Para oír con devoción la Misa hay que tener presente siete cosas:

              Primero.- Que al entrar a la Iglesia sea con temor y reverencia, considerando que entra en casa de su Dios, casa de oración y de soberanos sacramentos, donde está consagrado nuestro Señor Jesucristo. Por lo cual entrando al templo, digan lo que decía san Francisco de Asís: Adorote, Señor mío Jesucristo, aquí y en todas tus iglesias que son en todo el mundo; y mi alma te bendice, porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

              También, arrodillándose: Adoro en este santo templo a toda la santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres Personas distintas y un solo Dios verdadero. Adoro la santísima Humanidad de nuestro Señor Jesucristo sacramentado. Venero todas las santas reliquias que hubiere en esta iglesia, y todas las sagradas imágenes. Me pesa de haber ofendido a mi Dios y Señor, por su infinita bondad: propongo la enmienda de mi vida, asistido se su divina gracia, y espero en su infinita bondad y misericordia, que me ha de perdonar, y me ha de salvar.

Segundo.- Ofrecer el corazón a Dios; y alguna vez ofrecer una veladora, que por su devoción se encienda mientras se dice Misa.

Tercero.- No ponerse delante del altar para oír la Misa, ni por los lados del altar, para no perturbar al sacerdote; sino imitando con humildad al contrito publicano, este con mucha modestia, esperando la misericordia divina.

Cuarto.- Luchar contra los pensamientos vanos y ociosos, elevando el corazón al Señor, conforme lo exhorta el sacerdote en aquellas palabras: Sursum corda.

Quinto.- Mientras se dice la Misa, conformemos nuestra intención con las palabras del sacerdote, porque dado que no entendemos lo que dice, ya sabemos que ruega por el pueblo.

              Sexto.- Cuando se escuche nombrar el dulce nombre de Jesús, y de María Santísima, inclinen con humildad su cabeza; y se arrodillen a las palabras del Incarnatus est en el Credo, y del Verbum caro en el Evangelio de San Juan, conforme a las sagradas ceremonias de la Iglesia Católica.

              Séptimo.- No se adore la Hostia y Cáliz hasta que el sacerdote la eleva; porque no está nuestro Señor realmente en la hostia y el cáliz, sino después de las palabras de la consagración.