OÍR CON DEVOCIÓN LA SANTA MISA

Al divino mandamiento de santificar las fiestas ha puesto la Iglesia Católica su precepto de oír Misa los domingos y fiestas de guardar, que es el primero de sus cinco mandamientos, como consta en el sagrado texto de la doctrina cristiana; por lo cual en los días festivos hay obligación, pena de pecado mortal, de oír Misa; y en los otros días comunes no hay obligación; pero es gran devoción el oírla.
Y para que los fieles cristianos se animen a conservar en sus casa esta principalísima devoción de asistir al santo sacrificio de la Misa todos los días, ha llenado el Señor de prosperidades temporales y de buenas fortunas a muchas familias, en las cuales guardaban con puntualidad esta especial devoción; como consta frecuentemente de las eclesiásticas historias y vidas de Santos.
El sacrificio de la Misa en que Cristo Señor nuestro se ofreció por nosotros al Eterno Padre en el monte Calvario de Jerusalén, siendo crucificado por nuestro amor en el madero santo de la Cruz para la Redención de todo el linaje humano, como lo declara el sagrado Concilio de Trento. Solo hay una diferencia, que en el sacro Monte Calvario fue el santo Sacrificio cruento, y en el altar es incruento.
Todos los que asisten al santo sacrificio de la Misa, y la oyen, es bien que la ofrezcan juntamente con el sacerdote del Altísimo, que la celebra; porque así se da a entender en el primer memento, que es pro vivis, en aquellas palabras: Et omnium circumstatium, pro quibus tibi offerimus, vel tibi offerunt hoc sacrificium, etc. Por lo cual importa, que todos sepan esta provechosa doctrina. Y porque el santo sacrificio de la Misa, no solo es satisfactorio para ofrecerse por los difuntos, sino también propiciatorio para ofrecerse por los vivos, que aun son viadores, como expresamente lo declara el Concilio de Trento. Los que asisten con devoción al santo sacrifico de la Misa, contritos y humillados, consiguen la misericordia del Señor.
San Agustín dice: que con las oblaciones del santo sacrificio de la Misa se aplaca el Señor, concede su divina gracia y el don estimable de la penitencia, y perdona los crímenes y pecados, aunque sean gravísimos; porque el mismo Cristo, que se ofreció al Eterno Padre en el monte Calvario, es el que se ofrece en la misma (Civ. Dei Lib. X, 20).
Y la Iglesia Católica en una de sus oraciones afirma y dice, se ejercita la obra maravillosa de la redención siempre que se celebra el santo sacrificio de la Misa: Quoties hujus hostie commemoratio celebratur, opus nostrae redemptionis exercetur.
Al mismo tiempo que el sacerdote ofrece este santo sacrificio, asisten allí muchos ángeles y claman a Dios por nosotros, por lo cual debemos decir : Altísimo y soberano Señor, Eterno Padre, yo te ofrezco a tu Santísimo Hijo por todos mis pecados, ofensas y negligencias mías, y también por todos los fieles cristianos, vivos y difuntos, para que a mí y a ellos nos aproveche, y consigamos la vida eterna. Amen.
El tiempo mas oportuno para negociar con Dios nuestro Señor es aquel en que se ofrece y se celebra el santo sacrificio de la Misa. ¿Qué sería de nosotros si no tuviésemos este sacrificio con que aplacar a la divina Majestad, ofendida de nuestras ingratitudes? Seriamos, como dice San Pablo, como los infelices de Sodoma, perdidos y exterminados por nuestras culpas. (Rom IX, 29).
Santo Tomás dice que el efecto propio de la misa es aplacar a Dios nuestro Señor.
El sacerdote en la Misa, se vuelve al pueblo y dice Orate fratres, orad hermanos, y pedidle a Dios nuestro Señor, que este sacrificio mío y vuestro sea aceptable para con Dios Omnipotente. Y el acólito responde: El Señor reciba el sacrificio de tus manos para honra y gloria de su santísimo nombre, y también para utilidad nuestra, y de toda su santa Iglesia. Y el sacerdote en voz baja dice: amen
Toda la santa Misa está llena de Misterios, por lo cual debemos estar atentos para sacar mucho fruto para nuestras almas. El sacerdote no solo ruega por sí mismo, sino también por el pueblo, por eso quién asiste a la Misa ha de unir su espíritu con el espíritu y oraciones del sacerdote celebrante, que ruega por ellos.
Por este motivo repite tantas veces el sacerdote en la Misa aquellas palabras: el Señor sea con vosotros, y el acólito responde: y también sea con tu espíritu. Todas las oraciones y deprecaciones que hace el sacerdote van en plural en nombre suyo, y de los que oyen la Misa, y el sacerdote habla a Dios Omnipotente, por todos, como dice San Pablo (I Cor., XI, 25).
Las personas sencillas e indoctas, mientras se dice la Misa, han de considerar los misterios de la santísima vida, Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo.