y las opiniones de cada una de las sectas, sino también la refutación de sus principios.
Los protestantes han acusado muchas veces a los autores eclesiásticos que han hecho el catálogo de las herejías, tales como Teodoreto, San Epifanio, San Agustín, Filastro, etc., de haberlas multiplicado sin venir a cuento, haber colocado en el número de los errores opiniones ortodoxas o inocentes. Pero, porque haya agradado a los protestantes renovar las opiniones de la mayor parte de las antiguas sectas heréticas, no se deduce que sean verdades, y que los PP. hayan hecho mal en calificarlas de error; tan solo se deduce que los enemigos de la Iglesia católica son malos jueces en punto a doctrinas.
No quieren que se atribuyan a los herejes, por vía de consecuencia, los errores que se deducen de sus opiniones, principalmente cuando estos herejes las rechazan y desaprueban; pero estos mismos protestantes jamás han dejado de atribuir a los PP. de la Iglesia y a los teólogos católicos todas las consecuencias que pueden sacarse de su doctrina, aun por falsos raciocinios; y por esto principalmente es por lo que han conseguido hacer odiosa la fe católica. Se debe perdonarles todavía menos la prevención con que se persuaden que los Padres de la Iglesia expusieron mal las opiniones de los herejes que refutaron, ya por ignorancia y falta de penetración, ya por odio y resentimiento, ya por un falso celo, y a fin de separar con más facilidad a los fieles del error.
Con frecuencia, dicen, los PP. atribuyen a la misma herejía opiniones contradictorias. Esto no debe admirar a los que afectan olvidar que los herejes jamás estuvieron de acuerdo ni entre si, ni consigo mismos, y que los discípulos nunca se hacen una ley de seguir exactamente las opiniones de sus maestros. Un pietista fanático llamado Arnold, muerto en 1714, llevó la demencia hasta sostener que los antiguos herejes eran pietistas, más sabios y mejores cristianos que los PP. que los refutaron.

DICCIONARIO DE TEOLOGIA
Por el Abate Bergier
segunda versión año 1854

JESUCRISTO, SU PROCESO ANTE LOS TRIBUNALES JUDÍO Y ROMANO (I)

PROLOGO

Las conferencias que he tenido dos años consecutivos en la Iglesia del Salvador de la Compañía de Jesús, en Buenos Aires, sobre el proceso de Jesucristo ante los tribunales judío y romano y sobre sus últimas horas en su vida mortal, son las que ahora se publican.

Al trasladar a este libro, lo que fue dicho, queda siempre un algo que pierde de fuerza, por no poder expresarse en el escrito, ni el tono, ni el gesto con que las ideas fueron pronunciadas.

A pesar esa falta de total correspondencia, entre lo dicho oratoriamente y eso mismo expresado por escrito, creo que lo que va en este libro es reflejo fiel de las conferencias que dí en el Salvador.

No he querido reducir a uniformidad, los diálogos con N. S. Jesucristo, para dejarlos con el sabor que tuvieron en el mismo momento de pronunciarlos. Unos van en segunda persona del singular y otros en segunda persona del plural.

Esa diferencia gramatical, tiene una uniformidad psicológica, que depende del estado afectivo correspondiente al hecho y al momento que se pronunciaron.

Estas conferencias, fueron radiadas por la cadena de emisoras de varias naciones de América Latina, que contribuyeron así a que llegase al desconocido sin número de radioescuchas, las escenas de la vida de Jesucristo en el solemne día de la Pasión y Muerte

Marinos que cruzaban el mar, me comunicaron que en medio del Atlántico, a tres días de la Costa Americana, escucharon reverentes y conmovidos, lo que yo iba diciendo en Buenos Aires.

Quiera Dios, que al ser leídas estas Conferencias, produzcan también en las almas, una emoción reverencial, que en todo corazón bien nacido, causa el recuerdo de lo que por nosotros sufrió Jesucristo; y que de esa emoción profunda reverente, nazca un sincero deseo de corresponder con obras, a las fineza de su Amor.

José A. de Laburu S.J.

Buenos Aires, junio 4 de 1944

 

INTRODUCCIÓN

Es un hecho histórico que se repite cada año, en el decurso ya de veinte siglos, el de la conmemoración de la muerte de Jesucristo.

Hecho histórico, único en toda la Historia de la Humanidad.

Y este hecho histórico único, presenta una peculiarísima característica, que parece ser ella la nota más adecuada, para que esa muerte de Jesucristo, no fuese jamás por hombre alguno, ni recordada, ni menos religiosamente conmemorada.

Porque si atendemos solamente al criterio natural y a los factores humanos, nada tiene la muerte de un ajusticiado, ejecutado por pública sentencia, para que ella concilie amor reverencial y perdure por 2.000 años, en el recuerdo de todas las razas que pueblan todas las naciones de la tierra.

Y, señores, el hecho histórico es, que esa muerte de Jesucristo, nosotros la estamos recordando hoy, y con nosotros la recuerda el mundo entero.

* * *

Y es, señores, que en Jesucristo y en su Pasión y muerte, hay algo más que un hombre recto y justo, que muere en un patíbulo, víctima de la envidia y del odio.

Poco pensador tiene que ser el que no vea, que no tiene explicación alguna ni histórica ni psicológica, el que a través de dos milenios, gente de toda raza y cultura, dedique cada año una semana a recordar y venerar la muerte de un infeliz judío ajusticiado.

Algo más, es necesario que se encierre en la Pasión y muerte de Jesús de Nazareth.

*  *

Y ese algo más, señores, es que ese Jesús, con su doctrina y con su vida, con sus obras y con sus patentes y públicos y portentosos milagros, dejó palmariamente probada la divinidad de su Persona.

Más aun, señores, ese algo más, es que ese Jesús, Dios-Hombre, en un exceso de amor a los hombres, libremente y porque quiso, se ofreció a los tormentos de la Pasión y a las afrentas de la muerte en un patíbulo, para reconciliarnos a los hombres con Dios Su Padre, y redimimos de la culpa en que habíamos incurrido, como consecuencia del pecado original, en el que incurrió el primer hombre y Cabeza jurídico del género humano.

* * *

Y ahora sí, que comprendemos el porqué de este hecho Único en la Historia de la humanidad, de recordar por 20 siglos la Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

Es el recuerdo de la muerte de Dios, y de la muerte aceptada por Jesucristo paro darnos a los hombres la reconciliación con Dios Su Padre; y con ella la posibilidad de librarnos de tormentos eternos y de adquirir la bienaventuranza de una vida que no tendrá fin.

Ese hecho, que es el más sublime que ha existido y ha podido existir en la Historia de la humanidad; se comprende bien que sea también el único, que así perdure en el recuerdo bimilenario, año tras año, en los corazones y en las mentes de los hombres.

* * *

La humanidad entera lo recuerda.

Pero, tal vez, no todos los que conmemoran la Pasión y muerte de Jesucristo, lo hagan con la reflexión que piden tan solemnes acontecimientos.

Hay algo exclusivamente peculiar en la vida de los pueblos, en los días que llamamos Jueves y Viernes santo.

Aun los que no frecuentan su entrada en el recinto de los Templos, acuden esos días a ellos.

Esa enorme masa humana, que va desfilando ante Jesucristo Sacramentado colocado en el Monumento cuajado de luces; esa afluencia a las Iglesias para escuchar, aunque no sea sino por algunos momentos, la palabra de los sacerdotes que hablan de la Pasión de Jesucristo y de su muerte; ese peculiar atavío de dolor y de aire de seriedad y de luto; está indicando patentemente, que algo completamente distinto del diario vivir de los hombres, se está en esos días conmemorando.

Tristísimo sería, que esa conmemoración fuese quedando vacía de contenido ideológico; y no fuera otra cosa, que un movimiento semiconsciente, debido a la inercia que proviene del impulso de la tradición.

Movimientos semiconscientes, no son dignos de los hombres, que quieren agradecer al Hijo de Dios, los excesos de amor que en su pasión y muerte tuvo por todos ellos.

Cierto que más vale, aunque sea algo rutinaria, esa tradición del pueblo cristiano en los días de la Semana Santa, que el olvido total del beneficio, de la Pasión y Muerte de Jesucristo.

Pero hemos de procurar vivificar los tradicionales sentimientos, con un espíritu lleno de profundo conocimiento de los misterios, que en Semana Santa conmemoramos.

Esta es la única conducta, que es digna del que se precie de proceder como hombre y como cristiano.

* * *

Y a eso nos vamos a reunir, estas tres noches de los tres primeros días de la Semana Santa.

Hace mucho que Dios Nuestro Señor me ha dado el deseo de contribuir, a que las tradicionales prácticas, tal vez para muchos rutinarias y superficiales, de los días dedicados a recordar la Pasión y Muerte de Jesucristo, sean vivificadas por un conocimiento íntimo de los misterios, que en esta Semana Santa se conmemoran.

Y para conseguirlo, quisiera ser fidelísimo guardador de la fundamentalísima ley psicológica, que tan acertadamente nos dejó señalada San Ignacio de Loyola, al mandarnos que al meditar los misterios de la vida de Jesucristo, lo hagamos con aquella viveza e intuición, que es fruto único del que medita las escenas de la vida de Jesús, como si uno se hallara realmente presente a ellas.

¡¡Es tan distinto, señores, el conocimiento meramente especulativo y didáctico, del conocimiento intuitivo, profundamente afectivo y entuetanado con todo lo más íntimo del alma humana!!

Intimo conocimiento de Jesucristo en sus Misterios de su vida dolorosa, en su doble sentido; en cuanto conocimiento que penetre en lo más hondo del Corazón paciente de Jesucristo y en cuanto se nos adentre de tal modo, que quede indeleblemente impreso en nuestras almas.

* * *

De ese conocimiento, necesariamente han de brotar los frutos, que la Pasión y muerte de Jesucristo deben de producir en toda alma bien nacida.

Es el primero, un agradecimiento sincerísimo a Jesucristo, por haberse dignado redimirnos, a costa de sus dolores y de su vida.

Es el segundo, un vivísimo dolor, al ver que yo soy el causante de esos dolores y de esa muerte; porque por mis pecados va el Señor a la Pasión y por librarme del pecado y de la muerte eterna y por hacerme de su parte feliz por toda una eternidad, da su Vida Jesucristo, en el patíbulo de la Cruz.

Y el tercer fruto del conocimiento consciente y profundo de lo que hizo Jesucristo por redimirnos, es la exclamación que brota espontánea, de lo mas hondo del alma: exclamación, que es pregunta cuajada de admiración y ofrecimiento empapado en en total renunciamiento:

¿Qué debo de hacer yo, por ese Jesucristo, que sin irle a Él nada, solo porque me quiso, se entregó por mí, a los tormentos cruelísimos de la Pasión y a la ignominia afrentosa de su muerte?

* * *

Vamos, señores, en estas tres noches, a vivir, más que a oir, aquellas escenas, cuajadas de enseñanzas, que tuvieron lugar en el proceso que se llevó a cabo contra Jesucristo, en los tribunales judío y romano, cuando le condenaron a la Crucifixión.

Poned de vuestra parte, oyentes amados, vuestra atención y vuestro corazón.

Y no dudo, confiado en la gracia divina, que al ir recorriendo las escenas del proceso que en los tribunales judío y romano, se entabló contra Jesucristo, nacerán y se acrecentarán y se arraigarán, en vuestros corazones, esos tres frutos que acabamos de indicar, son los frutos que en toda alma noble y bien nacida, produce la atenta consideración de la Pasión y Muerte de Jesucristo.

JESUCRISTO

SU PROCESO ANTE LOS TRIBUNALES JUDÍO Y ROMANO

Sus últimas horas mortales

José A. de Laburu S.J.

REALIDADES DEL CATOLICISMO

l° Debilidades humanas.—Más que ninguna otra doctrina, el catolicismo sube ponernos en guardia contra la debilidad humanas. En sus jefes, en sus dignatarios, en sus miembros, la Iglesia depende de los hombres. ¿Por qué reprochar a la Iglesia la malicia de estos pobres hombres que ella, precisamente, ha querido desbastar, purificar y elevar a un ideal superior?

2° Conocimiento propio.—A menudo, cuando censuramos o exigimos algo a la Iglesia, estamos pensando sólo en el clero… Iglesia es la congregación de todos los fieles.

La distancia que separa mis propósitos de mis realidades, mis intenciones santas y mis obras viciadas, podrá ayudar a cada seglar a comprender las flaquezas humanas que en el transcurso de los siglos se pueden sorprender en los ministros de la Iglesia.

Examina tú, católico exigente, censor amargado, tus ignorancias, tu inercia, la pequeñez de tu espíritu, las inconsecuencias reiteradas entre tu creer y tu obrar, la Insensibilidad social y el egoísmo de que con harta frecuencia das muestra en el cumplimiento de tus deberes, que son a menudo bastante más fáciles y más sencillos que los que pesan sobre los maestros y ministros de la Iglesia. Porque, valga el ejemplo, no es la primera vez que un adúltero recrimina la caída de un hombre que ha guardado castidad por muchos años.

3° Sentido trágico.—Hay en la Iglesia una tensión trágica, un sentido agónico, una síntesis de antinomias que a veces produce, en sus hijos, el desconcierto y la desazón angustiosa. Y para hablar así no es necesario admitir el sartal de sofismas y de contradicciones gesticulantes de Unamuno, en su libro condenado por el índice. Hovre se explica: “Nosotros, que advertimos todos los días la distancia entre el Ideal católico y la realidad vital de muchos cristianos, hubiéramos escrito un evangelio sin la traición de Judas, sin las negaciones de Pedro. Sin embargo, sobre Pedro, el débil, Cristo edificó su Iglesia”. Hoy, tal vez, Hovre tendría que variar su afirmación. Hoy, en época de cristianos ulcerados y quejicosos, amargados y tremendistas, que escriben dramas y novelas sobre apóstatas degradados y hundidos en el vicio para pintar según ellos los abismos de la ausencia de la gracia y hacer así novela católica o drama católico. .. los Hipotéticos evangelistas hubieran cargado las tintas en la traición de Judas, en las negaciones de Pedro, en la fuga cobarde de los apóstoles…

4° La verdad, piedra de toque —La técnica le ha brindado a la Verdad muchas piedras de toque. Se ama en demasía la cifra o la estadística, que no son desdeñables. Se atiende con exceso a la mayoría, al éxito… Y se cree que muchas veces prueban la verdad… “En tal Congreso han comulgado un millón dé católicos; luego toda la nación es católica”, A la procesión de la Virgen va toda la ciudad, luego nuestra ciudad es totalmente cristiana en su vivir…

Con eso, o al margen de esos el Catolicismo en cuanto tal permanece verdad. Y las herejías siguen siendo herejías…

5° Una empresa vital.—La realización del ideal del catolicismo es una empresa vital para cada uno de nosotros. El catolicismo no es sólo una doctrina; es también una vida, y tiene consigo al que dijo: Yo soy la Vida. En cierto sentido, la Iglesia vale lo que nosotros, católicos, valemos. En cada uno de sus hombres, el ideal católico debe trocarse en realidad, hacerse vida…

6.° La cruz, centro del Catolicismo.—La iglesia Católica no ha sido creada por un hombre seducido por el éxito, por un esteta, por un filósofo, sino por un Dios-hombre que desde que nació miraba hacia el monte de la crucifixión. “Predicamos a Jesucristo, y éste crucificado”, decía San Pablo a los atónitos oyentes de su época imperial.

La Iglesia no ha sido edificada sobre el Tabor, sino sobre el Gólgota, Cristo vive siempre en la Iglesia, pero crucificado.-Así está en el centro del altar. Así está en el centro de los siglos. Así debe estar en el corazón de cada uno de los suyos, de los cristianos, de los herederos del Crucificado.

R.P. Carlos E. Mesa, C.M.F.

CONSIGNAS Y SUGERENCIAS PARA MILITANTES DE CRISTO.

IDEAL DEL CATÓLICISMO

¡Yo soy la Vida!

¡Yo soy la vid y vosotros los sarmientos!

¡El que come de este pan vivirá para siempre!

¡Estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos!

Palabras de Jesús a su Iglesia.

Desde entonces, y por eso, la Iglesia es un organismo vivo y vivificante que en el decurso de los siglos ha crecido hasta la plenitud de la edad, según Cristo.

Es el tronco vivo, no el “tronco inerte”, de que habló un dramaturgo envenenado de odio…

Después de estudiar su desarrollo y su vitalidad perenne, pudo el genio de Newman formular estas siete leyes de la filosofía católica de la vida:

1 ° Mantenimiento del tipo.—Goza la Iglesia de una maravillosa pervivencia de fisonomía. El catolicismo actual, reducido a un pequeño número, es la continuación del catolicismo del Evangelio, del que predicaron Pedro y Pablo; del que dilucidaron Agustín y Tomás. Así, el hombre maduro no es más que el perfeccionamiento natural del niño. Como todo ser vivo, el catolicismo es mudable en su inmutabilidad. Por eso se ha hablado luminosamente de su evolución homogénea…

2° Continuidad de sus principios.—A través de los siglos, el catolicismo permanece fiel a la unidad del dogma, de la fe, de la gracia, de los  sacramentos, del principio ascético. Hay consonancia perfecta entre León el Grande y Pio XII; entre Calcedonia, Trento y el Vaticano.

3° Su poder de asimilación.—Las herejías han nacido y han pasado, y aún, si regresan, se disfrazan en el atuendo, pero padecen de la monotonía más tediosa. En fin de cuentas la Iglesia es quien ha sacado provecho de ellas. De las confusiones de Nestorio y Eutiques provienen las definiciones intangibles e inmutables de Efeso y Calcedonia. Contra la algarabía doctrinal de nuestro siglo, las encíclicas de León XIII, Pio X, Pio XI y Pio XII. “La contradicción es la sal de la verdad”. Estas palabras se han cumplido a la letra para la filosofía católica de la vida.

4° Consecuencia lógica.—Las verdades católicas forman un organismo. Constituyen un encadenamiento lógico que resulta de la conexión de todos los principios con la Encarnación del Verbo. Basta, para corroborarlo, estudiar, por ejemplo, la estructura de la Summa Theológica, de Santo Tomás de Aquino.

5.° Anticipación de su porvenir.—De la misma manera que un gran genio se revela muchas veces en una idea de su primera Juventud, así, desde sus principios, el Catolicismo encerraba en potencia todo el edificio doctrinal de los siglos futuros. “Semejante es el reino de los cielos a un grano de mostaza…” “Yo atraeré todas las cosas hacia Mi…”

6.° Conservación de su pasado.—La memoria constituye la armazón de la personalidad. La Tradición es la “mnemosyne”, el poder de capitalización de su experiencia secular. La Tradición, considerada como regla de fe, posee sobre la Escritura Santa una prioridad triple: de tiempo, porque primero se constituyó la Iglesia y años después se escribieron los libros de Nuevo Testamento; de orden lógico, en cuanto al punto de vista de nuestro conocimiento; de comprensión o amplitud de objeto, porque a menudo abarca verdades e instituciones que no se contienen en la Escritura.

7° Vigor crónico— En un organismo como la Iglesia se dan a veces, con insistencia dolorosa, glorificante y necesaria, los periodos de tribulación. “A Mi me persiguieron y también a vosotros os perseguirán…” Pero sin tardanza abren el paso a tiempos de florecer primaveral o coinciden con triunfos que compensan. Cuando la reforma desgaja reinos, los misioneros bautizan las tribus de América.

Hoy vivimos una dolorosa situación, estamos ante la apostasía universal, somos el pequeño número a que ha sido reducido el rebaño de Nuestro Señor Jesucristo, pero por lo mismo lleno de gloria para quien persevere en esta tribulación fiel a la Iglesia bimilenaria. Con vigor rechazamos el modernismo y todas sus manifestaciones. Rechazamos al pueblo deicida y sus maquinaria anticristiana, masonería, comunismo, capitalismo, etc.