JESUCRISTO, SU PROCESO ANTE LOS TRIBUNALES JUDÍO Y ROMANO (I)

PROLOGO

Las conferencias que he tenido dos años consecutivos en la Iglesia del Salvador de la Compañía de Jesús, en Buenos Aires, sobre el proceso de Jesucristo ante los tribunales judío y romano y sobre sus últimas horas en su vida mortal, son las que ahora se publican.

Al trasladar a este libro, lo que fue dicho, queda siempre un algo que pierde de fuerza, por no poder expresarse en el escrito, ni el tono, ni el gesto con que las ideas fueron pronunciadas.

A pesar esa falta de total correspondencia, entre lo dicho oratoriamente y eso mismo expresado por escrito, creo que lo que va en este libro es reflejo fiel de las conferencias que dí en el Salvador.

No he querido reducir a uniformidad, los diálogos con N. S. Jesucristo, para dejarlos con el sabor que tuvieron en el mismo momento de pronunciarlos. Unos van en segunda persona del singular y otros en segunda persona del plural.

Esa diferencia gramatical, tiene una uniformidad psicológica, que depende del estado afectivo correspondiente al hecho y al momento que se pronunciaron.

Estas conferencias, fueron radiadas por la cadena de emisoras de varias naciones de América Latina, que contribuyeron así a que llegase al desconocido sin número de radioescuchas, las escenas de la vida de Jesucristo en el solemne día de la Pasión y Muerte

Marinos que cruzaban el mar, me comunicaron que en medio del Atlántico, a tres días de la Costa Americana, escucharon reverentes y conmovidos, lo que yo iba diciendo en Buenos Aires.

Quiera Dios, que al ser leídas estas Conferencias, produzcan también en las almas, una emoción reverencial, que en todo corazón bien nacido, causa el recuerdo de lo que por nosotros sufrió Jesucristo; y que de esa emoción profunda reverente, nazca un sincero deseo de corresponder con obras, a las fineza de su Amor.

José A. de Laburu S.J.

Buenos Aires, junio 4 de 1944

 

INTRODUCCIÓN

Es un hecho histórico que se repite cada año, en el decurso ya de veinte siglos, el de la conmemoración de la muerte de Jesucristo.

Hecho histórico, único en toda la Historia de la Humanidad.

Y este hecho histórico único, presenta una peculiarísima característica, que parece ser ella la nota más adecuada, para que esa muerte de Jesucristo, no fuese jamás por hombre alguno, ni recordada, ni menos religiosamente conmemorada.

Porque si atendemos solamente al criterio natural y a los factores humanos, nada tiene la muerte de un ajusticiado, ejecutado por pública sentencia, para que ella concilie amor reverencial y perdure por 2.000 años, en el recuerdo de todas las razas que pueblan todas las naciones de la tierra.

Y, señores, el hecho histórico es, que esa muerte de Jesucristo, nosotros la estamos recordando hoy, y con nosotros la recuerda el mundo entero.

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Y es, señores, que en Jesucristo y en su Pasión y muerte, hay algo más que un hombre recto y justo, que muere en un patíbulo, víctima de la envidia y del odio.

Poco pensador tiene que ser el que no vea, que no tiene explicación alguna ni histórica ni psicológica, el que a través de dos milenios, gente de toda raza y cultura, dedique cada año una semana a recordar y venerar la muerte de un infeliz judío ajusticiado.

Algo más, es necesario que se encierre en la Pasión y muerte de Jesús de Nazareth.

*  *

Y ese algo más, señores, es que ese Jesús, con su doctrina y con su vida, con sus obras y con sus patentes y públicos y portentosos milagros, dejó palmariamente probada la divinidad de su Persona.

Más aun, señores, ese algo más, es que ese Jesús, Dios-Hombre, en un exceso de amor a los hombres, libremente y porque quiso, se ofreció a los tormentos de la Pasión y a las afrentas de la muerte en un patíbulo, para reconciliarnos a los hombres con Dios Su Padre, y redimimos de la culpa en que habíamos incurrido, como consecuencia del pecado original, en el que incurrió el primer hombre y Cabeza jurídico del género humano.

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Y ahora sí, que comprendemos el porqué de este hecho Único en la Historia de la humanidad, de recordar por 20 siglos la Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

Es el recuerdo de la muerte de Dios, y de la muerte aceptada por Jesucristo paro darnos a los hombres la reconciliación con Dios Su Padre; y con ella la posibilidad de librarnos de tormentos eternos y de adquirir la bienaventuranza de una vida que no tendrá fin.

Ese hecho, que es el más sublime que ha existido y ha podido existir en la Historia de la humanidad; se comprende bien que sea también el único, que así perdure en el recuerdo bimilenario, año tras año, en los corazones y en las mentes de los hombres.

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La humanidad entera lo recuerda.

Pero, tal vez, no todos los que conmemoran la Pasión y muerte de Jesucristo, lo hagan con la reflexión que piden tan solemnes acontecimientos.

Hay algo exclusivamente peculiar en la vida de los pueblos, en los días que llamamos Jueves y Viernes santo.

Aun los que no frecuentan su entrada en el recinto de los Templos, acuden esos días a ellos.

Esa enorme masa humana, que va desfilando ante Jesucristo Sacramentado colocado en el Monumento cuajado de luces; esa afluencia a las Iglesias para escuchar, aunque no sea sino por algunos momentos, la palabra de los sacerdotes que hablan de la Pasión de Jesucristo y de su muerte; ese peculiar atavío de dolor y de aire de seriedad y de luto; está indicando patentemente, que algo completamente distinto del diario vivir de los hombres, se está en esos días conmemorando.

Tristísimo sería, que esa conmemoración fuese quedando vacía de contenido ideológico; y no fuera otra cosa, que un movimiento semiconsciente, debido a la inercia que proviene del impulso de la tradición.

Movimientos semiconscientes, no son dignos de los hombres, que quieren agradecer al Hijo de Dios, los excesos de amor que en su pasión y muerte tuvo por todos ellos.

Cierto que más vale, aunque sea algo rutinaria, esa tradición del pueblo cristiano en los días de la Semana Santa, que el olvido total del beneficio, de la Pasión y Muerte de Jesucristo.

Pero hemos de procurar vivificar los tradicionales sentimientos, con un espíritu lleno de profundo conocimiento de los misterios, que en Semana Santa conmemoramos.

Esta es la única conducta, que es digna del que se precie de proceder como hombre y como cristiano.

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Y a eso nos vamos a reunir, estas tres noches de los tres primeros días de la Semana Santa.

Hace mucho que Dios Nuestro Señor me ha dado el deseo de contribuir, a que las tradicionales prácticas, tal vez para muchos rutinarias y superficiales, de los días dedicados a recordar la Pasión y Muerte de Jesucristo, sean vivificadas por un conocimiento íntimo de los misterios, que en esta Semana Santa se conmemoran.

Y para conseguirlo, quisiera ser fidelísimo guardador de la fundamentalísima ley psicológica, que tan acertadamente nos dejó señalada San Ignacio de Loyola, al mandarnos que al meditar los misterios de la vida de Jesucristo, lo hagamos con aquella viveza e intuición, que es fruto único del que medita las escenas de la vida de Jesús, como si uno se hallara realmente presente a ellas.

¡¡Es tan distinto, señores, el conocimiento meramente especulativo y didáctico, del conocimiento intuitivo, profundamente afectivo y entuetanado con todo lo más íntimo del alma humana!!

Intimo conocimiento de Jesucristo en sus Misterios de su vida dolorosa, en su doble sentido; en cuanto conocimiento que penetre en lo más hondo del Corazón paciente de Jesucristo y en cuanto se nos adentre de tal modo, que quede indeleblemente impreso en nuestras almas.

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De ese conocimiento, necesariamente han de brotar los frutos, que la Pasión y muerte de Jesucristo deben de producir en toda alma bien nacida.

Es el primero, un agradecimiento sincerísimo a Jesucristo, por haberse dignado redimirnos, a costa de sus dolores y de su vida.

Es el segundo, un vivísimo dolor, al ver que yo soy el causante de esos dolores y de esa muerte; porque por mis pecados va el Señor a la Pasión y por librarme del pecado y de la muerte eterna y por hacerme de su parte feliz por toda una eternidad, da su Vida Jesucristo, en el patíbulo de la Cruz.

Y el tercer fruto del conocimiento consciente y profundo de lo que hizo Jesucristo por redimirnos, es la exclamación que brota espontánea, de lo mas hondo del alma: exclamación, que es pregunta cuajada de admiración y ofrecimiento empapado en en total renunciamiento:

¿Qué debo de hacer yo, por ese Jesucristo, que sin irle a Él nada, solo porque me quiso, se entregó por mí, a los tormentos cruelísimos de la Pasión y a la ignominia afrentosa de su muerte?

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Vamos, señores, en estas tres noches, a vivir, más que a oir, aquellas escenas, cuajadas de enseñanzas, que tuvieron lugar en el proceso que se llevó a cabo contra Jesucristo, en los tribunales judío y romano, cuando le condenaron a la Crucifixión.

Poned de vuestra parte, oyentes amados, vuestra atención y vuestro corazón.

Y no dudo, confiado en la gracia divina, que al ir recorriendo las escenas del proceso que en los tribunales judío y romano, se entabló contra Jesucristo, nacerán y se acrecentarán y se arraigarán, en vuestros corazones, esos tres frutos que acabamos de indicar, son los frutos que en toda alma noble y bien nacida, produce la atenta consideración de la Pasión y Muerte de Jesucristo.

JESUCRISTO

SU PROCESO ANTE LOS TRIBUNALES JUDÍO Y ROMANO

Sus últimas horas mortales

José A. de Laburu S.J.